miércoles, 31 de octubre de 2012

EL CONCEPTO FILOSÓFICO DE LA MUERTE EN EL MÉXICO ANTIGUO. "a Felipe Madera y a Carlos Hernández recordados amigos que se nos adelantaron"



   
Cuando morimos,
no en verdad morimos,
porque vivimos, resucitamos,
seguimos viviendo, despertamos,
Esto nos hace felices ...
¿Acaso de verdad se vive en la tierra?
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra,
aunque sea oro se rompe,
aunque sea plumaje de quetzal se desgarra,
no para siempre en la tierra: sólo un poco aquí." (*)


Todos los pueblos del mundo tienen un espacio especial para la muerte, toda vez que en ella se responde la tercera pregunta del problema ontológico del ser, "a donde iré después de la muerte". Pero existen dos civilizaciones que especialmente centraron su Desarrollo Cultural en el concepto de LA MUERTE; el pueblo egipcio y los antiguos mexicanos.



En efecto, nuestros Viejos Abuelos definieron como un par de opuestos complementarios a la vida y a la muerte. Dualidad que se opone y al mismo tiempo se necesita, PUES NO PUDE HABER VIDA SIN LA MUERTE Y MUERTE SIN LA VIDA.




Los antiguos Toltecas, los hombres de conocimiento del México Antiguo, pretendían en sus majestuosos Centros de Conocimiento, hoy llamados zonas arqueológicas, llegar a la vida eterna a través de la "muerte" de la vida mundana. Es decir, que sólo ante la muerte de los apegos terrenales el espíritu quedaba libre, para iniciar el luminoso viaje hacia la vida eterna. 




Por ello, en su iconografía, desde los olmecas del preclásico, pasando por los toltecas del clásico, hasta el postclásico decadente de los aztecas, la osamenta en todos los grabados, pinturas y esculturas, representaba la vida eterna, ya que lo último que tarde en destruirse de un cadáver es la osamenta (es lo que queda de la vida material).



Nuestros Viejos Abuelos se preguntaban a donde iremos después de la muerte.

¿A dónde iré?;
¿A dónde iré?
El camino de la Dualidad Divina.
¿Por ventura es tu casa el lugar de los descarnados?,
¿Acaso en el interior del cielo?,
¿O solamente aquí en la tierra es el lugar de los descarnados? (*)




Porque para ellos la vida en la tierra era totalmente pasajera, presuponían que tenemos los seres humanos un destino más importante, un lugar en lo inconmensurable a donde deberemos llegar después de transitar por esta existencia terrenal. La muerte es un paso a la vida eterna.




Asumían al ser humano como un Guerrero. Un luchador de las fuerzas cósmicas que rigen al universo y de la cuál ellos forman parte activa. Los Guerreros se formaban en el Calmecac, escuela de altos estudios que permitía que el aspirante, ya sea hombre o mujer, se forjara como un "Guerrero del Espíritu", ya que él debía iniciar una descomunal batalla en lo más profundo de sus adentros, !contra sí mismo!. Contra las debilidades de su espíritu y las tentaciones de la materia. 




A esta lucha le llamaron poéticamente "La Batalla Florida". Esta guerra se libraba con "Flor y Canto", es decir con las armas del arte y la sabiduría y en lo profundo del individuo. 



El objetivo de esta impecable batalla era "florecer el corazón y darse como alimento a los seres queridos". Esta augusta Batalla Florida forjaba "rostros propios y corazones verdaderos" entre los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos durante muchos siglos que duró el esplendor del México Antiguo.




De esta manera debemos entender y comprender que nuestros antepasados tenían un profundo interés por la vida espiritual y la trascendencia de la existencia. Que llegaron a niveles de conocimiento espiritual y energético del ser humano, tan grande y avanzado, que hoy todavía no los podemos entender cabalmente, pero que siguen siendo vigentes y vitales, para la existencia humana.




En la memoria histórica del Anáhuac encontramos que nuestros Viejos Abuelos tenían cuatro lugares a donde irían los muertos, según se hubieran comportado a lo largo de toda su vida. 




El primero era el más importante y apreciado, se llamaba "Ilhuicatltonatíuh", luminoso lugar reservado para aquellos Guerreros del Espíritu, hombres o mujeres, que habiendo dedicado toda una vida a la "Batalla Florida" habían logrado "florecer su corazón". 



Así, los "Guerreros de la Luz" acompañaban al Sol del amanecer al cenit en su ascendente carrera, venciendo a las fuerzas gravitacionales que arrastran a la materia a las obscuridades de la ignorancia. Las "Guerreras de la Luz" también acompañaban al Sol, pero desde el cenit hasta el atardecer, hasta que naufragaba en el inframundo, señorío de Mictlantecutli "El Señor de la Muerte".



El segundo lugar llamado "Chichihuacuacho" que era a donde iban los muertos en el México Antiguo, estaba reservado para aquellos niños que morían de recién nacidos a tierna edad. Este lugar era como un paraíso en el que había un inmenso árbol del que caían gotitas de leche de sus ramas y los niños al alimentarse de ella, vivían felices en este "paraíso infantil" en el que se suponía vivirían los infantes hasta el nacimiento del sexto Sol, tiempo en que nacerían de nuevo.




El tercer lugar llamado "Tlalócan" estaba reservado para los que morían de causas relacionadas con el agua, como los ahogados, muerte por rayos, los leprosos y hidrópticos. El Tlalócan la mansión de la luna, era un paraíso en el que había condiciones ideales, un lugar agradable y fresco.



Finalmente existía un lugar para quienes no habían alcanzado la muerte luminosa del Guerrero, ni la muerte tierna del niño, ni la muerte sagrada asociada al agua. Lugar en verdad terrible porque significaba la nada, la muerte estéril producto de una vida vacía, la muerte sin consecuencias y sin trascendencia; la muerte para nada. Este es el cuarto lugar donde iban los muertos, según los antiguos mexicanos, era el Mictlán. Lugar a donde iban los que morían de muerte natural, fueran señores o macehuales, sin distinción de rango ni de riquezas.



Después del funeral, el muerto en cuestión tenía que cruzar por un largo y caudaloso río llamado Apanohuaya, para lo cual necesitaba de la ayuda de un perro (techichi). Posteriormente ya despojado de sus vestiduras tenía que cruzar entre unas montañas que siempre estaban chocando una contra la otra y que se llamaban Tépetlmonamictia. 



Después tenían que pasar por un cerro erizado de filosos pedernales, para a continuación atravesar ocho colinas llamadas Cehuecáyan, en donde siempre estaba cayendo una terrible tormenta de nieve, después tenía que cruzar 8 llanuras en donde un gélido viento cortaba como navaja. 




Después tenía que seguir un camino en donde era flechado por "los tiradores de lo desconocido". A continuación se encontraba con el Teocoyleualoyan, inmenso tigre que le comía el corazón, para sin él, caer en el Apanviayo, en cuyas aguas negras se encontraba la terrible lagartija Xochitonal. 



Es entonces que había concluido el doloroso viaje de sufrimiento, presentándose ante el mismo Señor de la Muerte (Mictlantecutli) quien le diría al difunto... "Han terminado tus penas terrenales, vete pues, a dormir tu sueño mortal". Después de 4 años de viaje por el Mictlan,  !la nada era su destino final!




Es así como nuestros Viejos Abuelos interpretaban a la muerte desde el aspecto filosófico. Este Patrimonio Cultural sigue vivo y presente en nuestra cultura, que no refleja más que la visión milenaria de nuestras raíces. La fiesta de los difuntos o las de Tonatzin-Guadalupe, es la presencia viva e innegable de nuestro "corazón indígena". 




Los mexicanos contemporáneos somos indígenas en lo filosófico y en lo espiritual. Nuestra relación profunda con la vida, la muerte, la familia, la naturaleza, la amistad, el trabajo, están más cerca de nuestra Cultura Madre, que de la cultura Occidental. 




El problema es que en estos últimos 500 años nos han educado a sentir vergüenza y menosprecio de nosotros mismos y a tener en el olvido la esencia y herencia luminosa de nuestros Viejos Abuelos. Educación que nos ha mantenido siempre derrotados y sumisos, impotentes ante lo extranjero y al mismo tiempo, feroces verdugos de nuestra cultura primordial y de nuestra gente. 




Copiando modas y culturas extranjeras para supuestamente con eso sentirnos "modernos y progresistas", pero lo que en verdad nos hacen, es sólo ser consumistas de productos chatarra y dejarnos en la miseria económica y espiritual. 




Celebrar la fiesta del día de muertos con profunda y autentica emoción, apegados a la tradición y a la costumbre, es iniciar un viaje al corazón del México Antiguo, un encuentro con nosotros mismos. 




                                    (*) Cantares Mexicanos.

                                    Visite: www.toltecayotl.org 


jueves, 25 de octubre de 2012

ESPAÑA SI… ¿NOSOTROS NO?


 
Por el trabajo que realizo en la investigación, promoción y difusión de la historia y filosofía de la Civilización del Anáhuac, constantemente recibo ataques de gente básica e ignorante que cuestiona esta labor.

 
 

Los epítetos se basan en los falaces  argumentos de que: “la historia es pasado, hay que ver al futuro”, “lo de la conquista ya pasó hace muchos siglos”, “que los mexicanos modernos nada tenemos que ver con el mundo prehispánico”, “que es un tema agotado y sin valor social”, etc.

 

Por supuesto que no estamos de acuerdo y hemos dedicado nuestra vida, pasión y energía a tratar de que los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos recuperen la memoria histórica, fortalezcan su identidad y con ello su auto estima. Apostamos que el futuro está justamente en el conocimiento de nuestro pasado.

 

Creemos que el principal problema de México es que no tenemos una clara noción de nuestra identidad. No sabemos quiénes somos,  de dónde venimos y mucho menos a dónde vamos, como personas, familias y nación.


 
Creemos que la injusticia, el abuso y la explotación son posibles desde 1519 gracias a que perdimos nuestra Cultura Madre del plano consciente de nuestra existencia. La Cultura Madre (la propia-nuestra) es una de las seis más antiguas e importantes de la historia de la humanidad y sigue viva en nosotros. Nuestra enfermedad es la ignorancia de nosotros mismos.
 




Pero, es curioso que los españoles, que fueron invadidos (más no colonizados) por los árabes y el Islam, mantuvieron su identidad cultural en resistencia durante OCHOCIENTOS AÑOS y en 1492 lograron expulsar al invasor. Durante esos ocho siglos “no se volvieron árabes ni musulmanes”, ni celebran a "la madre patria musulmana", aunque tienen mucho de su cultura.
 


 
Lo que les permitió esa proeza histórica y popular fue nada menos que el aferrarse a su Cultura Madre y a su identidad. Fueron sometidos y explotados por los árabes y los judíos, pero lograron mantenerse en su esencia, en su raíz y eso mismo fue lo que les permitió vencer a los invasores explotadores.
 

 

Por otra parte, después de 1492, los reinos de Castilla y Aragón iniciaron la conquista de los reinos y pueblos de la península a sangre y fuego, igual que en el Anáhuac. Los métodos fueron los mismos en ambas partes, métodos producto de la herencia de la Edad Media europea.
 

 
 
 
De esta manera fueron cayendo uno a uno los reinos de la península y sometidos a un poder central. Y fue por lo mismo que hasta 1516 se crea el reino de España. Solo el reino Lusitano no fue sometido y por eso ahora Portugal es un país independiente.

 
 
 
Han pasado más de cinco siglos de esa “invasión y sometimiento” en lo que hoy es España y la realidad nos dice que “esas heridas han seguido vivas”, solo que amordazadas y negadas por un sistema central de poder, fuera la monarquía, la república o la dictadura.

 
 

El sentimiento de identidad y auto determinación de los pueblos con culturas propias y ancestrales no puede extinguirse o diluirse con el tiempo, las armas o la manipulación política y la multimedia. Solo el etnocidio total puede acabar con los sentimientos de un pueblo.

 
 
 

En el Anáhuac tenemos 491 años de estar viviendo una rapaz invasión, de modo que tomando en cuento la invasión árabe a la Península Ibérica, “tenemos tres siglos más de chance”, para expulsar a los invasores-colonizadores y neocolonizadores.
 
  

 
De modo que “esas personas que dicen que lo pasado…pasó”, pues están muy equivocadas y la descolonización cultural, mental, económica, política y social es de urgente realización.
 
 

Hoy los vascos, catalanes o valencianos, al igual que los nahuas, mayas o zapotecas, luchan contra un poder central (pero ahora trasnacional), y sus luchas por la justicia, la autodeterminación, la autonomía, el respeto a sus recursos naturales y derechos humanos, son justas e históricas.
 
 
La cultura de los pueblos sigue vivas y la verdad y la justicia están de su parte. Su mejor arma es el tiempo y su fortaleza cultural.
 
 
 
 
 
 

sábado, 20 de octubre de 2012

RECORDANDO A DON PEDRO VAZQUEZ COLMENARES.





El día de hoy asistí al merecido homenaje que le rindió Oaxaca, su gobierno, sus ex colaboradores, amigos y su familia en El Teatro Macedonio Alcalá. Sobra decir que fue sobrio, discreto y emocionado.



En estos días resulta extraño que se recuerde a un ex gobernador de Oaxaca con tanto cariño y respeto. En efecto, el desempeño como funcionario público de Don Pedro fue muy apegado al espíritu juarista, pero con un atributo más, el ser un eficiente y eficaz administrador, además de ser un sensible humanista.




Y este es el punto de esta reflexión. Con todos los grandes aciertos que tuvo como gobernador de uno de los estados con más carencias e injusticias sociales, con mayor pobreza y limitaciones de carácter histórico, Vázquez Colmenares con muy poco hizo lo que nunca se había llevado a cabo en Oaxaca. Me refiero a implementar una Política Cultural, que además fue exitosa.



Para la década de los años ochenta, tal vez con el gobernador Enrique González Pedrero de Tabasco y la Promotora Cultural Laura Ramírez Rasgado, se llevaron a cabo los mejores programas en Desarrollo Cultural en México. 


 

En efecto, solo dos gobernadores “entendieron” el potencial que tiene la dimensión cultural del desarrollo. Dejaron el sitio común de que la Cultura era un “adorno gracioso para las actividades del gobernador” e invirtieron su capital político en el Desarrollo Cultural de sus estados.



Cuando un día le presentamos a Don Pedro el proyecto del Festival de Primavera de la Orquesta Sinfónica Nacional, con un presupuesto de cuatro millones de pesos, se quedó pensativo, lo que provoco un silencio expectante y dijo con voz pausada, “yo entiendo que esta cantidad no es significativa para el erario, tomando en cuenta los beneficios socioculturales que traería a Oaxaca, pero en un estado con tantas limitaciones podría ser mal interpretado que se invierta en este tipo de actividades, de modo que tienen mi apoyo moral, …pero deben conseguir que una institución privada lo financie”. 



El primer festival se llevó a cabo gracias a las gestiones de don Emilio García Romero con el banco que manejaba la cuenta del gobierno y el festival se pudo realizar.



Don Pedro, como ningún otro gobernador en Oaxaca hasta la fecha, impulsó una virtuosa Política Cultural en su administración. Con pocos recursos, pero con mucha voluntad política y gran sensibilidad humanista, vislumbró que el milenario pueblo de Oaxaca abre su corazón eternamente a “Flor y Canto”. 


En su administración se implementó la creación del Sistema Estatal de Casas de Cultura, La Bienal Rufino Tamayo, Los Festivales de Primavera y el de Bandas, se abrieron galerías, se dignificó a los maestros del arte popular, se apoyó la creación artística con premios y concursos, se generaron encuentros de poetas y escritores, se alentó la edición de libros y colecciones, se desarrolló un ambicioso programa de educación artística infantil, se alentaron permanentemente las presencias culturales de diversos países en Oaxaca, así como se invitaron de manera regular a creadores e intelectuales de talla nacional e internacional. 



Con Vázquez Colmenares Oaxaca vivó sus mejores momentos en el Desarrollo Cultural.



Y esto es, justamente, lo que hoy resalta al pasar el tiempo. Don Pedro tuvo la visión de diferenciar lo “urgente de lo trascendente” en la administración pública. Indudablemente que con todos los recursos que invirtió en tratar de resarcir las históricas carencias de los oaxaqueños en el plano material, no lo logró; pero con muy pocos recursos y mucha voluntad política, “invirtió” en el Desarrollo Cultural y proveyó a los oaxaqueños de uno de los satisfactores más esenciales de su Ser. 




Tuvo que ser un hombre con una alta sensibilidad, con educación y pasión por la cultura y el arte, que entendiera la raíz y la esencia de la aspiración más elevada de su pueblo. No en balde los antiguos oaxaqueños invirtieron su vida, energía y pasión durante 1350 años en la construcción de Monte Alban a la gloria del Espíritu Humano y que hoy es considerado Patrimonio Cultural de la Humanidad. 




El legado cultural de Don Pedro a Oaxaca sobrevive a pesar de la incapacidad e irresponsabilidad de los gobiernos que le han sucedido. Con gente inexperta y sin experiencia, ha venido decayendo el vigor de la rectoría del gobierno en materia del Desarrollo Cultural. 





La sociedad civil organizada tomó el timón de la Política Cultural y después se sumado la iniciativa privada. Los gobernantes no aprendieron de la inmensa y luminosa lección que nos dejó Don Pedro Vázquez Colmenares en materia de Desarrollo Cultural en el estado de Oaxaca, que es, “La reserva espiritual de México”. 




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