viernes, 27 de septiembre de 2013

LA IDEALIZACIÓN DE OCCIDENTE



Recientemente tuve una plática informal con un grupo de comensales y cuando expresé la idea de que los valores de la civilización Madre podrían servir para construir un nuevo país, inmediatamente un distinguido académico del área de la antropología, descalificando mis afirmaciones dijo, -tajante desde el púlpito del saber-, que eso era “idealizar a las culturas indígenas”.






Aquí hay dos cuestiones que comentar. La primera es la desvaloración y desconocimiento del pensamiento filosófico del Cem Anáhuac, conocido como Toltecáyotl y al mismo tiempo, la exaltación e idealización superlativa que se tiene de la cultura Occidental. 




La segunda es el desprecio, que en general tienen los europeos por “los bárbaros colonizados”, es decir, aquellos no europeos que admiran y se sienten “parte viva” de la cultura grecolatina y que habitan los países colonizados. 





En Europa no nos bajan de tercermundistas y de repúblicas bananeras que copian torpe y tardíamente sus modelos culturales.



En el primer punto diremos que es muy penoso que la gente “educada académicamente”, -en general-, sean bastante ignorantes de la civilización Madre, de sus múltiples culturas, grandes y complejos procesos de conocimiento, y de los pocos que han leído o conocen sobre ellas, en general repiten el discurso colonizador eurocéntrico que se mantiene desde “Las Cartas de Relación” de Hernán Cortés hasta la película de Mel Gibson “Apocalypto”.



En general la gente “kulta” en México ha leído sobre los griegos y los romanos, de Alejandro el Magno, Carlo Magno, Napoleón y hasta de Hitler. En general “su cultura” es enciclopédica y superficial, para adornar y decorar su personalidad “kultita”, siempre citando autores de “difícil pronunciación”. 






Exaltan cinco centenariamente lo ajeno y desconocen y desprecian lo propio.  “Ellos” son “diferentes” a la gente del pueblo, a los morenitos, a “los de abajo” y siempre presumen a su abuelito español, libanes, francés o extranjero.




Esta gente no se siente identificada con la raíz y matriz filosófica cultural y étnica del Cem Anáhuac. Pare ellos, los europeos trajeron al “nuevo mundo” la civilización, la religión y el dios verdadero, el idioma, la cultura, el arte. Los pueblos y culturas originarias no alcanzaron los niveles de “grandeza” de Europa.




Los anahuacas, -para ellos-, eran primitivos, idólatras, caníbales, salvajes, guerreros, que vivían en una cultura “neolítica”, construyendo centros ceremoniales llamados “pirámides” para adorar al sol, al agua, al viento y edificaron palacios donde vivían una teocracia insensible y explotadora.   




Se sienten descendientes directos de los conquistadores y se asumen consciente o inconscientemente como “occidentales-europeos”. Pero en Europa los desprecian y los rechazan, no los toman por iguales. 





Esta clase de gente ve con desprecio a los descendientes de los pueblos originarios, a  los que no son como ellos, a los “otros”, les llaman indios, nativos, nacos, pelados o como dijo la hija de Peña Nieto despectivamente, “la prole”.   





Su discurso directa o indirectamente es de una absoluta idealización de la cultura Occidental, de la cual ellos creen formar parte “viva” indiscutiblemente. 






Idealizan su mitología, su arte, su comida, sus idiomas, su forma guerrera de vivir y abusiva de comerciar, porque la historia de Europa es totalmente de guerras y luchas comerciales. 





Más que una idealización es una colonización mental y cultural, para la que todo lo que viene de Europa, es superior a lo nacido y creado en esta tierra…que les ha dado todo de lo mucho que tienen.




Pues bien, esta clase de gente, aunque son en número pocos, son en general, los que tienen el poder político, económico, social, cultural e intelectual del país. Es la gente “pudiente y pensante, vamos, la que cuenta”.






Esta gente ignora, o trata de ignorar, que a los que desprecian forman parte de una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo del mundo, es decir que nadie les enseñó nada, todo el conocimiento lo crearon por ellos mismos. 




Que logró el más alto grado de desarrollo humano para todo su pueblo en la historia del planeta. 






Que no solo creó un sólido y poderoso sistema de conocimiento que los llevó a inventar el cero matemático antes que cualquier otro pueblo del mundo, 






a inventar su alimento por medio de transformar el 
teozintle en maíz a través de lo que hoy conocemos como ingeniería genética, 





o que inventaron la cuenta perfecta del tiempo, o que tuvieron el primer sistema de educación pública con un carácter obligatorio y gratuito por más de mil años.



Pero fundamentalmente, que crearon un sistema de conocimientos e instituciones con una percepción del mundo y la vida muy avanzado y profundamente humanista, que integraba en armonía lo humano, con la naturaleza, el cosmos y especialmente el potencial espiritual del ser humano, que se conoce como Toltecáyotl.



Y justamente, este es el punto, la ignorancia de lo mejor de nosotros mismos o la exclusión de la riqueza cultural heredada para construir una realidad más humana, justa e igualitaria, en la que se elimine el racismo y el clasismo, que se acaben para siempre los vencedores y los vencidos.



En la construcción de una mejor sociedad, no podemos seguir negando y desconociendo lo mejor de nuestro Patrimonio Cultural milenario, que no solo consiste en zonas arqueológicas y museos, ahí solo están las ruinas de los objetos que crearon “los sujetos” pensantes. Y esos vestigios materiales no tienen ningún significado sin el pensamiento filosófico que los generó. Ahí radica la riqueza y el potencial de nuestra herencia cultural.






Tenemos mucho que aprender y mucho que utilizar de la milenaria sabiduría de nuestros Viejos Abuelos toltecas, que lograron alcanzar el nivel más alto de desarrollo humano para todo su pueblo en la historia de la humanidad. 





Ninguna civilización antigua logró ofrecerle a la mayoría de su pueblo tan alto nivel y calidad de vida como se logró en el Cem Anáhuac, por lo menos durante mil años seguidos.




Necesitamos descolonizar la visión histórica que ha creado los detentadores del poder explotador, desde Hernán Cortés hasta Carlos Slim, sobre una de las seis civilizaciones más antiguas e importantes del mundo. 




Como China y como India, a nosotros nos toca retomar nuestras ancestrales raíces, conocimientos, valores y actitudes del mundo y la vida. Se le podría llamar “idealización”, no importa, pero es una realidad que los poderosos temen que el pueblo recupere su memoria histórica y su identidad cultural.





Hemos vivido cinco siglos de rodillas idealizando a España, a Francia y ahora a Estados Unidos. Y estos cinco siglos hemos vivido despreciados y explotados por nuestros idealizados opresores. 






Resulta un acto liberador y concientizador, conocer e idealizar la Toltecáyotl; ¿no creé usted? 



  
Visite www.toltecayotl.org




  

    

viernes, 20 de septiembre de 2013

MI MADRE EN TERAPIA INTENSIVA


 

La entrada en la vorágine del sistema de salud es por la puerta grande de “urgencias”. Ahí llegan todos los heridos y las personas enfermas de gravedad. Familiares y pacientes con la angustia en los ojos desorbitados. La muerte se pasea majestuosa por sus atestados pasillos, seguida de una corte de odiosos duendecillos del terror. A mi madre la internaron un jueves por la tarde con la amenaza de estar sufriendo un infarto.

 
 


Los seres humanos encuentran en este “rompe olas”, el doloroso golpe de sentirse frágiles y mortales. Los dineros y las miserias, las sapiencias y las ignorancias, los buenos y los malos, todos entran por urgencias al pavoroso circo de la muerte justiciera. No existe nada más democrático en este mundo que la muerte.

 
 


“Urgencias” es un lugar donde se estrella la prepotencia y la arrogancia, pues ante el olor apestoso de la muerte sorpresiva, todo se hace añicos y se convierte en nada. Entrar a urgencias en calidad de paciente es un formidable y grotesco golpe a nuestra importancia personal, al ego. Llegar a urgencias en calidad de familiar, es constatar la fragilidad de nuestra aparente estabilidad.
 
 
 

 
En urgencias del sistema de salud, los seres humanos pasan a ser un número y dejan de ser personas. Se les desnuda y se les mimetiza en la impersonal bata que ha propósito lo deja enseñando su indefenso cuerpo.
 
 
El neoliberalismo económico de los últimos 20 años, no sólo ha dejado al sistema de salud en la bancarrota, sino a las personas que trabajan ahí las ha convertido en defectuosas máquinas insensibles. En efecto, las instalaciones se notan avejentadas, sin mantenimiento, cojas, rotas, parchadas. Los trabajadores, desde el vigilante de la puerta, hasta los médicos de guardia, están artos, malhumorados, sobre estresados, inconformes; rabiosos contra sí mismos, sus compañeros, los pacientes y sus “latosos” familiares,...contra el mundo entero. La frustración y la violencia contenida flotan entre las camas y pasillos, se entremezclan con el olor a la muerte y el hedor del miedo.
 
 

Los pacientes inertes sólo alcanzan a manifestar su terror de olfatear a la muerte a través de sus ojos, que desorbitados buscan desesperados, una puerta como para salir inmediatamente de esta dantesca pesadilla.
 

Caer en un hospital de la seguridad social, sin “ser alguien”, es caer en el infierno chiquito de la vida. Donde encontrará diablos y demonios mayores, ángeles y arcángeles, pero sobre todo, a pomposos Dioses grandes y chiquitos disfrazados de doctores.
 
 

La miseria humana en todo su esplendor, pero con el tufo de la muerte y el sabor del terror, porque déjeme decirles que el terror y la muerte tiene un inolvidable sabor, que cala profundo hasta el alma y tarda mucho tiempo en desaparecer de la boca y de la garganta.
 
 

La soberbia y la prepotencia de aquellos que tienen en sus manos la vida y la muerte de pacientes desesperados, angustiados y aterrados por la cercanía de la muerte, es verdaderamente insultante.  No hay peor burocracia, que la que piensa que tiene en sus manos la salud de las personas. Desde el analfabeto, anémico y mal pagado guardia de la puerta, que como San Pedro, decide con la luz de “su intelecto” y su supremo criterio, quién cruza y quién no cruza “la puerta de las indulgencias”. Pasando por los afanadores que chacotean entre el dolor y el terror de aquellos que se sienten como viles reces, en las instalaciones de un rastro del tercer mundo, y que saben, que no tienen escapatoria.
 
 

O que decir de las enfermeras que tratan de sobrevivir en medio de la sangre y un quejido de dolor, fortaleciendo su caparacho de insensibilidad e indiferencia. Mujeres que estoicamente tratan de salvarse un poquito o salir lo menos golpeadas del dolor, el vómito y el excremento de los tocados por el destino, tratando de encontrar un espacio entre los dioses y semidioses que poseen el luminoso conocimiento que permite hacer vivir o dejar morir a los pacientes.
 

La burocracia ramplona y mal pagada, como en todas partes, con todos sus vicios e incapacidades humanas y del sistema, pero con la diferencia de que aquí se juega con los sentimientos más profundos de los seres humanos, aquellos que ante la muerte nos enfrentan al pánico más aterrador de darnos cuenta de que la muerte existe también para nosotros y para nuestros familiares. Nada peor que estar semidesnudo e indefenso en una camilla de urgencias, esperando a que te atiendan en el siniestro carrusel de la muerte.
 

En un hospital existen sus infiernos grandes y sus infiernos chiquitos. Sus demonios y sus diablitos, sus ángeles y sus arcángeles y todos los Dioses por supuesto, grandotes y enanos, que con su bata blanca y su estetoscopio se pavonean como supremos detentadores del magno conocimiento que define la vida y la muerte. Con infinita soberbia y gran desprecio para aquellos seres humanos que se encuentran en total estado de indefensión. No se les puede molestar, no se les puede interrumpir. Sí uno se atreve a hablarles, voltearán agresivos su fría mirada de desprecio y contestarán, cuando ellos lo crean conveniente. Con una incómoda y ajustada educación fingida, salpicada de desprecio, tratan a los apesumbrados y nerviosos familiares, como tontos de capirote. 
 
 
Los médicos burócratas se manejan con una sobrada y arrogante prepotencia, los pacientes son sólo simples y llanos objetos de su sapiencia, los familiares son molestos estorbos saturados de ignorancia.
 
 
 
Cada médico, cada enfermera, cada trabajadora social, cada vigilante, cada uno de ellos tiene trato directo con Dios y a su vez ellos tienen que tratar con los molestos e ignorantes seres humanos.
 
 

Sin embargo, después de unos días de este infierno, se da uno cuenta de sus grandes pequeñas luchas de poder, sus rencores, sus envidias, sus frustraciones, sus diferencias insalvables,... de sus miserias. En efecto, en un hospital de la seguridad social, existen cientos de fronteras, atalayas y fosos insalvables, así como alianzas estratégicas, armisticios y guerras de baja intensidad, que no se aprecian a primera vista. 
 
 

Enormes castillos y fortalezas, cajas de seguridad y hasta cuartos de castigo, pero también personas que no han sucumbido a la vorágine de la insensibilidad, la indiferencia y a la deshumanización. Porque también hay que decirlo, existen personas sensibles y humanas, que en medio de este infierno, dejan flores y frutos perfumados por el espíritu humano.
 
 

Sin embargo, existe un común denominador en un hospital, desde el incapaz y famélico vigilante de la puerta, hasta el más encumbrado y poderoso “dador de vida”, que se la pasan “regañando” a los pacientes y a sus familiares, que tienen que vivir este infierno, como quién cruza un campo minado o una “tierra de nadie” en un frente de combate.
 
 

Uno tiene que dirigirse a ellos con suprema humildad, para no acrecentar su frustración y enojo. Lo que dice uno de ellos, sólo es válido en su horario y en “su territorio”. En otro tiempo y en otro espacio, el paciente o el familiar, para sobrevivir, tienen que “negociar” con el que esta en turno, tienen que buscar su aprobación, aceptación y padrinazgo.
 
 

Los familiares somos como pelotas de futbol, en medio de las patadas que unos y otros se dan. El paciente tiene que ser un objeto sin identidad, sin derechos y sin inteligencia. El familiar tiene que ser servil, dócil y mudo, ante el omnipotente poder. Con ellos no se puede hablar de manera horizontal, siempre debe ser vertical. Desde abajo para arriba y tratando de que no se molesten.
 
 
 
 

En un hospital de la seguridad social, uno de los bienes más preciados y que se escamotean a pacientes y familiares es la información. Cada quien desde su castillito tiene “su verdad” y su diagnóstico. Cada quién, desde el analfabeto vigilante hasta el especialista poseen la única verdad verdadera y todos se descalifican unos a otros y como dijo un “dador de vida” con estetoscopio, “si no estoy yo, este hospital no funciona” o el todopoderoso de terapia intensiva, “aquí el que manda soy yo”.
 
 

Otra característica de este sistema es que a los pacientes y sus familiares se les trata como retrasados mentales y a la menor provocación se les espetea una sarta de términos médicos, para dejar al mortal o a quien esta en vías de serlo muy pronto, en la sumisión más llana por su inconfesable ignorancia, reafirmando la supremacía y la contundencia de sus argumentos, que generalmente dejan al interlocutor en la frustración y en la indefensión.
 
 
A mi madre la veo indefensa navegar entre este turbulento río, que representa el estar en una cama de la unidad de terapia intensiva. En ocasiones me mira con ojos profundos y desorbitados, como incrédula de estar viviendo este infierno, como pidiéndome que la arranque de esta tumultuosa y bizarra pesadilla. Otras veces veo que se apena cuando la afanadora o la enfermera nos maltratan “porque no traemos bien puesta, una minúscula y ridícula bata” o porque no hacemos lo que ellos desean, pues en los hospitales de la seguridad social, los familiares de los pacientes se convierten en meros sirvientes de los afanadores y de las enfermeras.
 
 

En un hospital de la seguridad social, se lucha contra la muerte y contra la burocracia a brazo partido y con la bayoneta calada, cada espacio, cada posición, cada información. Los pacientes y sus familiares estorbamos y causamos trastornos a estos burócratas... achichicles de la muerte.
 

 
Porque lo que más duele en este trance, no es la inexorable muerte misma, porque todos nos vamos a morir y la muerte es justa y liberadora. Lo que duele y lastima el corazón de pacientes y parientes, es la insensibilidad, la majadería y la bajeza humana de estos burócratas que se piensan seres sagrados, que la muerte y el dolor nunca los tocarán.
 
 

Porque no es su incapacidad, ni su falta de profesionalismo, ni su ignorancia; el problema es su pequeñez humana y su miseria existencial.
 

Sí Dios en verdad existe, estoy seguro que su infierno lo encontrarán, eternamente, abandonados en una camilla, en un atestado pasillo de urgencias de un hospital de la seguridad social. 
  
15 de Noviembre de 2001.
Oaxaca de Juárez, Oaxaca