sábado, 26 de noviembre de 2016

LA PRIMITIVA Y SALVAJE EUROPA

El eurocentrismo es la ideología que impone la “supuesta superioridad y antigüedad” de la cultura europea sobre todos los pueblos del mundo. Esta serie de mitos fantasiosos y perversos, repetidos hasta la saciedad en los últimos cinco siglos, se han convertido en verdaderos dogmas imperiales para avasallar y colonizar a los pueblos explotados por Occidente desde 1492, para imponer el capitalismo y la modernidad.

La idea generalizada del “viejo continente”, del supuesto origen cultural de la civilización humana en “la vieja Grecia”, de la supuesta “superioridad cultural” de las pueblos europeos sobre las demás del planeta, el supuesto origen europeo del conocimiento “científico”; son algunas de las muchas falacias de esta necrófila ideología, que ha pretendido someter intelectual y culturalmente a todos los demás pueblos del mundo.

Empecemos desde el principio. La cultura Occidental, es la más nueva de las culturas del planeta. Egipto, Mesopotamia, India, China, Anáhuac y el Tawantinsuyu, son las culturas más antiguas con origen autónomo, en ellas se cimentaron las bases de la civilización humana. Todos los demás pueblos tomaron de ellas sus bases y principios para hacer su propia cultura. Estamos hablando de entre ocho y diez mil años de antigüedad, cuando iniciaron los procesos de sedentarización e invención de la agricultura.

Fue Federico Hegel, en el siglo XVIII, con el Romanticismo alemán, quien inventó el mito de que el origen de la cultura europea se dio en Grecia. Hegel se atrevió a decir que los “tenues” inicios de la humanidad estaban en Oriente, pero que no tuvo ni relevancia ni grandes alcances. Que la civilización humana surge con fuerza y grandeza en Europa. Para fundamentar esta idea falaz, literalmente “se apropia” de la cultura griega. 

Para él, los griegos son el origen de la cultura Occidental, y por ende, eran europeos. Falso totalmente.

Primero tenemos que decir que la cultura griega cuando floreció en el año quinientos aC., no existía culturalmente Europa. La península europea (porque no es un continente), para el quinto siglo aC., estaba habitada por pueblos primitivos, salvajes y guerreros, especialmente los del centro Norte de la península. 
Grecia con propiedad, pertenecía al mundo del Medio Oriente y sus orígenes estaban en la cultura Minoica. 

En efecto, las culturas que surgieron en el diez mil aC., entre los ríos Tigris, Éufrates y Nilo, es decir, Mesopotamia y Egipto, culturizaron Medio Oriente y las costas de gran parte del Mar Mediterráneo, por lo que, tanto Grecia como Turquía, siempre han sido, culturalmente, parte del Medio Oriente. De modo que la cultura griega no es el origen de la cultura Occidental. 

Fue Alejandro el Magno, quien siendo Macedonio, conquistó a los griegos, y con ellos, invadió y saqueó, no solo las riquezas materiales, sino fundamentalmente el conocimiento, de las culturas de Mesopotamia, India y Egipto, cuando estas estaban ya en un periodo de decadencia cultural. 
Este conocimiento será reutilizado por los griegos en un sincretismo cultural, especialmente el proveniente de Egipto, y después pasará a la Roma Imperial.

Debe tomarse en cuenta que el Imperio Romano trató sin mucho éxito, de “civilizar” a los pueblos barbaros del centro-Norte de Europa, lo más que logró en esta empresa, fue cristianizarlos. Los pueblos teutones, sajones, normados, francos, vikingos, etc., siempre fueron -y siguen siendo-, pueblos con una cultura esencialmente guerrera. Su vida cultural durante siglos fue la guerra y el despojo, la invasión y la matanza. 
A diferencia de los pueblos de las riveras mediterráneas, que habían sido civilizados por las diferentes culturas emanadas de la cultura de Medio Oriente, como los minoicos, asirios, sumerios, caldeos, etc.

Al final del Impero Romano, los pueblos bárbaros del centro-Norte, se pasaron mil años de la llamada “Edad Media”, en un atroz mundo oscurantista y fanático, que impuso el Vaticano para ejercer el dominio y control. 
En esos diez siglos, solo la Biblia se podía leer, y los ahora llamados “clásicos de la cultura grecolatina”, fueron prohibidos y destruidos. Toda la sabiduría y conocimiento, tanto de los pueblos originarios como la que los griegos tomaron del mundo del Medio Oriente, fue feroz y brutalmente perseguida. 

Es importante aclarar que, la ideología eurocéntrica, ha llamado a este oscuro periodo decadente de la cultura Europea, con el nombre de “Edad Media” (476-1492), que no dice nada, por qué, ¿en medio de qué? Lo que realmente pretenden ocultar el esplendor de la cultura musulmana. 
En efecto, fue el mundo árabe, el que, no solo salvó de la destrucción la sabiduría antigua del Medio Oriente, sino el que la continuó y desarrolló. 
Occidente también se ha apropiado de este conocimiento y lo presenta como creación suya, especialmente en el periodo llamado Renacimiento, donde los “grandes investigadores renacentistas” como Nicolás Copérnico, Galileo Galilei, Johansnes Kepler, Isaac Newton, Leonardo Da Vinci, entre otros, abrevaron en el conocimiento árabe pero sin citar su fuente. 

Fue a finales del siglo XV, cuando el Vaticano financió y apoyó políticamente a el reino de Castilla para que tomara el control de la península Ibérica, de la cual había perdido su dominio que logró por medio de la conquista de los Visigodos, que al caer el Imperio Romano, invadieron la península y entre otras cosas impusieron la religión Católica, por lo cual el Vaticano “cobraba su respetivo diezmo”, tanto a plebeyos como a nobles. 
Esta fue la razón por la cual, los pueblos originarios de la península les pidieron apoyo a los musulmanes para echar a los Visigodos, que en meses los desplazaron hasta la famosa Batalla de Poitier (732), en lo que hoy es Francia, en donde el franco Carlos Martel detuvo el avance musulmán, retirándose estos hasta los Pirineos.

El Vaticano entonces recuperó la península para sus diezmos y obligó a los castellanos, primero a expulsar a los musulmanes de la riquísima región del Sur y quemar las grandes bibliotecas de Córdoba y Granada, donde se guardaba la sabiduría milenaria del “mundo antiguo”, ...
...después a los judíos y posteriormente a invadir, conquistar e imponer a su nobleza castellana en los reinos vencidos de la península, quitar las lenguas ancestrales de los pueblos originarios de la península y crear, por medio de las armas y la violencia, el reino de España en 1516. Los castellanos primero lo hicieron en la Península Ibérica y después en el Continente Americano.


Lo segundo que impulsó el Vaticano, fue la invasión del ahora llamado continente americano, en sociedad con los “mercaderes” europeos, que habían perdido el acceso al Medio Oriente, India y a China. 

En esos días, la Europa salvaje y guerrera no producía bienes, solo guerras, armas y saqueos, de modo que la mercadería era importada de Oriente. Cuando el Imperio Otomano en 1453 cerró el paso de las caravanas, el comercio se detuvo.



Fue entonces que los mercaderes financiaron la invasión de América en busca de una ruta comercial a la India. Por su parte, el Vaticano proporcionó copia de los mapas chinos, que los misioneros habían logrado llevar a Roma y que eran, en ese entonces, secreto de estado. 
Colón poseía copias  de mala calidad de los mapamundis chinos y, por ello, él sabía que la Tierra era redonda. Su problema fue que su mapa no contemplaba al continente americano y él y sus socios, creían que iban a llegar a la India.  

Este error fue el que más tarde permitió a la corona española, deshacer los compromisos asumidos en la firma de Las Capitulaciones de Santa Fe (17 abril 1492), en la que la corona le entregaría jugosas ganancias leoninas a Colón y sus socios, los mercaderes, por financiar y comprometerse a descubierto una nueva ruta comercial a la India. Esta razón es por la que al continente en principio se le llamó Las Indias Occidentales y Colón trató por todos los medios legaloides de demostrar que había llegado a la India. 

Finalmente, el Vaticano a través de las Bulas Alejandrinas (1493) le otorgó al reino de Castilla, “la propiedad por mandato divino” de las tierras y riquezas encontradas y vandalizadas. Y a su vez, la corona castellana legaliza “terrenalmente”, el genocidio, epistemicidio y el saqueo de los pueblos y tierras del continente invadido. 

Este pavoroso holocausto, que exterminó, en los primeros cien años a más de cien millones de seres humanos e inició la depredación de la Naturaleza, es presentado por el eurocentrismo, en la llamada, por ellos, “historia universal”, como una gran epopeya civilizadora y humanista, en la que, Europa integra a “la civilización universal” a pueblos salvajes, primitivos, caníbales, guerreros e idólatras del “nuevo mundo”. 


El eufemismo de “Encuentro de dos mundos”, es en realidad, una de las más grandes atrocidades en la historia de la humanidad. 

De modo que después de cinco siglos de hegemonía de la cultura europea, quien a partir de 1492 se dedicado a invadir, someter y explotar a los pueblos del planeta, para crear a través del saqueo y despojo, el capitalismo y la “modernidad”. 


Podemos afirmar que han creado la peor y más necrófila cultura del mundo. 
Los centros de poder comercial y financiero que iniciaron en Venecia y Córdoba, después, en el siglo XVII pasaron a Ámsterdam, para finalmente desplazarse a su centro actual, Nuevo Ámsterdam, ahora llamado Nueva York, mantienen el poder del llamado “uno por ciento”, sobre los seres humanos del mundo. 


En efecto, ninguna cultura ha puesto a la vida y al planeta en peligro de extinción, como lo han hecho los gobiernos europeos, en especial: Inglaterra, España, Alemania, Francia e Italia, y a partir de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos.

Esto se ha logrado por las alianzas “no formales”, pero sí, compartiendo los mismos intereses y beneficios, entre los anglosajones, los mercaderes y el Vaticano. Es decir, los pueblos salvajes y guerreros del Norte de Europa, con los mercaderes adoradores del “becerro de oro”, bendecidos por un supuesto “designio divino”. 


Las guerras militares y las guerras comerciales y financieras, así como el fanatismo religioso, son la estructura básica de dominación. Los guerreros y los comerciantes han creado el “mundo moderno”, en dónde el dinero, el comercio, el consumismo y la supremacía militar y financiera, rige los destinos actuales del planeta.

De esta manera, la ideología eurocéntrica, pretende ocultar y deformar la “verdad histórica”, para presentarse como la cultura más antigua y desarrollada de la historia de la humanidad. 


El capitalismo y la democracia representativa, como el mayor logro humano, siendo Europa, la génesis de lo mejor de la civilización humana, lo cual es totalmente falso.

Finalmente, podemos afirmar, que la civilización que alcanzó la más alta calidad de vida para TODOS sus habitantes, durante más de diez siglos continuos fue la Civilización del Anáhuac, que a través de su “pirámide de desarrollo humano tolteca” (sistemas de alimentación, salud, educación y organización),...
...la cual no usó la propiedad privada, la moneda, y no impulsó la cultura guerrera, ni la invención de armas, sustentando su conocimiento con un claro sentido “biófilo”, la que implantó el primer sistema de educación obligatorio, público y gratuito del planeta,... 


...creó la democracia participativa más longeva del planeta, y la que, fundamentó las relaciones sociales en la comunalidad, así como la que formuló por muchos siglos un sólido propósito espiritual a nivel de Estado.


Son, justamente, estos inconmensurables logros humanos y civilizatorios, los que ha pretendido desaparecer la ideología eurocéntrica al presentar, en su “historia universal”, a la Civilización del Anáhuac como salvaje y primitiva; lo cual, justifica el holocausto y epistemicidio, tratándolos de convertir en una acción civilizadora y humanista. 
      
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jueves, 10 de noviembre de 2016

MI MADRE EN TERAPIA INTENSIVA.



La entrada en la vorágine del sistema de salud es por la puerta grande de “urgencias”. Ahí llegan todos los heridos y las personas enfermas de gravedad. Familiares y pacientes con la angustia en los ojos desorbitados. La muerte se pasea majestuosa por sus atestados pasillos, seguida de una corte de odiosos duendecillos del terror. A mi madre la internaron un jueves por la tarde con la amenaza de estar sufriendo un infarto.
Los seres humanos encuentran en este “rompe olas”, el doloroso golpe de sentirse frágiles y mortales. Los dineros y las miserias, las sapiencias y las ignorancias, los buenos y los malos, todos entran por urgencias al pavoroso circo de la muerte justiciera. No existe nada más democrático en este mundo que la muerte.
“Urgencias” es un lugar donde se estrella la prepotencia y la arrogancia, pues ante el olor apestoso de la muerte sorpresiva, todo se hace añicos y se convierte en nada. Entrar a urgencias en calidad de paciente es un formidable y grotesco golpe a nuestra importancia personal, al ego. Llegar a urgencias en calidad de familiar, es constatar la fragilidad de nuestra aparente estabilidad.
En urgencias del sistema de salud, los seres humanos pasan a ser un número y dejan de ser personas. Se les desnuda y se les mimetiza en la impersonal bata que ha propósito lo deja enseñando su indefenso cuerpo.
El neoliberalismo económico de los últimos 20 años, no sólo ha dejado al sistema de salud en la bancarrota, sino a las personas que trabajan ahí las ha convertido en defectuosas máquinas insensibles. En efecto, las instalaciones se notan avejentadas, sin mantenimiento, cojas, rotas, parchadas. Los trabajadores, desde el vigilante de la puerta, hasta los médicos de guardia, están artos, malhumorados, sobre estresados, inconformes; rabiosos contra sí mismos, sus compañeros, los pacientes y sus “latosos” familiares,...contra el mundo entero. La frustración y la violencia contenida flotan entre las camas y pasillos, se entremezclan con el olor a la muerte y el hedor del miedo.
Los pacientes inertes sólo alcanzan a manifestar su terror de olfatear a la muerte a través de sus ojos, que desorbitados buscan desesperados, una puerta como para salir inmediatamente de esta dantesca pesadilla.
Caer en un hospital de la seguridad social, sin “ser alguien”, es caer en el infierno chiquito de la vida. Donde encontrará diablos y demonios mayores, ángeles y arcángeles, pero sobre todo, a pomposos Dioses grandes y chiquitos disfrazados de doctores.
La miseria humana en todo su esplendor, pero con el tufo de la muerte y el sabor del terror, porque déjeme decirles que el terror y la muerte tiene un inolvidable sabor, que cala profundo hasta el alma y tarda mucho tiempo en desaparecer de la boca y de la garganta.
La soberbia y la prepotencia de aquellos que tienen en sus manos la vida y la muerte de pacientes desesperados, angustiados y aterrados por la cercanía de la muerte, es verdaderamente insultante.  No hay peor burocracia, que la que piensa que tiene en sus manos la salud de las personas. Desde el analfabeto, anémico y mal pagado guardia de la puerta, que como San Pedro, decide con la luz de “su intelecto” y su supremo criterio, quién cruza y quién no cruza “la puerta de las indulgencias”. Pasando por los afanadores que chacotean entre el dolor y el terror de aquellos que se sienten como viles reces, en las instalaciones de un rastro del tercer mundo, y que saben, que no tienen escapatoria.
O que decir de las enfermeras que tratan de sobrevivir en medio de la sangre y un quejido de dolor, fortaleciendo su caparacho de insensibilidad e indiferencia. Mujeres que estoicamente tratan de salvarse un poquito o salir lo menos golpeadas del dolor, el vómito y el excremento de los tocados por el destino, tratando de encontrar un espacio entre los dioses y semidioses que poseen el luminoso conocimiento que permite hacer vivir o dejar morir a los pacientes.
La burocracia ramplona y mal pagada, como en todas partes, con todos sus vicios e incapacidades humanas y del sistema, pero con la diferencia de que aquí se juega con los sentimientos más profundos de los seres humanos, aquellos que ante la muerte nos enfrentan al pánico más aterrador de darnos cuenta de que la muerte existe también para nosotros y para nuestros familiares. Nada peor que estar semidesnudo e indefenso en una camilla de urgencias, esperando a que te atiendan en el siniestro carrusel de la muerte.
En un hospital existen sus infiernos grandes y sus infiernos chiquitos. Sus demonios y sus diablitos, sus ángeles y sus arcángeles y todos los Dioses por supuesto, grandotes y enanos, que con su bata blanca y su estetoscopio se pavonean como supremos detentadores del magno conocimiento que define la vida y la muerte. Con infinita soberbia y gran desprecio para aquellos seres humanos que se encuentran en total estado de indefensión. No se les puede molestar, no se les puede interrumpir. Sí uno se atreve a hablarles, voltearán agresivos su fría mirada de desprecio y contestarán, cuando ellos lo crean conveniente. Con una incómoda y ajustada educación fingida, salpicada de desprecio, tratan a los apesumbrados y nerviosos familiares, como tontos de capirote. 
Los médicos burócratas se manejan con una sobrada y arrogante prepotencia, los pacientes son sólo simples y llanos objetos de su sapiencia, los familiares son molestos estorbos saturados de ignorancia.
Cada médico, cada enfermera, cada trabajadora social, cada vigilante, cada uno de ellos tiene trato directo con Dios y a su vez ellos tienen que tratar con los molestos e ignorantes seres humanos.
Sin embargo, después de unos días de este infierno, se da uno cuenta de sus grandes pequeñas luchas de poder, sus rencores, sus envidias, sus frustraciones, sus diferencias insalvables,... de sus miserias. En efecto, en un hospital de la seguridad social, existen cientos de fronteras, atalayas y fosos insalvables, así como alianzas estratégicas, armisticios y guerras de baja intensidad, que no se aprecian a primera vista. 
Enormes castillos y fortalezas, cajas de seguridad y hasta cuartos de castigo, pero también personas que no han sucumbido a la vorágine de la insensibilidad, la indiferencia y a la deshumanización. Porque también hay que decirlo, existen personas sensibles y humanas, que en medio de este infierno, dejan flores y frutos perfumados por el espíritu humano.
Sin embargo, existe un común denominador en un hospital, desde el incapaz y famélico vigilante de la puerta, hasta el más encumbrado y poderoso “dador de vida”, que se la pasan “regañando” a los pacientes y a sus familiares, que tienen que vivir este infierno, como quién cruza un campo minado o una “tierra de nadie” en un frente de combate.
Uno tiene que dirigirse a ellos con suprema humildad, para no acrecentar su frustración y enojo. Lo que dice uno de ellos, sólo es válido en su horario y en “su territorio”. En otro tiempo y en otro espacio, el paciente o el familiar, para sobrevivir, tienen que “negociar” con el que esta en turno, tienen que buscar su aprobación, aceptación y padrinazgo.

Los familiares somos como pelotas de futbol, en medio de las patadas que unos y otros se dan. El paciente tiene que ser un objeto sin identidad, sin derechos y sin inteligencia. El familiar tiene que ser servil, dócil y mudo, ante el omnipotente poder. Con ellos no se puede hablar de manera horizontal, siempre debe ser vertical. Desde abajo para arriba y tratando de que no se molesten.
En un hospital de la seguridad social, uno de los bienes más preciados y que se escamotean a pacientes y familiares es la información. Cada quien desde su castillito tiene “su verdad” y su diagnóstico. Cada quién, desde el analfabeto vigilante hasta el especialista poseen la única verdad verdadera y todos se descalifican unos a otros y como dijo un “dador de vida” con estetoscopio, “si no estoy yo, este hospital no funciona” o el todopoderoso de terapia intensiva, “aquí el que manda soy yo”.
Otra característica de este sistema es que a los pacientes y sus familiares se les trata como retrasados mentales y a la menor provocación se les espetea una sarta de términos médicos, para dejar al mortal o a quien esta en vías de serlo muy pronto, en la sumisión más llana por su inconfesable ignorancia, reafirmando la supremacía y la contundencia de sus argumentos, que generalmente dejan al interlocutor en la frustración y en la indefensión.
A mi madre la veo indefensa navegar entre este turbulento río, que representa el estar en una cama de la unidad de terapia intensiva. En ocasiones me mira con ojos profundos y desorbitados, como incrédula de estar viviendo este infierno, como pidiéndome que la arranque de esta tumultuosa y bizarra pesadilla. Otras veces veo que se apena cuando la afanadora o la enfermera nos maltratan “porque no traemos bien puesta, una minúscula y ridícula bata” o porque no hacemos lo que ellos desean, pues en los hospitales de la seguridad social, los familiares de los pacientes se convierten en meros sirvientes de los afanadores y de las enfermeras.
En un hospital de la seguridad social, se lucha contra la muerte y contra la burocracia a brazo partido y con la bayoneta calada, cada espacio, cada posición, cada información. Los pacientes y sus familiares estorbamos y causamos trastornos a estos burócratas... achichicles de la muerte.
Porque lo que más duele en este trance, no es la inexorable muerte misma, porque todos nos vamos a morir y la muerte es justa y liberadora. Lo que duele y lastima el corazón de pacientes y parientes, es la insensibilidad, la majadería y la bajeza humana de estos burócratas que se piensan seres sagrados, que la muerte y el dolor nunca los tocarán.
Porque no es su incapacidad, ni su falta de profesionalismo, ni su ignorancia; el problema es su pequeñez humana y su miseria existencial.
Sí Dios en verdad existe, estoy seguro que su infierno lo encontrarán, eternamente, abandonados en una camilla, en un atestado pasillo de urgencias de un hospital de la seguridad social. 
15 de Noviembre de 2001.
Oaxaca de Juárez, Oaxaca

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