Uno de los autores más importantes de finales del siglo XX en el tema de los pueblos y culturas del Anáhuac, es sin lugar a dudas, el Dr. Carlos Lenkersdorf. Su trabo a lo largo de casi 30 años con la cultura maya-tojolabal de Chiapas, abrió un horizonte jamás pensado en cuanto a la supervivencia de las bases y valores esenciales de la Civilización del Anáhuac. Es como hemos dicho antes, el mayor “descubrimiento de la arqueología del Espíritu”, es decir, conocer y entender a la civilización invadida y excluida desde la esencia y perspectiva propia. Este trabajo se puede ubicar en la estructura de conocimiento descolonizado que hicieron Guillermo Bonfil, Laurrete Séjurné y que siguen haciendo Rubén Bonifaz Nuño y Alfredo López Austin, entre los prominentes miembros de “la academia”, sin poder nombrar a una creciente lista de investigadores y animadores culturales que empiezan a percibir y re-interpretar el pasado vivo y la historia ancestral de los pueblos y culturas emanadas de la civilización original desde una óptica descolonizada.
Entre los trabajos más conocidos de Lenkersdorf podemos citar: Filosofar en clave tojolabal, Los hombres verdaderos…., en este artículo comentaremos el libro que personalmente me ha impactado más, en tanto los otros libros hablan sobre los valores sociales que rigen -de diversas maneras- la vida de los pueblos y culturas llamados “indígenas” por la cultura dominante, y que emanan de la ancestral Toltecáyotl, misma que a través de “las fuentes” y las obras de historiadores la hemos conocido en “la-historia-muerta-del-pasado”. Lo importante de la obra de Lenkersdorf, es que nos enseña “vivos” los valores esenciales de la Toltecáyotl en nuestros tiempos y nos permite entender el gran misterio de cómo estos pueblos pudieron tener mil años de esplendor (200 a.C. a 850 d.C.), pero sobre todo, que han podido sobrevivir a su muerte histórica en estos cinco siglos.
Pero de manera personal, este libro me impactó porque descubrí que a lo largo de toda mi vida nunca aprendí a escuchar. Que he vivido entre sordos en un concierto de monólogos del cual he formado parte. Esta actitud ante “los otros” ha sido un rasgo cultural muy acendrado de la cultura mestiza-colonizada a la que pertenezco. Ahí está, pues, la obra de Lenkersdorf para todos aquellos que afirman por ignorancia o mala intensión, que la civilización del Anáhuac desapreció en 1521 y que los pueblos y culturas sobrevivientes nada tienen que aportar a la nación. Para todos aquellos que juzgan a las culturas anahuacas sin conocerlas en base a sitios comunes que ha creado pérfidamente la mentalidad colonizadora para justificar la explotación, injusticia y exclusión que han sido sometidos estos cinco siglos.
Carlos Lenkersdorf inicia su libro haciendo una importante observación. Apunta que habían estudiado y enseñado en países de Europa y de América, que tuvieron excelentes maestros, pero que en ninguna universidad se les había enseñado sobre la cultura de los pueblos originarios del Anáhuac.
Señala que los anahuacas tojolabales de Chiapas, les enseñaron su lengua y su cultura, sin maestros y sin libros, apunta que sus maestros fueron “analfabetos”. Y los tojolabales les enseñaron porque Carlos y su esposa se acercaron a ellos pidiendo su instrucción. Siempre la gente “de razón” llega a las comunidades indígenas a “enseñarles” o a ordenarles, pero nadie había llegado a pedir instrucción. De esta manera “los tojolabales se transformaron en educadores y nosotros en educandos gracias a ellos. Un cambio que no se produjo por 500 años a excepción de contados ejemplos” (p.15).
Lenkersdorf descubre la esencia viva de la sabiduría ancestral de la civilización del Anáhuac en nuestros tiempos. La Toltecáyotl implícita en la lengua y en la vida de los tojolabales de nuestros tiempos. Es la lengua la puerta de entrada para descubrir este maravilloso legado cultural, ajeno para la cultura dominante. “Así se nos abrieron y se abrirán perspectivas desconocidas y no soñadas que, además, nos hacen falta y que nos ayudarán a salir del provincialismo cerrado que caracteriza al país y a su cultura europeizada, por no decir euorcéntrica.”(p.18)
Descubre Lenkersdorf que en el nombre que se dan a sí mismos, este pueblo milenario maya, define su cultura y ratifica la pertenencia a la civilización que la generó. En efecto, en la lengua tojolabal significa: -tojo- como lo que esta es su plena realización y -´ab´al- escuchar; entendido como los que escuchan, de modo que se puede traducir como “el pueblo que escucha en plenitud”.
Así los anahuacas mayas sustentan su cultura en el arte de escuchar, porque al “escucharse” la gente se “empareja” y al “igualarse” no existen los mandones, ni los pobres ni los ricos, campo propicio para que tome fuerza el “nosotros” y el “consenso”, estructura fundamental del comunitarismo y la democracia participativa ancestral. Lenkersdorf a través de la lengua tojolabal descubre lo que ha estado ahí durante siglos y primero los conquistadores y luego los colonizadores de ayer y de hoy, nunca han querido ni les ha interesado conocer.
Carlos Lenkersdorf
El autor nos enseña que para conocer una cultura se debe hacerlo desde su propia “perspectiva”, escala de valores y sus significados. La cultura occidental que desde 1492 anda descubriendo y europeizando al mundo, siempre ha juzgado desde su perspectiva (eurocentrismo) y su escala de valores, asumiendo una posición de supuesta superioridad. Lenkersdorf nos enseña a través de inteligentes juicios y reflexiones que la cultura occidental es una cultura de sordos, en la que unos hablan y los otros obedecen. En la que unos pocos hablan y las mayorías “oyen” solamente y no escuchan. Una cultura sustentada en la dominación y sujeción del otro.
En efecto, en la lengua tojolabal existen dos sujetos en comunicación, “yo hablo y tu escuchas”. En las lenguas europeas según Lenkersdorf -que es lingüista-, la estructura es: “yo hablo y tú entiendes”, lo que implica un sujeto y uno objeto, una posición activa y la otra pasiva.
Pero los tojolabales, apunta Lenkersdorf, le dan un toque más sutil al arte de escuchar, pues se refieren a los diálogos del corazón. No es como en la cultura dominante que dice, “que piensas”, sino que preguntan “qué dice tu corazón”. No solo es escuchar las palabras sino los sentimientos. Establecen que existe comunicación también sin palabras, por lo cual, se puede uno comunicar con “todo el mundo” que nos rodea, sea éste de montañas, animales, insectos y vegetales. Al escucharse se iguala y al aparejarse se hermana. Así entonces un árbol, un coyote o una hormiga, por la comunicación, se convierte en “un hermano” más de este mundo.
Lenkersdorf escribe “Para conocer otra cultura, otra cosmovisión, insistimos nuevamente que debemos aprender a percibirla desde la perspectiva de ella; de su cultura y cosmovisión”. (p.23). El autor al penetrar con respeto y sin prejuicios al mundo “del otro” al mundo maya-tojolabal, descubre que también existe una “cosmoaudición” y da como ejemplo: “el término nosotros es el pronombre personal de la primera persona del plural. Así se nos enseñó en la escuela cuando aprendimos nuestra lengua. Pero en otras culturas, por ejemplo el tojolabal, el nosotros /ké ´ntik, aparte de ser el pronombre señalado y una palabra muy, pero muy frecuente, es el concepto clave que explica la organización socio-política del pueblo y su cultura”. (p.24).
El “nosotros comunitario” ancestral del Anáhuac y presentado por Lenkersdorf en el pueblo y cultura maya-tojolabal, pero que está presente en todas las culturas del Cem Anáhuac y del Tawantinsuyu, es la base de todo tipo de relaciones sociales y culturales entre los pueblos anahuacas de ayer y de hoy. Al emparejarse la gente se fortalece en dos valores, lo “nostrico” como llama el autor y la actitud, por consiguiente del consenso en la comunidad. Dos valores que le dan fuerza y permanencia a la cultura del “nosotros comunitario”.
El autor escribe: “Para aclarar mejor el término del emparejamiento democrático entre los tojolabales y otros pueblos mayas, insertamos una explicación. No se trata de una igualdad mecánica desde el punto de vista económico, cultural, de género o de otra clase. No importa si es mujer u hombre, maestro o milpero, obispo o comunero. Es decir, las diferencias citadas se refieren a la función individual que cada uno representa o desempeña. Pero dichas funciones no introducen diferencias con respecto a la posición social. Cada uno tiene voz y voto sin más o menos importancia. Todos saben escuchar, todos son escuchadores y el escuchar no lleva títulos ni tiene género." (p.28).
Esta es una de las razones fundamentales por las cuales “la ciencia occidental colonizadora”, nunca ha podido conocer a profundidad y en igualdad de circunstancias a la civilización invadida. Solo es válido el discurso de los vencedores. Desde Hernán Cortés y Bernal Díaz pasando por los misioneros y llegando a los historiadores coloniales y neocoloniales de los siglos XIX y XX, los pueblos invadidos y vencidos no han sido “conocidos y valorados” en la esencia y perspectiva de su propia cultura. Siempre han sido para él colonizador: hostiles, salvajes, primitivos, incivilizados e ignorantes. El conquistador y el colonizador han hablado y los invadidos escuchado, ellos han escrito y los invadidos solo han leído lo que el vencedor en su infinita ignorancia ha escrito sobre ellos. Muy pocas veces ha existido un dialogo de iguales.
Al respecto Lenkersdorf apunta: “Por eso, no se establecieron diálogos de mutuo entendimiento. Por la misma razón, las publicaciones científicas, políticas y culturales sobre otras culturas, pueden tener juicios muy académicos sobre ellas, pueden ser juicios muy eruditos pero, a menudo, no tocan el meollo de las culturas.” (p.37).
El libro de Lenkersdorf nos enseña que vivimos una cultura en la que no se valora el escuchar. Por el contrario, se pondera el hablar, convencer e imponer. Estudiamos y nos preparamos en el arte de la elocuencia, sea política o comercial, se trata de convencer e imponer nuestras ideas o intereses a los otros pero, poco se alienta socialmente el escuchar, el esforzarse por comprender “al otro”, por “igualarse a él”. Entre otras cosas porque al escuchar nos emparejamos con el otro, nos igualamos y hermanos. Es decir, sí escuchamos al enemigo, deja de ser enemigo, porque escuchar implica algo más que poner atención y empatía con la contraparte, sino requiere abrir nuestro corazón y tratar de entender las razones del otro, diferentes a las mías. Porque el arte de escuchar resulta el fundamento esencial para que pueda existir el dialogo. El no escuchar implica el rechazo al sentido del “nosotros comunitario”. Para ser comunitario y vivir en comunidad, se requiere aprender a escuchar. Lenkersdorf apunta “Sin empatía no entendemos lo que nos dice el otro”. (p.45). “Para escuchar, tenemos que acercarnos al otro sin prejuicio alguno”. (p.51).
Finalmente en este tema, el autor toca la dualidad del “dialogo interno y el del corazón”. El primero viene del ego y es el que nos reafirma y explica el mundo y la vida desde la perspectiva de nuestra individualidad, de acuerdo a como nos han enseñado que es el mundo. El dialogo interno que no cesa ni un segundo de la vida, construye y reconstruye “el mundo” en nuestros pensamientos y nos encierra en ellos, nos impide ver más allá de nuestros pensamientos a los que llamamos “realidad o verdad”. En cambio el dialogo con el corazón nos conecta con el “nosotros cósmico” y nos hace ser y sentirnos como una totalidad. El dialogo con el corazón nos empareja y nos iguala con todo lo que nos rodea. Algunas escuelas de conocimiento le llaman el “silencio interior”.
El habito de escuchar como un elemento cultural fundamental de un pueblo abre los canales de la comunicación. Al existir la comunicación la gente se “empareja”, se iguala, y al ser iguales se hermanan. Al escuchar comprendemos mejor al otro, nos humanizamos y cuando escuchamos a todos los hermanos, sean animales, vegetales u objetos, nos conectamos con el universo.
Los tojolabales son un pueblo que histórica y culturalmente escuchan, -´ab´al´- los de la lengua escuchada. Y –tojol-, lo que cumple con su vocación, lo recto o lo verdadero. En consecuencia, Carlos Lenkersdorf señala: “El ser tojolabal, por esta razón no es asunto biológico, de la raza, de la sangre, el haber nacido en una comunidad tojolabal o de hablar el idioma de este pueblo Maya desde la niñez, sino que significa un compromiso. Por lo tanto, una persona puede tojobalizarse o destojolabalizarse al no cumplir con su vocación.
Carlos Lenkersdorf foto de Macedonio Fernández
Los tojolabales, pues, son aquéllos que saben escuchar puesto que ésta es su vocación” (p.61).
Aprender a escuchar
Enseñanzas maya-tojolabales
Plaza y Valdes Editores
México 2008.
Primera de tres partes.