lunes, 28 de enero de 2013

TOLTECAS Y TOLTECÁYOTL…por qué exaltarlos




Algunas personas me preguntan el por qué exalto tanto a los toltecas y la Toltecáyotl. La respuesta es muy sencilla, primero porque representan lo mejor que tenemos de lo “propio-nuestro” y segundo, porque debido a la colonización mental y cultural esta información nos es desconocida y negada.


Pero además, podría añadir, se exalta sin límite y hasta la saciedad las culturas grecolatina o la anglosajona, pero cuando uno exalta “la propia-nuestra”, -porque debemos de recordar que somos parte de una de las seis civilizaciones más antiguas del mundo-, inmediatamente viene el feroz juicio prejuiciado y colonizante… “!estás idealizando demasiado, los toltecas no eran perfectos!, los colonizadores ingleses fueron peores que los españoles, etc.”.


Es curioso, pero la gente en general en este país está totalmente desinformada de la historia, cultura y filosofía de su civilización Madre, y aquellas personas que supuestamente “están informadas”, sus fuentes son hispanistas y colonizantes, comenzando con la llamada “Historia oficial” escrita por los vencedores en las que conoce la batalla ganada por los mexicas a los invasores extranjeros como “de la noche triste”.

 
El hecho de que los textos escritos por conquistadores, misioneros y colonizadores a principios de la invasión/ocupación, después de cinco siglos sigan siendo tomados como “verídicas fuentes históricas” desnuda totalmente la estructura del discurso histórico de los vencedores, desde Hernán Cortés hasta Mel Gibson.


Estos textos fueron escritos por intereses personales y mezquinos, Hernán Cortés para tratar de legalizar su situación de prófugo de la ley de Cuba; Bernal Díaz después de decenas de años, ya anciano, escribe para pedir una pensión a la corona española, los misioneros para dar a conocer la cultura y las prácticas religiosas de los invadidos-colonizados y poder hacer más eficaz la destrucción de su cultura y religión a manos de la iglesia católica.


Todos tienen en común el rechazo y la total incomprensión de una civilización que era, en sus preceptos sociales, culturales, religiosos muy superior a la europea venida del medievo. Sobresale la falta de interés de verdaderamente conocer y tratar de entender la visión del mundo y de la vida de los invadidos. 


Jamás se “descubrió al otro”, al anahuaca se le subsumió en el mundo conocido europeo, por eso les llamaron “indios”, pensando que habían llegado a la India. Hasta la fecha la sociedad dominante no conoce, ni le interesa conocer la visión del mundo y de la vida de los llamados pueblos “indígenas”. Lo que les interesa son sus territorios y recursos naturales.


Cuando digo que la anahuaca era una civilización superior a la europea, me baso al comprar la calidad y nivel de vida del ciudadano promedio de Madrid con uno de Tenochtitlán en 1519, periodo por cierto, postclásico de decadencia en el Anáhuac. En la alimentación, salud, educación y organización social los anahuacas estaban en un condición mucho mejor a nivel de pueblo común y corriente que los españoles.


Por supuesto las mentes colonizadas inmediatamente argumentarán que los mexicas hacían “pavorosos sacrificios humanos”, pero la verdad es que los españoles también los hacían, solo que les llamaban “autos de fe” que estaban a cargo de la Santa Inquisición en donde se quemaban vivas a las personas en las plazas públicas.


Los hispanistas colonizados argumentan que los mexicas eran guerreros y luchaban contra los pueblos vecinos. Los peninsulares tenían siglos enteros luchando contra los árabes y la cultura del medievo se caracterizó por las permanentes guerras entre reyes y señores feudales durante mil años. Algo que omiten es la violenta conquista que hicieron los reinos de Castilla y Aragón, en esos mismos tiempos, de los reinos que existían en la península hasta forjar, -a sangre y fuego-, el reino de España en 1516 (la doble conquista).


Los mexicas en cambio solo desde 1440 cuando Moctezuma Ilhuicamina tomó el poder y a través de las “guerras floridas” en donde estaba prohibido matar al enemigo empezó 81 años de un limitado dominio tan solo del Altiplano Central y parte de las costas del Golfo, pero jamás dominaron todo el Cem Anáhuac, eso es un mito colonizador.


Sin embargo, los “hispanistas colonizados” nunca hablan de los más de mil años del periodo Clásico del esplendor del Anáhuac (200 a.C. a 850 d.C.). Nunca toman en cuenta que en este periodo no hubo guerras, ni sacrificios humanos, que se inventó el cero matemático, la cuenta perfecta del tiempo, que se construyó el mayor número de pirámides del mundo.


Pero aún más, los “hispanistas colonizantes” no hablan que somos la única civilización antigua que inventó su alimento, es decir el maíz. Que desarrolló un asombroso y eficaz sistema alimentario, desde la milpa, los sistemas de riego, la chinampa, pasando por una excelente alimentación e higiene tanto familiar como comunitaria. No hablan de que la inteligencia y sabiduría del Anáhuac ha dado al mundo el chocolate, el nopal, la vainilla, el amaranto, la calabaza, más de cuarenta productos que hoy alientan a la humanidad.


Tampoco hablan de que la civilización del Anáhuac fue la primera que tuvo un sistema de educación en el mundo. En efecto, desde probablemente el año 1500 a.C. todos los niños del Anáhuac tenían que ir a la escuela de siete a 18 años, y que esta educación era obligatoria, pública y gratuita, misma que los colonizadores inmediatamente desaparecieron, destruyendo las escuelas, quemando los códices y asesinado a los maestros. Europa tuvo el primer sistema público de educación en Italia hasta 1596 d.C.


No mencionan que en el Anáhuac no se inventaron armas. Las mismas que recibimos de la prehistoria, después de más de siete milenios, con esas mismas enfrentamos la invasión. Si bien la cultura mexica fue guerrera, ésta solo imperó en el Altiplano Central y parte de la costa del Golfo 81 años, es decir, de 1440 a 1521. Los colonizadores pretenden hacernos creer que “la historia de los mexicas” (1325 a 1521) representa la historia de la civilización del Anáhuac (6000 a.C. a 1521 d.C.). Totalmente falso y doloso.


Los apologistas de la “hispanidad colonizadora” no argumentan que en el Anáhuac no se desarrolló la moneda para impedir la expansión del comercio, la explotación y el atesoramiento. Tampoco se permitió la “propiedad privada”, todo era comunal y comunitario.


Pero lo fundamental, el propósito social era eminentemente de carácter espiritual. En efecto, así como en la cultura occidental dominante actual, el propósito social, familiar, personal y del Estado es generar la riqueza material, entiéndase acelerar el consumo y la economía, en el Anáhuac estaba sustentado en la trascendencia espiritual del mundo material. 



En síntesis, no era una civilización basada en la guerra, la propiedad privada, el comercio, el consumo. La prueba irrefutable es que los vestigios de sus magnas construcciones como Teotihuacán, Monte Albán, Chichen Itzá, Palenque y Xochicalco, por citar solo algunas, no fueron construidas como fortalezas, palacios o zonas habitacionales. 


Sus grandes y majestuosas construcciones, como en el caso de Monte Albán, en las que invirtieron 1350 años en su proceso constructivo nos demuestran que existió “un propósito comunitario compartido a través de muchas generaciones” y que tuvo un objetivo-propósito muy elevado que no caducó o pasó de moda.


Lo cierto es que todo este esplendor civilizatorio que llevó a los más elevados niveles “el desarrollo humano”, tuvo un colapso generalizado desde Nicaragua hasta el Norte de los E.U. Una acción concertada en al que los venerables maestros abandonar y destruyeron de súbito estas maravillosas construcciones. Dejando dicho en la mitología anahuaca que regresarían a restaurar la sabiduría y el equilibrio en el año “uno caña” que se repite cada 52 años.


A partir del año 850 empezó la decadencia religiosa y filosófica en el Anáhuac. Se crearon los Señoríos, empezó a desarrollarse las rivalidades, las envidas y por supuesto los conflictos y guerras. La llegada del Norte de los mexicas como chichimecas (barbaros), el “pueblo sin rostro”, la fundación de Tenochtitlán en 1325 y la trasgresión filosófica y religiosa de la milenaria sabiduría tolteca conocida como Toltecáyotl marcó el último periodo cultural del Anáhuac, pero ni fue el más importante ni el más largo.


Finalmente quiero decir que sería una verdadera tontería suponer que en el Anáhuac y en su longeva civilización “la perfección humana se logró”. La esencia de lo humano es justamente su imperfección. Sí fuéramos perfectos no seríamos seres humanos, acaso ángeles o seres celestiales. La sabiduría y la virtud es justamente darse cuenta de esa imperfección y trabajar en consecuencia para mejorar, sabiendo que la perfección en inalcanzable.


En el Cem Anáhuac existieron y siguen existiendo individuos y grupos humanos de poco desarrollo y limitada consciencia. Aún en los mismos días del esplendor existían pueblos primitivos o básicos, poco evolucionados que eran belicosos y guerreros. Así como hoy en el país más rico y capitalista del mundo existen 30 millones de pobres. Por fortuna la condición humana es diversa y la pluralidad desbordante, esa es una de las “maravillas de lo humano”.


Pero si se puede generalizar y se debe generalizar cuando se construye los fundamentos de una Identidad Cultural y una “memoria histórica” de una nación. Así como occidente sustenta sus “mitos civilizatorios” en las bondades y virtudes de la cultura grecolatina, sabiendo que los griegos eran un puñado de pueblos esclavistas, guerreros y desunidos, en permanentes guerras fratricidas, y que los romanos eran una sociedad imperialista, explotadora que llegó a bochornosos niveles de degradación moral, ética y política. Occidente fundamenta su modelo civilizador en los mejores logros de estas culturas. Esto es válido y todo mundo está de acuerdo.


De la misma manera, los que nos pensamos como los hijos de los hijos de los pueblos originarios, los que nos sentimos legítimos herederos de la sabiduría humana atesorada, sistematizada y trasmitida a lo largo de ocho milenios hasta nuestros días, no importando si hablamos una lengua originaria o vivimos en las montañas o desiertos o en una ciudad, los que hemos activado el “banco genético de información cultural” que se nos ha legado y que es nuestra mayor herencia cultural, sentimos el orgullo de ser parte de esta civilización vigente, vibrante y vital, que no ha muerto. Nosotros nos sentimos orgullosos del Anáhuac y de la Toltecáyotl, como otros pueblos se sienten orgullosos de India y el hinduismo o de China y el taoísmo o confusionismo. Ni más ni menos.


Los que creemos que existen otras formas de relacionarnos entre los seres humanos, la naturaleza y el cosmos. Que los seres humanos durante estos diez mil años de “civilización humana” no solo hemos estado pensando en atesorar, explotar, comerciar, sojuzgar, guerrear, dominar y explotar a la naturaleza. Que han existido muchas civilizaciones, culturas y pueblos que han buscado fines humanistas y espirituales, sustentados en el respeto, el equilibrio y la equidad.


Los que estamos indignados por los cotidianos excesos e injusticias sobre los pueblos del “México-profundo-anahuaca” a manos del “México-imaginario-criollo”, y el desvergonzado cinismo y abuso de un puñado de corruptos en el poder político y económico que han des-gobernado y destrozado “su patria” desde 1821, excluyendo a la gran masa popular en la toma de decisiones y en el reparto de la riqueza.  


Los que pensamos que el futuro de nuestro pueblo justamente está en el conocimiento y práctica de los valores y principios ancestrales que guiaron a nuestros venerables antepasados en los momentos más elevados y virtuosos de su desarrollo humano.


Los que creemos que la Toltecáyotl es una valiosa herencia que puede cambiar, para bien, nuestro destino como personas, familias, pueblos y nación. Por estas razones dedico mi trabajo a investigar, promover y difundir la civilización del Anáhuac y su filosofía, la Toltecáyotl. Desde esta perspectiva, su exaltación es una necesidad emergente e impostergable.





Visite: www.toltecayotl.org







lunes, 21 de enero de 2013

Tláloc y su aspecto filosófico.



                   

“No necesariamente lo antiguo es primitivo”

Tláloc no puede ser “el dios del agua” para la elevada y milenaria civilización del Anáhuac.


Casi las mismas ideas y descripciones que hicieron de la civilización del Anáhuac a principios del Siglo XVI los conquistadores españoles, sigue prevaleciendo en pleno Siglo XXI. Los textos escritos por Hernán Cortés o Bernal Díaz del Castillo, que no fueron historiadores o investigadores y que fueron escritos desde una perspectiva muy limitada y prejuiciada se mantienen inexplicablemente como “fuentes históricas” fidedignas.


Tanto los escritos de gente ignorante como los conquistadores, así como gente fanática como los misioneros hasta la fecha son testimonios “irrefutables” de cómo era la civilización invadida y de cómo se realizó la conquista. 


Para analizar el grado de desarrollo de las dos civilizaciones y poder comparar sus niveles y alcances, partamos de la base de la noción de “tiempo y espacio”.  Para los europeos de 1492 era que la Tierra era plana y que el tiempo en que la Tierra gira en torno al Sol era de 365 días cerrados (Calendario Juliano).


A diferencia de la percepción anahuaca de que la Tierra era redonda, que estaba integrada en un sistema solar y que la Tierra giraba en torno al centro de la galaxia en 25625 años y que el tiempo en que la Tierra gira en torno al Sol era de 365.2520 días. 


Estos datos demuestran claramente el nivel de desarrollo, consciencia y percepción del mundo y la vida de las dos culturas. El ser y el estar, el aquí y el ahora. La descolonización de la historia es más que necesaria para poder reconocernos a nosotros mismos en toda nuestra cabal dimensión y recuperar “nuestro rostro propio y nuestro corazón verdadero”, dejando atrás “lo que escribieron” los invasores y lo que “siguen escribiendo” los neocolonizadores.


Cada una de las seis civilizaciones Madre, es decir, las más antiguas con origen autónomo contaron con una “pirámide de conocimiento” que explicaba el mundo y la vida, definiendo sus más elevados propósitos, conocimientos que fueron elaborados a lo largo del tiempo y a través de experiencias sistematizadas.


En el vértice superior de todas ellas encontramos lo que en Occidente llaman “filosofía”. Un conjunto de ideas muy elevadas, con contenidos abstractos y complejos que pretenden explicar el mundo y la vida, proponiendo un fin o propósito  social supremo como civilización.

 
En un segundo nivel inferior se encuentra la visión religiosa de esta primera concepción abstracta. Una serie de historias y dogmas que explican de manera sencilla a un mayor número de personas, las “verdades abstractas del pensamiento filosófico” y que ayudan a dirigir al pueblo en la misma dirección del propósito social ancestral compartido. 

 
En un tercer nivel se encuentra la visión del mundo y la vida que tenían en general la base de la pirámide social. Para nuestra civilización los “masehuales” o merecidos del sacrificio de las divinidades creadoras. Esta visión es dirigida por el pensamiento filosófico, pero explicado a través de la religión por medio de mitos, símbolos, rituales, tradiciones, fiestas, usos y costumbres.

 
Otro elemento que se debe tomar en cuenta para “decodificar” la información que hoy se tiene de la sabiduría ancestral del Anáhuac, es que a lo largo de más de tres mil años, los tres niveles de conocimiento sufrieron sensibles cambios y modificaciones en el tiempo y en el espacio. Especialmente los últimos 81 años de relativo poder que tuvo el imperio mexica en el Altiplano Central y parte de la costa del Golfo de México.

 
En efecto, no era la misma percepción de Tláloc en el Altiplano Central en el periodo Clásico del esplendor por los toltecas, que en el periodo Postclásico decadente por los mexicas. Lo mismo se puede aplicar a la religión Católica. No es la misma percepción del Espíritu Santo en el Siglo XVI, que la que actualmente se tiene. 

 
Una de las distorsiones creadas, impulsadas y mantenidas por la colonización cultural, consiste en hacer pensar que los mexicas son el sumun o pináculo de la civilización del Anáhuac y que además, que fueron vencidos por un puñado de “valerosos españoles” gracias a la superioridad de su cultura, religión y armamento. Totalmente falso y doloso.  

     
Mucho tenemos que re-descubrir, re-interpretar y re-pensar los anahuacas del Siglo XXI sobre nuestra Cultura Madre, para poner punto final a la colonización mental y cultural en que hemos sido sometidos estos casi cinco siglos y que nos han condenado a la más aberrante ignorancia, la de ser “un extranjero ignorante en su propia tierra”.

 
Tláloc no puede ser “el dios del agua” para la elevada y milenaria civilización del Anáhuac. Comenzando debemos de pensar que un civilización que había “inventado el maíz”, el uso del cero matemático y que conocía perfectamente la mecánica celeste, para lo que necesitó de un sofisticado sistema de observación y sistematización del conocimiento en el que están implicadas las cientos de pirámides construidas a lo largo de miles de años, no podía ser “adoradora del agua”.

 
Una civilización que percibía el mundo y la vida a través de cargas de energía, que descubrió que el ser humano, no solo estaba constituido de energía, sino que era el productor de una energía muy sofisticada a través de su consciencia de ser, no podía -en esencia-, ser “adoradores del agua”. Aunque el agua es vital, no solo para la vida humana, sino para la vida en todo el planeta. El agua es solo un símbolo, así como “la paloma” es solo un símbolo para la religión católica.

 
Nuestra civilización Madre manejó la percepción del mundo y la vida en general, a partir de que la unidad se componía a través del equilibrio de los opuestos complementarios, es decir, la “dualidad divina”, Ometeótl. De esta dualidad divina se desprenden un par de opuestos complementarios (o hijos). Tezcatlipoca rojo (Xipe-Totec), Tezcatlipoca blanco (Quetzalcóatl), Tezcatlipoca azul (Tláloc), y Tezcatlipoca negro. Que representan además los cuatro rumbos de la existencia en el Tlatipac o superficie terrestre. 

 
A su vez, en el plano de la existencia humana están simbólicamente el Quetzal (espíritu-arriba) y Cóatl (materia-abajo); y el tonal (la razón-lado derecho) y el nahual (la intuición-lado izquierdo),  par de opuestos comentarios con los que construye el mundo que percibimos en sus cuatro direcciones y el centro u ombligo representando el equilibrio. 

 
Pero existe otra dualidad divina, Tláloc y Quetzalcóatl en el plano religioso, en dónde el primero representa la energía luminosa, como ya hemos dicho, es decir, el mundo constituido por cargas energéticas o mundo atómico y el segundo constituido por la energía espiritual, la energía más “pura” en el universo la cual es producida por el desarrollo de la consciencia de los seres vivos, pero en especial del ser humano.

 
Tláloc de esta manera, -representado con el agua-, es un símbolo del mundo “material”. En efecto, la “materia” está constituida por moléculas, átomos, neutrones, protones, etc., es decir de ENERGÍA. Y dónde hay agua, la energía luminosa se convierte en energía vegetal a través de la fotosíntesis y surge la VIDA. De esta manera cuando los Viejos Abuelos toltecas se refieren a Tláloc, en un nivel filosófico se representa la energía con que está compuesta “la materia”.


 
En un sentido religioso, es uno de los opuestos complementarios con los que se constituye el mundo, como el Tezcatlipoca azul, hijo de la Dualidad Divina. De esta manera, el ser humano está constituido de materia (Tláloc-Tezcatlipoca azul) y de espíritu (Quetzalcóatl-Tezcatlipoca blanco), en este caso como Ehécatl Quetzalcóatl, que es simbólicamente “el soplo divino que le da conciencia a la materia”. Ehécatl Quetzalcóatl por consiguiente tampoco es el “dios del viento”.

 
Los fanáticos y prejuiciosos misioneros, nunca quisieron entender que los anahuacas no tenían dioses y mucho menos eran politeístas. Su religión era mucho más antigua que la que traían los españoles. Además era de origen autónomo y generada por su propia cultura, a diferencia de la católica que había sido impuesta en la península ibérica por los romanos al final de su imperio y que a lo largo de la Edad Media sufrió muchas deformaciones y tergiversaciones.

 
Los perniciosos y maliciosos escritos de los misioneros, en primer lugar, tenían como objetivo conocer (desde su cerrada perspectiva medioeval) la religión de los invadidos para difundirla entre los misioneros para poderla destruirla eficientemente, el mismo Sahagún lo afirma en el prólogo de su famosa obra, Historia General de las cosas de la Nueva España. Y en segundo lugar estos textos no fueron inspiradas en el respeto y reconocimiento del invadido-vencido. Por el contrario, condenaron a priori cualquier valor de la civilización de los pueblos del Anáhuac saturándola de adjetivos negativos.  

 
Los Viejos Abuelos anahuacas tenían una sola matriz filosófica religiosa común a todas las culturas del Cem Anáhuac, desde la actual Nicaragua hasta el Norte de los Estados Unidos. Es decir, eran los mismos preceptos fundamentales, pero iban cambiando de forma, más no de fondo, según la cultura que los desarrollaba. El fondo está sustentado en La Toltecáyotl.

 
Para el caso de Tláloc en la civilización del Anáhuac, todas las manifestaciones filosóficas-religiosas partían de la misma matriz, pero cambiaba su nombre por la lengua de cada cultura y su iconografía, pero mantenían elementos comunes a todas. Para el caso de Tláloc, todas las representaciones, independientemente de la cultura, todas tenían una anteojera y una lengua de serpiente.

 
Para la cultura nahua era Tláloc, para la cultura maya era Chac, para la cultura zapoteca era Cosijo y para la cultura totonaca era Tajín. Todas las manifestaciones diferentes en iconografía y lengua, pero todos significaban filosófica y religiosamente lo mismo, además de tener en común la anteojera y la lengua de serpiente. Unidad en la diversidad, pluralidad cultural de carne y hueso.
 

 
De esta manera debemos concluir que la figura simbólica de Tláloc, tiene una génesis filosófica y varias manifestaciones religiosas. Cada cultura, desde los olmecas en el Periodo Preclásico (1500 a.C.), pasando por los toltecas del Periodo Clásico (200 d.C.), hasta los mismos mexicas decadentes del Periodo Postclásico (1519), mantenían la misma matriz filosófico-religiosa, pero con variantes que les daba las diferentes lenguas, iconografías, mitos, ritos, de cada cultura en tiempo y espacio diferentes.

 
Entender al ser humano anahuaca inmerso en una lucha interior, en una “Batalla Florida”. Percibido como una dualidad en busca de un equilibrio entre la energía luminosa y la energía espiritual, entre el Universo y la Tierra, entre el mundo concreto sustentado en la razón y el mundo abstracto sustentado en la intuición, nos dan otra perspectiva y otra dimensión totalmente a las descritas en “las fuentes históricas” y en la multimedia global de Mel Gipson y su bodrio de Apocalypto en nuestros días.

 
Nos devuelve el orgullo legítimo de ser hijos de los hijos de una de las seis civilizaciones más antiguas y la que logró el mayor grado de desarrollo para todo su pueblo. Nos obliga a soñar, imaginar, diseñar y construir un mundo con los principios y valores que guiaron el Periodo de Esplendor que duró más de mil años (200 a.C. a 850 d.C.). Nos invita a investigar cuál fue el más elevado y milenario propósito social de nuestros nobles y sabios antepasados, para actualizarlo e implementando en el mundo en el que hoy estamos viviendo.

 
Es evidente para toda persona consciente que es necesario replantear el camino que hemos seguido estos cinco siglos. El fracaso de la sociedad colonial y neocolonial es más que evidente. El futuro está en el conocimiento y revaloración plena de nuestro pasado.