Como persona, como familia o como
pueblo, somos lo que recordamos. Es decir, que, el conjunto de mis recuerdos es
lo que me hace ser “yo”. Sí pierdo mis recuerdos, me pierdo yo. Quedo fuera de
sí, es decir, enajenado. Amnésico, sin memoria, sin conciencia.
La colonización
se sustenta fundamentalmente en someter al invadido-conquistado, a perder su
lengua, su memoria, sus conocimientos, sus espacios y su espiritualidad. El
invadido-conquistado queda hecho polvo. No sabe de dónde viene, quienes fueron
sus ancestros, cuáles sus logros.
No sabe quién es él, en dónde está; y, por
consiguiente, no sabe a dónde va. Queda, como dijo el poeta, perdido
completamente en “el laberinto de la soledad”, tratando de ser lo que nunca
será, y despreciando lo que es en verdad.
El mexicano promedio, con estudios
académicos o sin estudios, (porque el sistema educativo no se lo enseña), no
conoce su historia ancestral. Sus pocos conocimientos, totalmente tergiversados,
se limitan a lo que llama “historia
prehispánica”, que los aztecas fueron un poderoso imperio, que dominaban todo
México y otras mentiras más.
Sin embargo, lo que hoy conforma nuestro país, es
la cuna de una de las seis civilizaciones más antiguas y con origen autónomo
del planeta, y la que alcanzó el más alto grado de calidad de vida, para todo
su pueblo.
Somos tan importantes y antiguos como China e India, y, sin embargo,
sus hijos no tienen una memoria histórica y una identidad cultural ancestral a
diferencia de los chinos y los indios.
No conocen la grandeza de su Cultura
Madre, los importantes alcances y aportaciones que la sabiduría del Anáhuac ha
entregado a la humanidad.
Al quedarnos:
“mudos, amnésicos, estúpidos, sin raíz y en el aire, y sin nuestra espiritualidad
ancestral”, quedamos indefensos, vulnerables, frágiles, aptos para la
explotación, la exclusión y la resignación.
Se nos asesina, se nos despoja, se
nos humilla y se nos engaña, y lo único que alcanzamos a decir, es “para servir
a usted patrón”. Este país, apenas creado en 1824, por una reducida élite de
criollos y gachupines, no se ha portado como un padre con su pueblo, como
debería ser.
Más bien, como un padrastro perverso, que ha usado al pueblo como
soldado de leva en sus permanentes luchas por el poder, o ha usado al pueblo
como voto duro en sus fraudes electorales, o como consumidores inconscientes de
las porquerías que le venden los empresarios extranjeros o las trasnacionales.
Nunca, en los 195 años de existencia de México, los dueños del poder económico
y político, jamás se han comprometido verdaderamente con el pueblo.
En efecto,
los dueños del dinero en este país, -la mayoría extranjeros avecindados-, jamás
han trabajado con el pueblo y para el pueblo. Lo que han hecho es simular que trabajan
para él.
Se simula que se trabaja, pero en realidad, solo se les roba, porque
el erario teóricamente es del pueblo.
Las pequeñas élites que nos han
desgobernado en estos 195 años, se han caracterizado por ser, además de ineptos
e ignorantes, su característica más fuerte es que son una cleptocracia y una
kakistocracia, es decir, el gobierno de ladrones y el gobierno de los peores.
Pero, sobre todo, esta gente, desde Santa Anna hasta Peña Nieto, han tenido un
desamor, una falta absoluta de compromiso por el pueblo y el gobierno de
México.
Para ellos, que se siguen sintiendo “de extranjía”, aunque tengan
generaciones de vivir en México. Ven al país como un negocio y a sus ciudadanos
como mercancía, objetos de su riqueza. Más nada.
El pueblo-pueblo, aún los
llamados indígenas o pueblos originarios, son “extranjeros incultos en su
propia tierra”. No tienen memoria histórica e identidad cultural ancestral. No
saben conscientemente, en qué consiste filosófica e históricamente, pertenecer
a la Civilización del Anáhuac.
Es cierto que tienen algunos “su lengua”, pero
desconocen la filosofía de su lengua Madre.
No tienen conocimiento de la
sabiduría ancestral que produjo antes que cualquier pueblo el cero matemático,
o la invención de la primera calculadora del mundo, no saben cómo, por qué y
para qué, sus antepasados construyeron los Tollan (zonas arqueológicas),
que
hoy son utilizados por los criollos ricos, como atractivo turístico, y en las cuales ellos están excluidos.
Ni los
llamados indígenas o pueblos originarios, y mucho menos los mestizos conocemos
la milenaria historia de nuestro pasado. Pero esto no es producto del azar o de
una deficiencia genética.
Esta lobotomía histórica, ha sido provocada a
propósito por el Estado mexicano de ideología criolla, para la perfecta
explotación y enajenación. Ha sido, el arma más poderosa en estos cinco siglos.
El jueves 21 de febrero se
cumplieron 500 años del desembarco de los invasores en el Anáhuac. Y nadie dijo
nada. Nadie “se acordó”. Nadie sabía. Una fecha que debería estar en la
conciencia nacional.
Una efemérides para invitar a analizar, qué nos ha pasado y
qué nos puede pasar. El gobierno de “la transformación” le dedicó el año al
General Emiliano Zapata. Taibo II, tal vez como gachupín, ni se le ocurrió
recordar.
Los burócratas indigenistas o los indígenas políticos, se la pasaron
disfrazados “celebrando el día de las lenguas indígenas”.
Que vergüenza. Que
pena. Que olvido.
Tanto desmemoriados, como colonizados, estamos perdidos.
Desaparecen las lenguas indígenas, se asesina a quien se opuso a un peligroso
mega proyecto que favorece a tres empresas trasnacionales, dos españolas y una
italiana.
Se reprime y se asesina a quien defiende al pueblo y a la tierra.
Y
nadie se quiere acordar que esto empezó hace justamente 500 años.
Descolonizar es dignificar
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