INTRODUCCIÓN
Cómo enfrentar un mundo cada vez más hostil y deshumanizado. Cómo sobrevivir entre una masa informe de gente embrutecida que sólo piensa en el dinero, el consumir, el grotesco placer y la diversión degradante. Qué hacer cuando las instituciones sociales más importantes se encuentran dirigidas por personas corruptas, simuladoras y cínicas quienes, a través del engaño y la mentira, hunden cotidianamente estas instituciones, que en su lugar deberían brindar dirección, apoyo y confianza a los ciudadanos. Qué hacer cuando los medios de comunicación masiva enajenan y embrutecen al pueblo sistemáticamente, y el sistema educativo engaña y coloniza a los estudiantes, dejándolos en la desolada ignorancia, totalmente deshumanizados, carentes de principios y valores éticos; únicamente despertándoles la ambición del lucro, la competitividad y el consumismo.
Qué hacer cuando vemos que todo se derrumba alrededor y aparentemente nada se puede hacer. Qué hacer cuando percibimos que estamos solos y el sistema se yergue contra nuestras más elevadas aspiraciones. Qué hacer cuando no nos resignamos a morir enajenados y embrutecidos, o cuando nos sentimos solos. Cómo sobrevivir en el caos.
La respuesta es buscar en el pasado los principios y valores que un día llevaron a nuestros “Viejos Abuelos”[1] a construir una de las civilizaciones más importantes del mundo. Ante este caos depredador, el futuro está en nuestro pasado.
El desafío es investigar nuestra verdadera historia, haciendo a un lado la "versión oficial", escrita por los vencedores, y encontrar los luminosos y eternos valores del México antiguo, para con ellos edificar el presente y diseñar nuestro propio futuro.
Los mexicanos constituimos un pueblo que desciende de una de las seis civilizaciones más antiguas, con origen autónomo del planeta, que en su apogeo llegó[2] a tener más de mil años de esplendor, aportando a la humanidad conocimientos que hoy son parte de los fundamentos de la cultura universal.
Dichos conocimientos van desde el desarrollo de la agricultura (6000 a.C.), la invención del maíz, la milpa y la chinampa, hasta el planteamiento del cero matemático, el conteo exacto del tiempo y el asombroso registro del movimiento de planetas y estrellas, entre muchos otros.
Tal sabiduría humana, lograda a lo largo de siete mil quinientos años de desarrollo endógeno, permitió a aquellos seres humanos no sólo satisfacer eficientemente sus necesidades básicas, sino asimismo elevar su potencial humano a niveles que hoy no podemos entender, especialmente en el campo de la espiritualidad y la trascendencia.
En el periodo llamado Clásico (200 a.C. a 850 d.C) los hombres y mujeres de conocimiento alcanzaron la cima de su sabiduría y pináculo de su desarrollo cultural, después de lo cual desaparecieron misteriosamente, legándonos un patrimonio que "duerme" en nuestro banco genético y subyace en las sincréticas formas de la cultura popular. Pero especialmente, reside agazapado en el corazón de cada mexicano. Tal acervo de sapiencia adormecida en nuestros corazones viene esperando el momento de despertar. De vez en cuando, a manera de chispazo, ilumina nuestra penumbra, como en el trágico sismo del 19 de Septiembre de 1985 en la Ciudad de México, en que el “banco genético de información cultural”[3] se activó y la organización ciudadana logró rescatar a cientos de damnificados, ante el colapso de las autoridades.
Los mexicanos aún no tomamos plena conciencia del verdadero patrimonio cultural heredado de los "Viejos Abuelos". Los monumentales y asombrosos vestigios, apreciados en las zonas arqueológicas, las excelsas piezas que hoy lucen en museos nacionales y extranjeros, no son más que el reflejo material de la grandeza espiritual de nuestros antepasados.
Lamentablemente, desde la llegada de los conquistadores nunca se valoró en su justa dimensión la sabiduría y el conocimiento de los vencidos. Occidente sólo ha tenido ojos para el mundo "material", que paradójicamente es el menos importante de la civilización del Anáhuac[4]. Con todo, la verdadera riqueza yace en la sabiduría que construyeron a lo largo de miles de años los hombres y mujeres del Cen Anáhuac[5].
Los conquistadores y colonizadores de ayer y de hoy, carecen de ojos y corazón para aquilatar la auténtica riqueza de la civilización negada. Mas, al igual que en China o la India, en lo que hoy es México, se edificó a lo largo de los siglos una sabiduría que le ha permitido sobrevivir a pesar de estar condenado a la desaparición. Lo asombroso es que, a pesar de los quinientos años de salvaje colonización, este milenario conocimiento ha resistido, camuflándose inteligentemente, mediante un sincretismo mágico, para “integrarse” a la cultura dominante, garantizando así su supervivencia.
La herencia más valiosa que cualquier civilización pueda aportar a sus miembros reside en el conocimiento material que garantice su supervivencia y el conocimiento trascendental que los torne conscientes de sí mismos. Los mexicanos actuales contamos una pléyade de conocimientos, alimentos, tradiciones y objetos como el maíz, el amaranto, el adobe, las tortillas, las salsas, los atoles, los tamales, las cerámicas, los textiles, el pulque, los chapulines, las bebidas derivadas del cacao y del maíz, la milpa, la chinampa, los petates, los mecates, la herbolaria, el tequio, la gozona, la fajina, el sistema de cargos, el compadrazgo… que constituyen la indisoluble trama de nuestra realidad.
Sin embargo, no tomamos en cuenta otro elemento, todavía más importante en nuestro patrimonio, el espiritual o "intangible" que, paradójicamente, representa el aspecto más sólido de cualquier cultura. Si la punta del iceberg es la edificación material, la parte sumergida, infinitamente más grande, representa indiscutiblemente el aspecto espiritual que la organiza y preserva.
En efecto, la civilización del Anáhuac ha producido y preservado celosamente milenarios conocimientos sobre la vida, el ser humano y el universo, que son su verdadero fruto, su mayor riqueza, su razón de ser. Estos conocimientos se generaron entre el segundo siglo a.C. y la mitad del octavo d.C., tras lo cual inexplicablemente la civilización del Anáhuac se vino abajo en una sola generación. Los habitantes de lo que hoy se conoce como las "zonas arqueológicas", -que eran centros de investigación y sistematización del conocimiento-, primero derruyeron y quemaron los edificios casi hasta sus cimientos, cubriéndolos después de tierra para con ello, literalmente "desaparecer de la faz de la tierra". No se sabe por qué lo hicieron, ni cómo lo hicieron, ni a dónde se fueron. Dicho evento es registrado por los especialistas como, "el colapso del periodo clásico superior" y es considerado como uno de los grandes enigmas de la humanidad.
Al igual que en las otras civilizaciones "madre" (la egipcia, la mesopotámica, la india, la china y la de la zona andina), los conocimientos de la cultura anahuaca han quedado preservados de dos maneras. En un reducido y selecto grupo de personas, que celosamente los transmiten de una generación a la siguiente, en espera de su renacimiento oportuno. Así, de manera secreta y a través de escuelas y filosofías herméticas, ha ido pasando esta sabiduría humana a través de los tiempos, lo mismo en Egipto, India, que en México. La segunda manera es en el subconsciente de los individuos, en su banco genético de información cultural, en el corazón del pueblo.
Lo que una civilización ha aprendido en lo más profundo de su ser, no se pierde jamás, por más embrutecido y enajenado que se mantenga a su pueblo. Olvidamos que el mundo es mágico e insondablemente misterioso, y que por consiguiente los humanos estamos hechos de magia y misterio. Es por ello que los pueblos son portadores de conocimiento ancestral.
Tras el colapso del Anáhuac, transcurrieron siglos de decadencia y trasgresión, desde 850 d.C. aproximadamente hasta 1519 d.C., con la llegada de los invasores europeos.
En efecto, el pueblo que más transgredió las enseñanzas de los toltecas fueron los aztecas, últimos emigrados del Norte, de naturaleza bárbara y belicosa, que desconocían la exquisita lengua náhuatl. Los aztecas fundaron Tenochtitlán en 1325 y su momento de verdadera gloria, no duró más de cien años. Dicho pueblo contravino los principios espirituales asociados a Quetzalcóatl, transmutándolos por groseros y bizarros conceptos materialistas, respecto a los cuales su Dios tribal, Huitzilopochtli, inspiró el culto a la guerra, los sacrificios humanos, el comercio ambicioso y el sojuzgamiento de otros pueblos.
Fueron tiempos difíciles para los portadores de la cultura tolteca, que se refujiaron en sitios sagrados donde los bárbaros no se atrevían a perturbarla. Sin embargo, a la llegada de los europeos, los centros de conocimiento tuvieron que "desaparecer" del mundo inmediato, primero ante la feroz amenaza del conquistador y más adelante por la ignorante y depredadora acción del colonizador, que desde 1521 trata de borrar cualquier huella de la civilización invadida.
Desde 1521 la sabiduría que sustentó a la civilización del Anáhuac ha vivido de manera "clandestina" y subterránea. Pero definitivamente no se ha extinguido la luz del conocimiento que un día inspiró la edificación de Monte Alban, Teotihuacan o Palenque. Esta sabiduría es la luz que enseña a los seres humanos su verdadero lugar y su misión en el universo, es nuestro mayor patrimonio cultural, y el que ha de garantizar nuestra supervivencia ante los avatares y asechanzas del futuro.
Así, a lo largo de estos casi cinco siglos de invasión y colonización, si los mexicanos hemos podido sobrevivir a nuestra muerte histórica, ha sido gracias a la sabiduría ancestral. En el plano material de la vida, sin los conocimientos sobre la agricultura, alimentación y salud, literalmente habríamos desaparecido dentro de los primeros trescientos años de colonización; y si en los dos últimos siglos no hemos desaparecido culturalmente, ha sido gracias a la solidez y fortaleza de las culturas del Anáhuac, que en su vértice superior apuntan hacia la suprema espiritualidad.
Ha sido gracias al patrimonio cultural de tan portentosa sabiduría que se pudieron mantener vivos los cuerpos de sus hijos y, sobre todo, pudo mantenerse encendido el potencial espiritual de nuestra civilización, a pesar de la severa embestida de la "modernidad occidental".
Los mexicanos heredamos conocimientos, principios y valores que nos han permitido sobreponernos a los más increíbles desastres físicos y sociales, a las mayores injusticias y a la más pavorosa explotación, porque somos poseedores de un conocimiento que vive en nuestra sangre y fluye por nuestro corazón pero que, sobretodo, está depositado en lo más profundo de nuestro Espíritu.
Estamos iniciando el tercer milenio de la cultura judeocristiana y entrando al noveno milenio de nuestra propia civilización. Son tiempos difíciles en que las fuerzas más perversas y oscuras se han apoderado de gran parte del planeta y de casi todos los corazones y mentes de los seres humanos. La especie humana está en peligro y el mismo planeta, como ser vivo, también está en peligro de extinción.
Los seres humanos debemos recurrir a nuestro mayor potencial para enfrentar las grandes crisis. El potencial para hacerlo se encuentra depositado en la sabiduría de nuestra “Civilización Madre”, que entraña la fuerza de vida. Los conocimientos ancestrales son los que pueden garantizar el futuro. Ellos nos enseñan acerca de nuestro potencial espiritual y luminoso, de nuestra capacidad disciplinaria, de nuestra confianza en nosotros mismos y de nuestra templanza física y moral, así como de la relación armoniosa que guardamos con el universo.
El presente trabajo pretende ser una reflexión que nos permita sobrevivir en estos tiempos de oscuridad y materialismo suicida, en el que la mayoría de las instituciones políticas, sociales, religiosas y educativas naufragan en un pantano de corrupción y enajenación. La reflexión intenta servir de estímulo para retomar los sabios conocimientos del espíritu humano más elevado, y aplicarlos en nuestro grotesco mundo de globalización, neoliberalismo y "modernidad", como un reto a favor de la vida y un desafío personal. Pretende, con la sabiduría tolteca, enfrentar el individualismo, la violencia, el consumismo, el racismo y el embrutecimiento, que le cierran las puertas y oportunidades a los seres dotados de un espíritu sensible y conciencia despierta, que no se resignan a sucumbir en el amenazado futuro que les depara el actual sistema.
El presente trabajo no pretende ser un "recetario de cocina", por el contrario, intenta alentar al lector a construirse una alternativa de vida que manifieste su propio sentir y pensar, a partir de su propio legado cultural más ancestral, que no de los modelos ajenos, totalmente inadecuados para nosotros. Pretende alentar, a partir de la creatividad y la inteligencia, la construcción de su propio modelo de vida, inspirado en los principios filosóficos de los sabios toltecas del México antiguo, de cara a los desafíos del siglo XXI.
El modelo que aquí tomamos es, pues, el del Guerrero y la Guerrera de la Batalla Florida. Sus bases filosóficas se originan en el pasado, pero sus aplicaciones prácticas deberán anclarse en el presente, a fin de proyectar su propio futuro.
La idea es que cada persona que busca el conocimiento y la transformación profunda, construya una nueva forma de vida, diseñe su personal modelo de “guerrero o guerrera de la muerte florecida”. Estos ya no son tiempos de "maestros o gurús", ahora es el tiempo del trabajo íntimo y personal. La senda del Guerrero es un camino “hacia adentro” que se transita en la soledad reconfortante del Espíritu.
Somos hijos de la Toltecáyotl y la sabiduría se expresará por sí misma en cada persona que la intente convocar. El conocimiento siempre ha estado ahí en nuestro “banco genético de información cultural”, esperando pacientemente que lo utilicemos los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos.
[1] Forma poética e incluyente de llamar a nuestros ancestros indígenas.
[2] En el Periodo Clásico del año 200 a.C. al 850 d.C. aproximadamente.
[3] El ser humano también posee una memoria cultural que es la suma de los conocimientos de la civilización que le ha dado vida.
[4] Nombre original del territorio que hoy conforma a México.
[5] Noción de continente. La tierra rodeada de las grandes aguas en lengua Náhuatl.
( * ) Tomado del libro LOS GUERREROS DE LA MUERTE FLORECIDA
Me ha gustado mucho la idea que transmites en el texto, la compartiré, solo una sugerencia, hemos aprendido a llamar "conquistadores" pero en realidad son "invasores" los significados son distintos, el primero quita culpabilidad y responsabilidad de destrucción sobre el sitio y personas invadidas.
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