domingo, 8 de junio de 2014

LAS CIUDADES PREHISPÁNICAS” 2/2



La ciudad, por su naturaleza, necesita de un grupo humano que sostenga sus requerimientos alimenticios, acuíferos, energéticos y de mano de obra, además de objetos y de materias primas para vivir. Las ciudades históricamente han vivido a expensas de los habitantes del campo y las costas.


Desde esta perspectiva, las ciudades son como “canceres” de la Tierra. El ser humano “en equilibrio”, vive en armonía con la naturaleza, consigo mismo y con sus hermanos.



Para ello, vive en núcleos rurales que les permitan tener los beneficios de la vida en comunidad y al mismo tiempo, los beneficios de la naturaleza. Razón por la cual los llamados calpulli rurales eran los de mayor número, aún en el periodo Postclásico.


Escriben “las fuentes”, que lo que inmediatamente hicieron los colonizadores con la cruz y la espada fue hacer “congregaciones”, porque los naturales vivían “dispersos” y para su explotación se requería que vivieran “congregados” en poblaciones donde estuvieran al alcance y comodidad de los encomenderos.


Un ejemplo hasta hace unos 60 años era la forma de vivir en el Tibet, en donde una población eminentemente agrícola sostenía a una élite de monjes budistas, no por sujeción militar-explotadora, sino por convicción cultural/religiosa.
 
 
La gente estaba de acuerdo en destinar sus excedentes agrícolas para el sostenimiento de los monasterios, porque estaba convencida que el trabajo religioso y espiritual de los estudiantes y monjes era válido, justo y necesario para el mantenimiento de su cultura y su sociedad. Era entonces un propósito social compartido por todos de manera voluntaria. 


Cuando el propósito social está dirigido al conocimiento, estudio y práctica de saberes ancestrales en relación a las posibilidades de percepción energéticas del ser humano y su trascendencia espiritual, como fue durante diez siglos en el periodo Clásico en el Anáhuac, se pueden lograr asombrosos resultados, entre ellos, la construcción más numerosa de centros de estudios e investigación, -hoy llamadas zonas arqueológicas-, en la historia de la humanidad.



A pesar del número y la diversidad, todos los centros de conocimiento de La Toltecáyotl en el Cem Anáhuac tienen los mismos elementos arquitectónicos: pirámides cuadradas truncadas, patios cuadrados con cuatro habitaciones (y/0 pirámides truncadas) y sus puertas al interior del patrio, ausencia de ventanas, varias puertas o vanos en una misma pared, vanos casi del tamaño de una pared, ausencia de murallas defensivas, escalones muy altos,
 
pasadizos subterráneos sin aparente conexión con las edificaciones, construcciones rectangulares llamadas tlaxco o “juegos de pelota” que funcionaban como observatorios astronómicos, amplias plazas cuadradas o rectangulares. Pero sobre todo, la mayoría de los edificios estaban edificados de acuerdo a medidas o posiciones astronómicas y rigurosamente orientados, todos, a los cuatro puntos cardinales con una misma y exacta variación hacia el Norte.


Estos elementos arquitectónicos no indican un uso militar, comercial, de casa habitación y no se ubican, -en general-, en lugares aptos para la vida cotidiana, con accesos cómodos, fuentes permanentes de agua y espacios para la agricultura.


No denotan un uso militar, porque la Civilización del Anáhuac no enfocó sus conocimientos en la invención de armas, ni sustentó su expansión cultural en ellas, tanto en el periodo Preclásico, como en el Clásico.
 
 
Las mismas armas que heredaron de la prehistoria, fueron las que usaron más de siete milenios después para enfrentar la invasión europea. La arquitectura misma no es militar, ni defensiva.


La arquitectura tampoco es para espacios que propiciaran el comercio, almacenamiento o exhibición de mercancías. Los anahuacas no usaron la moneda a pesar de que tenían una red muy amplia de mercados o tianguis locales y regionales, donde cada cinco días se intercambiaban productos a partir del trueque.

 
No era una cultura que fomentara el consumo suntuario, el atesoramiento o las exquisiteces alimenticias o decorativas, en ese aspecto, fueron muy prácticas y creativas sus iniciativas alimentarias, usando los recursos naturales que les proporcionaba su hábitat. Con el trueque satisfacían sus limitadas necesidades materiales, debemos de recordar que la austeridad y frugalidad es un elemento cultural de los pueblos originarios.



Los pochtecas del periodo Clásico no eran “mercaderes” en el sentido fenicio. Lo cierto es que se sabe que se transportaban e intercambiaban  objetos de lejanos lugares para el culto, como el oro, papel amate, jade, turquesa, plumas de aves preciosas, obsidiana, etc., desde lo que hoy es Costa Rica hasta el estado de Arizona en E.U., pero nunca con un sentido comercial, como el intercambio comercial de la Ruta de la Seda.  


Tampoco sus construcciones fueron diseñadas para hacer palacios suntuarios o casas habitación. Resulta insultante pensar que realizaban a lo largo de muchos años enormes esfuerzos físicos para construir una pirámide y en lo más alto, edificar una habitación pequeña, con una puerta inmensa y sin ventanas para “hacer un vivienda”.
 
 
O construir una habitación rectangular con tres puertas continuas. Con un sentido crítico y descolonizado, es claro que estas formidables construcciones no eran lugares para que viviera una élite o una “familia real”. Es claro y descolonizado que esos espacios tenían otras funciones y que, eran comunes desde las selvas de Centro América hasta los desiertos y praderas de Norte América.


En el caso de Monte Albán, en Oaxaca, resulta imposible que se trabajara durante 1350 años un proyecto suntuario, transportando piedras de 14 km. de distancia, subirlas a pulso 400 metros de altura sobre el nivel del valle, aplanar una montaña, para construir “un palacio”.
 
 
Como Monte Albán, existen decenas de lugares en el Cem Anáhuac que su construcción fue un proyecto a largo plazo, que contó con la convicción de muchas generaciones y pueblos diferentes.
 
En Monte Albán participaron todas las culturas que hoy conforman los pueblos originarios y su trabajo fue a nivel de tequio, es decir, el trabajo sin remuneración por el bien común, que es ancestral y el cual es una de sus características culturales más acendradas.



Este es uno de los elementos culturales más importantes de la Civilización Madre y que no ha sido tomado en cuenta en toda su dimensión. Es decir, que durante por lo menos diez siglos, los Viejos Abuelos trabajaron intensa y esforzadamente uno de los proyectos constructivos más importantes de la humanidad, creando estos centros de conocimiento a lo largo y ancho del Cem Anáhuac,
Cahokia Mounds, Illinois, E.U. Río Misisipi
 
desde lo que hoy es Nicaragua hasta el Norte de los E.U., que no eran fortalezas militares, murallas defensivas, grandes y largos canales acuáticos comerciales, palacios para élites o monumentales tumbas, puertos marítimos comerciales o grandes ciudades en donde residía un poder imperial.


Como esto, si sucedió en Mesopotamia, China, India, Egipto, Grecia y Roma, la visión eurocéntrica “uni-versal”, trata de ajustar nuestra historia y cultura a la de otros pueblos, y al discurso cientista de la academia occidentalizada.
 
 
El testimonio de nuestra grandeza está justamente en estas maravillosas obras que nos hablan de las elevadas aspiraciones que tenían nuestros antepasados ante la existencia humana y su trascendencia a planos superiores de conciencia, que hoy, apenas se empiezan a vislumbrar tímidamente, pero donde ciertamente está depositada la grandeza humana.


En el periodo Postclásico o decadente, como se sabe se empezó a transgredir La Toltecáyotl, no solo en el aspecto religioso al cambiar a Quetzalcóatl (símbolo de la sabiduría), por Huichilopoztli (símbolo de la voluntad de poder material).

 
Se crearon los Altépetl, los linajes familiares de gobierno, se empezó a crear la propiedad privada, se pasó del trueque al comercio, se empezó a utilizar el cacao y el cobre manufacturado como instrumento de cambio y se creó, como afirma el Dr. Alfredo López Austin el Estado Suyuano, que pretendía restablecer la hegemonía tolteca por medio de las conquistas militares. 


Para el periodo Postclásico se pueden encontrar asentamientos humanos con el concepto de “ciudad tipo occidental”, por las razones anteriormente expuestas. Y es Tenochtitlán, el ejemplo más espectacular del Cem Anáhuac, que para para inicios del siglo XVI era la ciudad más grande del mundo de aquellos tiempos.
 
 
El concepto de “ciudad moderna”, con la traza reticular, con agua potable, barrios y plazas, etc., pero este concepto no operó en los más de diez siglos del periodo Clásico, y en los rastros arqueológicos que nos han dejado la cultura olmeca, no se observan ni fortalezas y menos ciudades.
 
 
Los impresionantes logros arquitectónicos de los mexicas en Tenochtitlán, se lograron por las cargas tributarias que éstos impusieron a sus vecinos sometidos militarmente.


De modo que podemos y debemos de afirmar de manera contundente que es un error, -sustentado en la ignorancia, desprecio o colonización cultural-, hablar de “Ciudades Prehispánicas”, especialmente cuando se refieren a los vestigios arqueológicos del periodo Clásico.
 
 
Mantener este lenguaje es mantener la sumisión y colonización mental y cultural. Los conceptos de “Mesoamérica, Prehispánico, Precolombino, Precortesiano, Imperio Azteca, latinoamericano, hispano y hasta “mexicano”, son producto de la colonización que sustenta su poder en la ignorancia de lo mejor de nosotros mismos.


El discurso colonizador ha sido permanente sobre “lo propio-nuestro”. Desde Hernán Cortés hasta Mel Gipson pasando por “la academia occidentalizada”, se repite incesantemente el mismo discurso de que nuestros sabios antepasados eran politeístas, adoradores de los fenómenos naturales, guerreros feroces e insaciables caníbales y retrógrados sacrificadores de seres humanos, además de limitados agricultores supersticiosos.


Nuestros Viejos Abuelos, no vivieron durante más de diez siglos, -en el periodo Clásico-, con los valores y principios de los pueblos guerreros/comerciales de las culturas europeas.
 
 
Como hoy en día, los pueblos huicholes, tarahumaras o mayas, viven con valores y principios diferentes a los de la sociedad dominante. Y es esta, justamente, nuestra grandeza y nuestra mayor riqueza cultural.


En efecto, la espiritualidad, la comunalidad y la vida en equilibrio con la naturaleza son parte del Patrimonio Cultural Intangible que nos han legado los Viejos Abuelos toltecas a través de La Toltecáyotl.

 
Por lo anterior es inadmisible seguir diciéndole a los “centros de investigación, estudio y conocimiento tolteca”…ciudades o centros ceremoniales.
 
 
Tenemos que decir un ¡ya basta! a lo colonización mental y cultural.


Video recomendado, “Tula: Espejo del Cielo.”



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