Lo que ocurrió hasta ahora fue suficiente: el
2020 nos enseñó bastante. Si no despertamos ahora será tarde.
La naturaleza nos muestra hasta qué punto estamos conectados: lo que le pasa a
uno afecta a todos.
¿Cómo vamos a seguir, hasta cuánto vamos a
estirar la cuerda?
En artículos anteriores reuní materiales
acerca del final de un ciclo, el cumplimiento de una etapa para la humanidad.
Aporté cuánto pude acerca del desarrollo unilateral del conocimiento y la
tecnología, de la desacralización de la vida, del apogeo del ego y el
narcisismo humanos, de la explotación del entorno, del consumo irracional y los
valores falsos…[1]
Muchas otras voces se escucharon y se
escuchan, antes y ahora, mucho más capaces que la mía. Por nombrar solo algunas
a modo de muestra y dejando innumerables de lado, pues hay una corriente entera
que reclama el cambio:
-
El Congreso Mundial de la
Sabiduría (WWC), presidido por Ervin Lázló
-
El último mensaje del Papa
Francisco
-
La reunión del Dalai Lama con Greta
Thunberg y especialistas científicos
Hace décadas que sabemos que la situación
es crítica. No podemos seguir mirando hacia otro lado. ¡Ya está! ¡Fue suficiente!
Si no despertamos ahora, ¡ya mismo!, no
habrá a quién contárselo.
Innumerables signos conjugados nos lanzan a
la cara su explícito mensaje. Todas las fuentes de conocimiento indican lo
mismo. Desde las culturas ancestrales hasta la ciencia ultramoderna, pasando
por todas las enseñanzas auténticas que se revelan para nuestro esclarecimiento
¡y con la facilidad de Internet!
¿Qué estamos esperando? ¿Qué más
necesitamos? ¿Un whatsapp dirigido especialmente a mí por el Mismísimo Creador
del Mundo?
Ya me lo mandó, lo tengo frente a la nariz…
pero no le doy atención porque hace años que está sonando.
¡Es hora de crecer y madurar! Es hora de
dejar la infancia y los jueguitos que nos atraen tanto: fama, dinero, sexo, poder…
¿Hasta cuándo?
El planeta está exhausto, miles de personas
dilapidan alimentos mientras miles de millones padecen hambre, ecosistemas
dañados, catástrofes, nuevos virus que mutan… ¿Y nosotros seguimos interesados
en nuestra minúscula satisfacción en medio del caos? ¿En cómo salvarnos
individualmente o lucrar?
¿Hasta cuándo?
En la cultura andina ancestral profesaban
un principio sagrado: “todo en el universo es ayni”, es decir, reciprocidad. Todo está conectado con todo, todo
da y recibe a cambio, todo es ayuda mutua e interdependencia: con la
naturaleza, los animales, las plantas, con la divinidad y los semejantes.[2]
¿Qué pasa con nosotros? ¿No nos damos
cuenta?
Somos parte de un sistema único, un
mecanismo perfecto que tiene sus leyes. Debemos construir una relación nueva
entre nosotros a partir de un principio integrador.
¿Hasta cuándo vamos a empecinarnos con
nuestra incompetencia?
No tiene sentido seguir echándole la culpa
a los medios de comunicación, a los malos gobiernos o a las corporaciones, al
post capitalismo o a la trans modernidad.
Y cada uno de nosotros, ¿qué? Nos vemos
como víctimas: inocentes, salvos. Pero nuestra percepción está errada. Porque nuestro
egoísmo personal, diligentemente practicado cada día, aporta una gota de veneno
al sistema general del cual formamos parte.
¿No soy yo mismo la célula cancerosa que
está llevando al organismo entero a la autodestrucción?
A ver, pensemos. Mirémonos frente al espejo
de nuestra propia alma. ¿No soy yo mismo un egoísta desatado? ¿Acaso prefiero a
alguien más que a mí mismo?
Sí, por supuesto, me ocupo de mis seres
queridos. Pero ellos no son más que mi egoísmo ampliado. Ellos no son “los
otros”, ellos siguen siendo la proyección de mí. (Y eso si dejamos de lado la
violencia doméstica, los divorcios y la fragmentación de la familia.)
Los otros son los otros, los que están más
allá de mi frontera perceptiva. Los que están antes que yo en la cola del banco
y del supermercado, los que consiguen asiento mientras yo viajo parado, los que
ganan mejor sueldo en el trabajo, o los que no tienen trabajo, ni techo, ni
asistencia médica, ni comida.
Los otros son los otros, la humanidad entera
que me está esperando.
Una amiga participó de una entrega gratuita
de regalos navideños en barrios carenciados. Quedó muy conmovida, habló de la
magia de niños felices frente a lo inesperado.
Sentí algo especial al escuchar su relato.
Me di cuenta que tiene el grosor de un cabello la distancia entre la separación
y la unión de los seres humanos. ¡Están muy cerca! ¡Es solo un paso!
De la hostilidad a la cordialidad, de la
competencia a la colaboración, del desprecio a la aceptación. Ahora lo sé:
están muy cerca, ¡pero es un salto cuántico!
Y no se trata de que lo hagan los otros,
los gobernantes, los líderes mundiales, los políticos. Nada de eso. Todo este
asunto se trata de mí, de revisar mi miopía, mi mezquindad, mi egocentrismo.
¡Soy yo el que está sentado en el banquillo de los acusados!
El futuro de la humanidad depende
exclusivamente de mí, de la actitud que tome de ahora en más hacia mis
semejantes. Si fracasamos, seré yo (cada uno de nosotros) el único responsable.
No olvidemos que estamos sobre un polvorín
y que está a punto de estallar. Vamos a volar por los aires.
Es perentorio revisar las bases de nuestras
relaciones mutuas, destronar al egoísmo y encaminarnos hacia la unión. La unión
entre países, entre tendencias opuestas, la unión de todas las diferencias, en
fin, ¿cómo lo digo? la unión entre lo negro y lo blanco…
¡El plazo se acabó, el 2021 será el año del
cambio!
¿Quién me creo que soy, Creador, quién me
creo que soy?
Una pieza ínfima en un mecanismo enorme de
relojería.
¿Qué puedo aportar yo, a pesar de mi íntimo
deseo,
más que mi plegaria y mi pedido de ayuda?
¡Qué será de nosotros, Creador, si Tú no
nos socorres!
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