INTRODUCCIÓN
Al igual que en las otras civilizaciones "madre" (la egipcia, la mesopotámica, la india, la china y la de la zona andina), los conocimientos de la cultura anahuaca han quedado preservados de dos maneras. En un reducido y selecto grupo de personas, que celosamente los transmiten de una generación a la siguiente, en espera de su renacimiento oportuno. Así, de manera secreta y a través de escuelas y filosofías herméticas, ha ido pasando esta sabiduría humana a través de los tiempos, lo mismo en Egipto, India, que en México. La segunda manera es en el subconsciente de los individuos, en su banco genético de información cultural, en el corazón del pueblo.
Lo que una civilización ha aprendido en lo más profundo de su ser, no se pierde jamás, por más embrutecido y enajenado que se mantenga a su pueblo. Olvidamos que el mundo es mágico e insondablemente misterioso, y que por consiguiente los humanos estamos hechos de magia y misterio. Es por ello que los pueblos son portadores de conocimiento ancestral.
Tras el colapso del Anáhuac, transcurrieron siglos de decadencia y trasgresión, desde 850 d.C. aproximadamente hasta 1519 d.C., con la llegada de los invasores europeos. En efecto, el pueblo que más transgredió las enseñanzas de los toltecas fueron los aztecas, últimos emigrados del Norte, de naturaleza bárbara y belicosa, que desconocían la exquisita lengua náhuatl. Los aztecas fundaron Tenochtitlán en 1325 y su momento de verdadera gloria, no duró más de cien años. Dicho pueblo contravino los principios espirituales asociados a Quetzalcóatl, transmutándolos por groseros y bizarros conceptos materialistas, respecto a los cuales su Dios tribal, Huitzilopochtli, inspiró el culto a la guerra, los sacrificios humanos, el comercio ambicioso y el sojuzgamiento de otros pueblos.
Fueron tiempos difíciles para los portadores de la cultura tolteca, que se refujiaron en sitios sagrados donde los bárbaros no se atrevían a perturbarla. Sin embargo, a la llegada de los europeos, los centros de conocimiento tuvieron que "desaparecer" del mundo inmediato, primero ante la feroz amenaza del conquistador y más adelante por la ignorante y depredadora acción del colonizador, que desde 1521 trata de borrar cualquier huella de la civilización invadida.
Desde 1521 la sabiduría que sustentó a la civilización del Anáhuac ha vivido de manera "clandestina" y subterránea. Pero definitivamente no se ha extinguido la luz del conocimiento que un día inspiró la edificación de Monte Alban, Teotihuacan o Palenque. Esta sabiduría es la luz que enseña a los seres humanos su verdadero lugar y su misión en el universo, es nuestro mayor patrimonio cultural, y el que ha de garantizar nuestra supervivencia ante los avatares y asechanzas del futuro.
Así, a lo largo de estos casi cinco siglos de invasión y colonización, si los mexicanos hemos podido sobrevivir a nuestra muerte histórica, ha sido gracias a la sabiduría ancestral. En el plano material de la vida, sin los conocimientos sobre la agricultura, alimentación y salud, literalmente habríamos desaparecido dentro de los primeros trescientos años de colonización; y si en los dos últimos siglos no hemos desaparecido culturalmente, ha sido gracias a la solidez y fortaleza de las culturas del Anáhuac, que en su vértice superior apuntan hacia la suprema espiritualidad.
Ha sido gracias al patrimonio cultural de tan portentosa sabiduría que se pudieron mantener vivos los cuerpos de sus hijos y, sobre todo, pudo mantenerse encendido el potencial espiritual de nuestra civilización, a pesar de la severa embestida de la "modernidad occidental".
Los mexicanos heredamos conocimientos, principios y valores que nos han permitido sobreponernos a los más increíbles desastres físicos y sociales, a las mayores injusticias y a la más pavorosa explotación, porque somos poseedores de un conocimiento que vive en nuestra sangre y fluye por nuestro corazón pero que, sobretodo, está depositado en lo más profundo de nuestro Espíritu.
Estamos iniciando el tercer milenio de la cultura judeocristiana y entrando al noveno milenio de nuestra propia civilización. Son tiempos difíciles en que las fuerzas más perversas y oscuras se han apoderado de gran parte del planeta y de casi todos los corazones y mentes de los seres humanos. La especie humana está en peligro y el mismo planeta, como ser vivo, también está en peligro de extinción.
Los seres humanos debemos recurrir a nuestro mayor potencial para enfrentar las grandes crisis. El potencial para hacerlo se encuentra depositado en la sabiduría de nuestra “Civilización Madre”, que entraña la fuerza de vida. Los conocimientos ancestrales son los que pueden garantizar el futuro. Ellos nos enseñan acerca de nuestro potencial espiritual y luminoso, de nuestra capacidad disciplinaria, de nuestra confianza en nosotros mismos y de nuestra templanza física y moral, así como de la relación armoniosa que guardamos con el universo.
El presente trabajo pretende ser una reflexión que nos permita sobrevivir en estos tiempos de oscuridad y materialismo suicida, en el que la mayoría de las instituciones políticas, sociales, religiosas y educativas naufragan en un pantano de corrupción y enajenación. La reflexión intenta servir de estímulo para retomar los sabios conocimientos del espíritu humano más elevado, y aplicarlos en nuestro grotesco mundo de globalización, neoliberalismo y "modernidad", como un reto a favor de la vida y un desafío personal. Pretende, con la sabiduría tolteca, enfrentar el individualismo, la violencia, el consumismo, el racismo y el embrutecimiento, que le cierran las puertas y oportunidades a los seres dotados de un espíritu sensible y conciencia despierta, que no se resignan a sucumbir en el amenazado futuro que les depara el actual sistema.
El presente trabajo no pretende ser un "recetario de cocina", por el contrario, intenta alentar al lector a construirse una alternativa de vida que manifieste su propio sentir y pensar, a partir de su propio legado cultural más ancestral, que no de los modelos ajenos, totalmente inadecuados para nosotros. Pretende alentar, a partir de la creatividad y la inteligencia, la construcción de su propio modelo de vida, inspirado en los principios filosóficos de los sabios toltecas del México antiguo, de cara a los desafíos del siglo XXI.
El modelo que aquí tomamos es, pues, el del Guerrero y la Guerrera de la Batalla Florida. Sus bases filosóficas se originan en el pasado, pero sus aplicaciones prácticas deberán anclarse en el presente, a fin de proyectar su propio futuro.
La idea es que cada persona que busca el conocimiento y la transformación profunda, construya una nueva forma de vida, diseñe su personal modelo de “guerrero o guerrera de la muerte florecida”. Estos ya no son tiempos de "maestros o gurús", ahora es el tiempo del trabajo íntimo y personal. La senda del Guerrero es un camino “hacia adentro” que se transita en la soledad reconfortante del Espíritu.
Somos hijos de la Toltecáyotl y la sabiduría se expresará por sí misma en cada persona que la intente convocar. El conocimiento siempre ha estado ahí en nuestro “banco genético de información cultural”, esperando pacientemente que lo utilicemos los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos.
( * ) Tomado del libro LOS GUERREROS DE LA MUERTE FLORECIDA
Me parece un libro muy interesante, sobre todo para las personas que estamos buscando en nuestra propia cultura, las fuentes de la espiritualidad y un camino más armonioso para poder convivir en éste desgarrador presente.
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