jueves, 26 de junio de 2008

LA CORRUPCIÓN EN MÉXICO una estrategia de resistencia cultural. ( * )


INTRODUCCIÓN.

Este trabajo tiene la intención de analizar el fenómeno de la corrupción en México desde un punto de vista cultural, con apoyos en la historia y en la tesis del Dr. Guillermo Bonfil Batalla del “México profundo”. Es una primera aproximación, que intenta buscar otro tipo de respuestas, más allá de las moralistas o aquellas que ha producido el colonialismo cultural, para mantenernos en una situación de inferioridad.

La corrupción es un fenómeno universal, que en todos los tiempos y en todas las culturas se ha dado. Sin embargo, en México tiene características diferentes; por una parte es un fenómeno aparentemente general en todos los niveles de nuestra sociedad; y por otra parte, tiene connotaciones muy profundas tanto en las mentes de los ciudadanos como en las estructuras del Estado.

La corrupción en principio es un mal para la sociedad, porque destruye, debilita, desarticula, resquebraja, desintegra un Proyecto Nacional de Estado y de Sociedad. En principio, bajo ninguna posibilidad se puede aceptar la corrupción, porque “lesiona al ente social”. De acuerdo a este principio, generalmente se han hecho muchos juicios sobre la corrupción en México. Sin embargo, creemos que es necesario ir más allá de esta realidad evidente y buscar respuestas más profundas, que nos puedan dar claridad sobre un fenómeno que es constante en los últimos siglos de nuestro país, y que tal parece es el origen de todos nuestros males.

Se dice que México es un país corrupto, que casi todos los mexicanos de alguna forma estamos siendo partícipes de este problema, con el que al parecer hemos podido vivir sin aparentemente mayor conflicto. Para las sociedades no colonizadas, en especial para los países colonizadores de ayer e imperialistas de hoy, la corrupción es en apariencia, uno de los grandes “pecados” que es censurado y castigado con todo el rigor por el Estado. Este sentido de incorruptibilidad es especialmente manejado en los niveles más distantes de los centros de poder; por decirlo de otra forma, en el ciudadano común, aunque en los niveles más altos de poder, sucesivamente se dan escándalos de corrupción en lo político y en lo económico, que sacuden a estas sociedades “puritanas”. En efecto la corrupción menor es intolerada y ferozmente combatida, el “deber ser” de la sociedad y del Estado se han estructurado en un paradigma “moral” en el que se sostienen las estructuras de poder. Por ello cuando se trata de corromper en estos países a las autoridades, instituciones y leyes “menores”, la respuesta de las fuerzas de poder es implacable. Ya que la corrupción a estos niveles sí se permitiera, a mediano plazo afectaría los grandes centros de poder. De esta manera el Estado debe proteger a las estructuras de la corrupción; las leyes, las instituciones y las autoridades, deben mantenerse fuera del alcance generalizado del cáncer que representa la corrupción, fundamentalmente en sus niveles medios y bajos; aunque de alguna manera, el gran poder, por sí mismo, es un acto de corrupción; el poder por naturaleza corrompe. Así pues, en un país colonizador, que por siglos se ha enriquecido corruptamente de la explotación y saqueo de otros pueblos, resulta un acto suicida tratar de corromper a un policía de un crucero o a un burócrata de ventanilla.

Estos juicios sobre la incorruptibilidad de las leyes, las instituciones y las autoridades, generados en los países colonizadores, los hemos importado y como casi siempre, los hemos tratado de aplicar a nuestra realidad. Los resultados son la frustración y un sentimiento creciente de inferioridad frente a las sociedades colonizadoras y sus Estados. En efecto, por la ausencia de un análisis más profundo y descolonizado del fenómeno de la corrupción, la realidad cotidiana se empecina a mantenerse aferrada a este “cáncer” que a pesar de múltiples intentos unos honestos y otros no tanto, por erradicarla de la vida nacional se mantiene vigente. De esta manera tal parecería que estamos condenados a vivir para siempre con este “mal”, que ni nos destruye ni nos permite desarrollarnos. Qué pasa entonces? Los mexicanos somos la encarnación de la corrupción en este planeta o es que la naturaleza de nuestra cultura es corrupta. Existen muchos sitios comunes para dar respuesta inmediata a estas interrogantes pero creemos que es necesario explorar otras alternativas, enfocar el problema desde otros ángulos.

Acaso podríamos presuponer, que si la corrupción ha vivido tanto tiempo entre nosotros, no es un “terrible mal” como siempre lo hemos creído. Acaso si hiciéramos a un lado el “Deber Ser” de la moral, resultara que la corrupción ha sido un elemento “malo”, que ha sido “muy bueno” para la supervivencia de nuestra civilización y nuestra identidad.

En este trabajo se pretende iniciar una reflexión descolonizada de este fenómeno, porque entendemos que la sociedad y el Estado están cambiando y no podemos crear la sociedad y el Estado del siglo XXI, sin resolver este lastre centenario que nos ha impedido desaparecer como pueblo y que al mismo tiempo no nos permite en la actualidad, avanzar con pasos firmes en la construcción de relaciones honestas y confiables, para acrecentar la democracia y la justicia en México.


( * ) Tomado del libro LA CORRUPCIÓN EN MÉXICO como una estrategia de resistencia cultural. www.toltecayotl.org

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