miércoles, 10 de septiembre de 2008

MONTE ALBAN la sagrada montaña del jaguar


Nuestros Viejos Abuelos tenían muy claro el concepto de que la Tierra era un ser vivo con una consciencia de “Ser” propia, sujeta a las fuerzas que rigen el universo. Los seres humanos en consecuencia, somos más que sus “huéspedes”, somos sus hijos. La tierra nos alberga durante nuestro paso por la vida y nos da todo cuanto necesitamos. Al partir nosotros dejamos en ella nuestro despojo humano, como la mariposa deja el despojo de la crisálida cuando inicia su maravilloso vuelo a las alturas. Los humanos no somos seres en busca del desarrollo de sus fuerzas espirituales; por el contrario, somos “seres espirituales” trabajando, en este tiempo y en este espacio, el plano humano. Nuestra verdadera casa, según nuestros Viejos Abuelos esta en otra parte.


Mi madre me trajo al mundo en Coyoacán. Pasaron muchos años para que yo volviera a nacer en Oaxaca. Mi primer nacimiento fue totalmente ajeno a mi; el segundo en cambio fue todo un proceso que duró más de 27 años. En efecto, después de conocer todo el país y haber vivido dos años en Europa, tomé la decisión conciente de vivir el resto de mi vida en Oaxaca. No he conocido otro lugar en el mundo en el que la tierra me haya hablado tan tierna y profundamente. Si, uno nace donde las circunstancias lo permiten, pero uno “renace” donde encuentra la “abertura”, el sendero luminoso que nos conduce a “nuestra Madre querida”. No existe ningún otro ser vivo, que pueda transmitir tanto amor.


La Guerra Florida es el campo de batalla de los guerreros del espíritu. El tratar de vencerse a sí mismos, el tratar de ser lo mejor de uno, de poder lograr humanizarse y de florecer el corazón, sólo se logra con “Flor y Canto”. Por ello, Oaxaca resulta uno de esos pocos lugares en el planeta, en el que “el cielo y la tierra se besan”. Oaxaca llena sus espacios espirituales con su luminosidad incolora. Flores de luz rodeadas por sus majestuosas montañas, dan a Oaxaca, esa atmósfera en la que el cuerpo siente y el espíritu recuerda su verdadera misión en esta vida.


Siempre quise vivir desde lo más alto de una colina y desde ahí ver a Oaxaca, rodeada de sus montañas guardianas y protectoras. La tierra en Oaxaca está más que viva, contiene en sí misma una hipersensibilidad telúrica, como cualquier ser vivo, tiene partes sumamente “delicadas”, como podría ser para el ser humano los ojos, para la tierra nuestra Madre querida, Oaxaca.


Por esta sensibilidad que posee intrínsecamente Oaxaca, es que los Viejos Abuelos construyeron “Daany Beédxe”, (Monte Alban) en un esfuerzo que duró más de mil años de un proyecto social compartido por muchas personas y generaciones enteras a través del tiempo.


El milagro que encierra “El Cerro de Tigre” (Monte Alban), no puede ser otro que la consolidación de la aspiración máxima de aquellos que un día descubrieron el potencial espiritual de la vida. En consecuencia, Monte Alban no pudo ser burdamente una “ciudad”, aunque en el Cerro del Tigre vivieron miles de Guerreros del Espíritu durante más de 10 siglos seguidos.


“Daany Beédxe” tampoco pudo ser una fortaleza militar, porque en el Periodo Clásico no existieron las guerras, aunque en el Período Postclásico, cuando los Venerables Maestros tenían muchos siglos de haber destruido, cubierto de tierra y abandonado este recinto “sagrado-energético”, los pueblos huérfanos de los grandes maestros y sabios guías, en períodos de guerra, utilizaron sus abandonadas ruinas como fortificaciones militares.


Y a pesar de que actualmente Monte Alban esta sembrado de tumbas, nuca se construyó este monumento al espíritu humano como panteón, aunque después del abandono, los hombres comunes se quisieron enterrar ahí para tratar de emular a los luminosos Guerreros de la Muerte Florecida.


El potencial energético que se condensa, de las dos grandes cadenas montañosas que bajan desde Alaska y las grandes planicies de Norte América, al converger, al unirse en este vértice telúrico que representa el Valle de Oaxaca, encontrará en Monte Alban el punto de fusión, el lugar donde aflora, donde emergen estas misteriosas fuerzas energéticas, producto de la “conciencia de Ser” de la propia Tierra, nuestra inconmensurable y querida Madre.


Al contemplar todos los días desde las ventanas de mi estudio a Monte Alban, los valles y las montañas que le rodean, siento viva esta consciencia ancestral que me atrapa y me libera de las burdas cadenas de mi estupidez existencial.


La “Luz Florecida” que nos baña y nos purifica en este pequeño valle, oasis geológico en medio de un mar de montañas, permite no sólo que las milenarias piedras del recinto sagrado se conviertan en “flores pétreas” llenas de vida, consciencia y sabiduría, sino que el adormilado, el embrutecido espíritu humano empiece a despertar.


Monte Alban es un prodigioso milagro de nuestra Madre Querida y el Espíritu Humano, lugar mágico donde el misterio de la existencia humana y lo divino se hizo tangible, donde la vocación del ser humano se realizó, ser un puente entre el cielo y la tierra. Y resulta una inmensa dicha vivir cotidianamente agradecido a sus pies.

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