El sistema colonial, que han impuesto a los pueblos del Anáhuac los invasores de ayer y de hoy, se inició en 1520. En efecto, comenzó con Hernán Cortés y sigue a marchas forzadas con Carlos Slim y sus secuaces criollos y sus patrones trasnacionales. El objetivo ha sido y es, explotar deshumanizadamente a los pueblos invadidos y ocupados, y depredar sin medida los recursos naturales de estas tierras a favor, primero de la corona española y hoy de los dueños del dinero, criollos y extranjeros. Nada ha cambiado en estos 488 años. Nada, solo se ha hecho simulación.
Desde que Hernán Cortés fue hospedado en el palacio de Axáyacatl, en Tenochtitlán en 1520, Cortés y sus filibusteros comenzaron la destrucción del “patrimonio cultural tangible”. En efecto, cuando los españoles buscaron entre los muros del palacio, el tesoro del tlatuani fallecido, se inauguró “la arqueología mexicana”. El hecho es destruir para obtener un beneficio económico, sea el tesoro de Axáyacatl o “El Resplandor Teotihuacano” de Peña Nieto y sus “socios”. Y este es el punto de la reflexión.
Desde 1521 el poder colonial, ha venido destruyendo el patrimonio cultural tangible. Primero para borrar cualquier testimonio de la existencia y grandeza de la civilización invadida y ocupada. Después para “erradicar” el mal espiritual que representaba la religión de los conquistados. “Las ruinas” representaron, para los gobiernos coloniales, un símbolo de atraso y vergüenza. Primero para los gachupines y después para los criollos. No fue, sino hasta casi la mitad del siglo XX, cuando se empezó a investigar con un interés científico y nacionalista los vestigios de la milenaria civilización Madre. Fue la creación del INAH en 1939 lo que le dio un marco legal a la responsabilidad del Estado mexicano.
Tal vez desde, la inauguración del Museo Nacional de Antropología e Historia en 1964, marcará el momento más luminoso del “nacionalismo revolucionario” que, fundaba su identidad más ancestral, en una “confusa y nebulosa historia mexica”. En efecto, la sala principal de éste museo la ocupa la cultura mexica y no la tolteca, como debería ser. Esto responde a la génesis histórica del criollismo, que al crear “su país” en 1821, los criollos usarán el nebuloso recuerdo de los “aztecas”, como el punto de partida del criollismo y tal vez el ideólogo más antiguo de esta visión “azteca” del pasado milenario del Anáhuac, fue el historiador novo hispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787).
Pero el más moderno depredador del patrimonio cultural tangible del Anáhuac, es el expresidente Carlos Salinas, quien inició la política de Estado de convertir las llamadas zonas arqueológicas, en “Disneylandias prehispánicas”. En efecto, fue el neoliberalismo y la globalización las que determinaron que “la cultura debería ser productiva económicamente” (empresas culturales). Que las zonas arqueológicas, pasarían de ser “ruinas” inservibles para la generación de riqueza, a convertirse en palancas detonadoras de la industria sin chimeneas. No solo se empezaron a destinar grandes presupuestos para “abrir” zonas arqueológicas con fines comerciales, sino lo más negativo, que los trabajos arqueológicos se sometieron a criterios “turísticos”. En efecto, se ponderó el criterio de hacer a las zonas arqueológicas “más amigables, cómodas y llamativas”, que ha ser fuente de investigación seria. La arqueología se sometió mansamente al turismo, perdiendo su esencia.
De esta manera hemos visto que las nuevas zonas arqueológicas nacen dentro de proyectos estratégicos de crecimiento económico, especialmente desde que el PAN está en el Gobierno Federal. No es casual que en el último año del expresidente Fox, haya quitado del nivel de educación secundaria en todo el país, la “historia prehispánica”. El panismo neoliberal y globalizador le interesa la historia y cultura del pasado indígena de México, solo como una fuente de riqueza económica.
Entendemos que desde 1521, los pueblos originarios y sus descendientes indígenas y mestizos, han perdido el poder de dedición y la autodeterminación. Las autoridades, las instituciones y las leyes que el Anáhuac creó a lo largo de siete milenios y medio de desarrollo humano, fueron brutalmente destruidas y desechadas por la colonización, tanto de gachupines (1521-1821), como de los criollos (1821-2009). Es obvio que los pueblos originarios y sus descendientes indígenas y mestizos viven una situación de “ocupación”, lo que conlleva injusticia, pobreza y explotación. Sea ésta en el campo árido, en el subempleo o con el mísero salario mínimo.
Es muy claro y obvio que, las autoridades, las instituciones y las leyes actuales en el país de los criollos, tienen un carácter colonial; y que están diseñadas para favorecer y alentar el desarrollo de los criollos y extranjeros. Jamás, en estos 488 años, han servido para llevar justicia, igualdad, oportunidad y bienestar a las mayorías (es decir a los de tez morena). Todo lo que existe en este país esta diseñado para los que tienen el poder económico y político, y “casualmente”, no son los descendientes de aquellos que construyeron Teotihuacan, Monte Alban, Palenque o Chicen Itza. De modo que se entiende el por qué, estos lugares están al servicio de los intereses de los criollos y extranjeros.
Pero el punto de esta reflexión, no es el mal uso y abuso histórico que se le ha dado al patrimonio cultural tangible del Anáhuac, durante la ocupación colonial, en lo que hoy conocemos peyorativamente como “las ruinas prehispánicas”. El interés se dirige para invitar a la reflexión del daño inconmensurable que se le ha dado al patrimonio cultural intangible o espiritual. Se pueden destruir todos los vestigios materiales de la Civilización del Anáhuac, se les puede saquear y llevar al extranjero, se pueden usar para hacer ilegales negocios… y a pesar de todo, no se hace gran daño. Pero sí se atenta contra el patrimonio cultural intangible del Anáhuac, el daño es sumamente grave y severo.
En efecto, el patrimonio tangible se refiere a “los objetos”, y el patrimonio intangible se refiere a los “sujetos”, es decir, a las personas. Es aquí donde radica la gran riqueza humana de nuestra Civilización Madre. Lo más valioso de nuestro legado cultural ancestral, esta depositado en “nosotros mismos”. No radica, tan solo, en las zonas arqueológicas o en los museos. El patrimonio cultural más importante de la Civilización del Anáhuac vive en cada uno de los, ahora mal llamados mexicanos (*). Radica en la memoria histórica, en las tradiciones, fiestas, usos y costumbres, en los valores, actitudes y sentimientos.
Se necesitaría que muriéramos todos los “mexicanos”, para que el patrimonio cultural del Anáhuac, solo se encontrara en las zonas arqueológicas, archivos y los museos. El gran problema es que día a día, los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, se sienten más lejanos de sus raíces y esencia. Perdidos en “el laberinto de la soledad”.
La fuerza y la claridad para enfrentar la colonización, y la catástrofe creada por el neoliberalismo y la globalización económica, radican precisamente en la conciencia de la memoria histórica y de la identidad cultural. Lo que nos indica, que el futuro del pueblo de México, es justamente su pasado milenario. Razón por la cual también, se entiende, la sistemática agresión institucional y comercial que recibe nuestro legado cultural en estos 488 años de ocupación.
(*) El nombre milenario de esta tierra es el Anáhuac. Los criollos en 1821 le pusieron a “su país” México, en honor a los mexicas, pero esta fue una cultura efímera (1325-1521). No todos los descendientes de los pueblos originarios vienen de los mexicas o aztecas.
Desde que Hernán Cortés fue hospedado en el palacio de Axáyacatl, en Tenochtitlán en 1520, Cortés y sus filibusteros comenzaron la destrucción del “patrimonio cultural tangible”. En efecto, cuando los españoles buscaron entre los muros del palacio, el tesoro del tlatuani fallecido, se inauguró “la arqueología mexicana”. El hecho es destruir para obtener un beneficio económico, sea el tesoro de Axáyacatl o “El Resplandor Teotihuacano” de Peña Nieto y sus “socios”. Y este es el punto de la reflexión.
Desde 1521 el poder colonial, ha venido destruyendo el patrimonio cultural tangible. Primero para borrar cualquier testimonio de la existencia y grandeza de la civilización invadida y ocupada. Después para “erradicar” el mal espiritual que representaba la religión de los conquistados. “Las ruinas” representaron, para los gobiernos coloniales, un símbolo de atraso y vergüenza. Primero para los gachupines y después para los criollos. No fue, sino hasta casi la mitad del siglo XX, cuando se empezó a investigar con un interés científico y nacionalista los vestigios de la milenaria civilización Madre. Fue la creación del INAH en 1939 lo que le dio un marco legal a la responsabilidad del Estado mexicano.
Tal vez desde, la inauguración del Museo Nacional de Antropología e Historia en 1964, marcará el momento más luminoso del “nacionalismo revolucionario” que, fundaba su identidad más ancestral, en una “confusa y nebulosa historia mexica”. En efecto, la sala principal de éste museo la ocupa la cultura mexica y no la tolteca, como debería ser. Esto responde a la génesis histórica del criollismo, que al crear “su país” en 1821, los criollos usarán el nebuloso recuerdo de los “aztecas”, como el punto de partida del criollismo y tal vez el ideólogo más antiguo de esta visión “azteca” del pasado milenario del Anáhuac, fue el historiador novo hispano Francisco Javier Clavijero (1731-1787).
Pero el más moderno depredador del patrimonio cultural tangible del Anáhuac, es el expresidente Carlos Salinas, quien inició la política de Estado de convertir las llamadas zonas arqueológicas, en “Disneylandias prehispánicas”. En efecto, fue el neoliberalismo y la globalización las que determinaron que “la cultura debería ser productiva económicamente” (empresas culturales). Que las zonas arqueológicas, pasarían de ser “ruinas” inservibles para la generación de riqueza, a convertirse en palancas detonadoras de la industria sin chimeneas. No solo se empezaron a destinar grandes presupuestos para “abrir” zonas arqueológicas con fines comerciales, sino lo más negativo, que los trabajos arqueológicos se sometieron a criterios “turísticos”. En efecto, se ponderó el criterio de hacer a las zonas arqueológicas “más amigables, cómodas y llamativas”, que ha ser fuente de investigación seria. La arqueología se sometió mansamente al turismo, perdiendo su esencia.
De esta manera hemos visto que las nuevas zonas arqueológicas nacen dentro de proyectos estratégicos de crecimiento económico, especialmente desde que el PAN está en el Gobierno Federal. No es casual que en el último año del expresidente Fox, haya quitado del nivel de educación secundaria en todo el país, la “historia prehispánica”. El panismo neoliberal y globalizador le interesa la historia y cultura del pasado indígena de México, solo como una fuente de riqueza económica.
Entendemos que desde 1521, los pueblos originarios y sus descendientes indígenas y mestizos, han perdido el poder de dedición y la autodeterminación. Las autoridades, las instituciones y las leyes que el Anáhuac creó a lo largo de siete milenios y medio de desarrollo humano, fueron brutalmente destruidas y desechadas por la colonización, tanto de gachupines (1521-1821), como de los criollos (1821-2009). Es obvio que los pueblos originarios y sus descendientes indígenas y mestizos viven una situación de “ocupación”, lo que conlleva injusticia, pobreza y explotación. Sea ésta en el campo árido, en el subempleo o con el mísero salario mínimo.
Es muy claro y obvio que, las autoridades, las instituciones y las leyes actuales en el país de los criollos, tienen un carácter colonial; y que están diseñadas para favorecer y alentar el desarrollo de los criollos y extranjeros. Jamás, en estos 488 años, han servido para llevar justicia, igualdad, oportunidad y bienestar a las mayorías (es decir a los de tez morena). Todo lo que existe en este país esta diseñado para los que tienen el poder económico y político, y “casualmente”, no son los descendientes de aquellos que construyeron Teotihuacan, Monte Alban, Palenque o Chicen Itza. De modo que se entiende el por qué, estos lugares están al servicio de los intereses de los criollos y extranjeros.
Pero el punto de esta reflexión, no es el mal uso y abuso histórico que se le ha dado al patrimonio cultural tangible del Anáhuac, durante la ocupación colonial, en lo que hoy conocemos peyorativamente como “las ruinas prehispánicas”. El interés se dirige para invitar a la reflexión del daño inconmensurable que se le ha dado al patrimonio cultural intangible o espiritual. Se pueden destruir todos los vestigios materiales de la Civilización del Anáhuac, se les puede saquear y llevar al extranjero, se pueden usar para hacer ilegales negocios… y a pesar de todo, no se hace gran daño. Pero sí se atenta contra el patrimonio cultural intangible del Anáhuac, el daño es sumamente grave y severo.
En efecto, el patrimonio tangible se refiere a “los objetos”, y el patrimonio intangible se refiere a los “sujetos”, es decir, a las personas. Es aquí donde radica la gran riqueza humana de nuestra Civilización Madre. Lo más valioso de nuestro legado cultural ancestral, esta depositado en “nosotros mismos”. No radica, tan solo, en las zonas arqueológicas o en los museos. El patrimonio cultural más importante de la Civilización del Anáhuac vive en cada uno de los, ahora mal llamados mexicanos (*). Radica en la memoria histórica, en las tradiciones, fiestas, usos y costumbres, en los valores, actitudes y sentimientos.
Se necesitaría que muriéramos todos los “mexicanos”, para que el patrimonio cultural del Anáhuac, solo se encontrara en las zonas arqueológicas, archivos y los museos. El gran problema es que día a día, los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, se sienten más lejanos de sus raíces y esencia. Perdidos en “el laberinto de la soledad”.
La fuerza y la claridad para enfrentar la colonización, y la catástrofe creada por el neoliberalismo y la globalización económica, radican precisamente en la conciencia de la memoria histórica y de la identidad cultural. Lo que nos indica, que el futuro del pueblo de México, es justamente su pasado milenario. Razón por la cual también, se entiende, la sistemática agresión institucional y comercial que recibe nuestro legado cultural en estos 488 años de ocupación.
(*) El nombre milenario de esta tierra es el Anáhuac. Los criollos en 1821 le pusieron a “su país” México, en honor a los mexicas, pero esta fue una cultura efímera (1325-1521). No todos los descendientes de los pueblos originarios vienen de los mexicas o aztecas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario