La promoción aparentemente espontanea del voto nulo por parte de “la sociedad civil puede tratarse bien de una estrategia que favorecería al PAN. Un artículo publicado por Loret de Mola en el Universal titulado “¿Por quién voy a votar?” y algunos comentarios que recibió en la página web de éste diario me llevaron a reforzar está sospecha y a ciertas reflexiones más allá de ello.
Es verdad: al PAN le conviene que mucha gente anule su voto pues a quienes proponen esa acción "subversiva" es a quienes están en contra del gobierno (panista) o sea la oposición así que a ésta le proponen que anulen su voto para que si su voto no va al PAN tampoco vaya a los otros partidos mientras que el PAN de todas formas tendrá asegurado el voto de los fieles panistas y además si la gente anula su voto se matan dos pájaros de un tiro: uno lo que ya mencioné y otro no pierde legitimidad el sistema "democrático" . Realmente no pasa gran cosa si hay una mayoría de voto nulo pero simbólicamente sólo significa que la gente está harta de los personajes de la clase política pero ¡cree en la democracia y en las instituciones electorales que tan cuestionadas fueron con el triunfo de Calderón!
En dado caso, aunque tampoco pasa nada, a mi parecer, el abstencionismo manda otro mensaje: "estamos hartos de los partidos políticos y no creemos en el sistema electoral". Es decir, el abstencionismo no sólo es una expresión de inconformidad hacia los partidos políticos sino a las instituciones electorales y a la "democracia" misma en nuestro país. Al decidir si anular nuestro voto o abstenernos debemos preguntarnos cual es el mensaje que deseamos transmitir.
Estamos muy convencidos por el trabajo ideológico que se han encargado de hacer precisamente los países poderosos, de que la democracia es la mejor forma de gobierno pero debemos pensar porqué son justamente los países poderosos quienes no sólo la promueven sino que la defienden e incluso imponen a través de la fuerza y usan de pretexto con fines económicos.
Hoy cuestionar la democracia es lo equivalente a lo que habría sido cuestionar el derecho divino y con ello la institución de la Iglesia católica en la Edad Media pero si queremos realmente un cambio debemos ser críticos aun con lo que los dogmas adquiridos - gracias al trabajo de los aparatos ideológicos- consideramos sagrado e incuestionable.
Weber explica que la autoridad de un representante puede ser de tres tipos: la carismática, la tradicional y la racional-legal. La primera es propia de culturas primitivas, la segunda la encontramos claramente en los reinos feudales y la tercera es propia de la modernidad ya que está se sostiene justamente en el paradigma racionalista que se construye en la Ilustración y que serviría como fuente filosófica del advenimiento político de la burguesía.
Así la autoridad del jefe de una tribu por ejemplo era legitimada por la percepción de sus miembros de que éste tenía cualidades extraordinarias o la autoridad de un rey medieval era legitimada por la creencia (sustentada en el trabajo ideológico de la Iglesia) de que su poder provenía directamente de Dios y por tanto era heredable a su estirpe.
¿Cómo legitima un gobierno moderno su autoridad? Ad hoc a la ideología que justamente sostiene el modelo económico-político de esta época, la justificación de la autoridad tiene una explicación racional: el pueblo eligió a su gobernante por un sistema “objetivo” diseñado bajo un sustento racional-legal, luego entonces está dispuesto a que éste lo represente.
Sin embargo hay que considerar que en la democracia parlamentaria como en representativa y aun en la llamada participativa o “del público” se considera la independencia del representante electo con respecto a sus electores, como explica Manin.
Así, sobre todo en una democracia representativa el gobernante toma decisiones sin tomar en cuenta al electorado quién lo eligió justamente por la confianza en que sabe tomar las mejores.
El estado moderno surge con el sistema capitalista pues es la estructura política que justamente colabora para la subsistencia y desarrollo de éste. Así la democracia proviene del mismo discurso que legitima a la estructura económica actual: un discurso liberal. Recordemos que las grandes revoluciones que marcan la transformación de los sistemas políticos en Occidente y más tarde en gran parte del mundo fueron ideadas y financiadas por la burguesía. La ventaja del discurso liberal es que el pueblo en general se identifica con él, sin embargo a partir del siglo XVI ha servido sólo para que las élites económicas se mantengan como tales y accedan al poder político con una justificación racional.
La democracia es una creación de y para la burguesía. Pues aunque en teoría ofrece la posibilidad a todas las clases de tener una representación política, la estructura económica no permite que dicha premisa se realice sin embargo, el discurso sobre la democracia sigue sonando racional y es por eso que nadie lo cuestiona. Y lo que coadyuva al sistema tanto económico como político que impera en la actualidad es justamente la estructura ideológica por la que nos encontramos dominados.
Con el fin de la Edad Media, se pondero a la Razón sobre toda otra cualidad humana y se difundió este discurso hasta llegar a ser dogmático al grado incluso de que el término “irracional” obtuvo una connotación negativa. Y entonces la clase dominante determinó que el sujeto se construye a partir de la Razón y la clase dominada lo acepto y para ser sujeto decide asumirse como ser enteramente racional y por tanto no es capaz de cuestionar ningún discurso que tenga tal característica. Sin embargo resulta que tenemos emociones, por lo menos en nuestro país y que bueno que así sea aunque es justamente a través de ellas que nos conquista la clase dominante. Entonces somos bombardeados de discursos racionales que sustentan su poder pero estrategias dirigidas a nuestra parte irracional.
Así en la llamada democracia los partidos y los candidatos terminan ganando nuestro voto al llegar a nuestros corazones y los representantes populares obtienen sus puestos por una fuente carismática más que racional finalmente. Es por eso que después al no ver en ellos esas cualidades “extraordinarias” una vez que se encuentran en el ejercicio del poder, que nos desencantan y dejamos de creer -por que al final es una cuestión de fe- en los políticos pero seguimos aceptando la “democracia” porque su discurso se mantiene inmaculadamente racional y lo que se nos lastima es una ilusión. Es una trampa bien pensada porque de esta manera tenemos una herida en el sentimiento que no podemos llevar al plano de la razón y confundidos por el doble bombardeo que menciono no llegamos al cuestionamiento del discurso sobre la democracia pues -gracias a la labor más importante quizás del pensamiento ilustrado- consideramos irreconciliables el sentimiento y la razón y por tanto no encontramos relación ninguna entre esa inconformidad irracional y ese discurso aparentemente incuestionable. Nos sentimos atrapados porque no encontramos una vía legítima en el sistema ideológico dominante de expresar una molestia esencialmente subjetiva y no nos atrevemos tampoco a cuestionar un discurso racional ya que las expresiones racionales gozan del monopolio legítimo de la verdad absoluta.
En dado caso, si se quiere seguir en un esquema puramente racional, sería más adecuado por ejemplo, aplicar un examen de selección a quienes aspiren a un puesto de elección popular. Ahora que si queremos ser humanos integrales realmente, debemos cuestionar no sólo las prácticas de nuestros representantes, no sólo el sistema político, no sólo el sistema económico sino sobre todo la ideología con los valores que ésta fomenta y que muchas veces nosotros mismos practicamos y promovemos. ¿Queremos simplemente pasar de dominados a dominantes, de ser pisados a pisar? Agarremos (con nuestras garras de bestia) cualquier discurso que aparentemente hable de construir una sociedad mejor que logre emocionar a la gente pero que cumpla con las pautas de la ideología dominante, es decir que tenga un fundamento racional ¿Queremos realmente una sociedad mejor? Empecemos por cuestionar el paradigma en el que se fundamenta el sistema de dominación.
Nos preguntamos muchas veces porqué cuando alguien llega al poder se corrompe. No es que deje de ser fiel a sus ideales, es simplemente que al cambiar su identidad – de dominado a dominante- estos irremediablemente se modifican.
No es el sistema el que nos somete, somos nosotros mismos quienes nos sometemos a él cuando en nuestra mediocridad aspiramos a subirnos al templete de los poderosos -por ambición o por la convicción de que seríamos mejores que ellos- en vez de tumbarlo. La injusticia está albergada en la estructura no en las personas pero el sometimiento está albergado o no en nuestro ser. Al final somos nosotros quienes sostenemos esa estructura al someternos a ella cuando aceptamos sus reglas, cuando buscamos la supuesta felicidad sin cuestionarnos primero qué es y creyendo que se alcanza con los pasos que la ideología dominante nos vende.
Las fuerzas opuestas pueden existir en el universo, las ideas y los sentimientos positivos y negativos existen en la humanidad pero existe también en ella el libre albedrio y somos nosotros quienes tenemos en las manos el rumbo de la humanidad. Así que si nos gusta el comportamiento de la sociedad de la que formamos parte, consagrémosla obedeciendo a su ideología dominante. Pero si no nos gusta no nos conformemos con dejarnos llevar o incluso crear discursos que proponen acciones que supuestamente van encaminadas a transformar la sociedad y que en realidad no tratan de romper la cosmovisión en la que se cimenta la dominación.
Observemos, escuchemos y leamos con reserva todo discurso, atrevámonos a cuestionar no sólo a los partidos políticos, no sólo a nuestros “representantes”, cuestionemos a nuestras instituciones y los valores que éstas transmiten. Una clase soñó con un cambió, construyó una ideología, con ella cuestionó todas las instituciones medievales y logro un gran cambio en la sociedad. Podemos reproducir la ideología de esa clase que ahora domina, podemos incluso algún día llegar a pertenecer a ella o podemos construir un paradigma más humano.
Anna Guzmán Valdés.
Es verdad: al PAN le conviene que mucha gente anule su voto pues a quienes proponen esa acción "subversiva" es a quienes están en contra del gobierno (panista) o sea la oposición así que a ésta le proponen que anulen su voto para que si su voto no va al PAN tampoco vaya a los otros partidos mientras que el PAN de todas formas tendrá asegurado el voto de los fieles panistas y además si la gente anula su voto se matan dos pájaros de un tiro: uno lo que ya mencioné y otro no pierde legitimidad el sistema "democrático" . Realmente no pasa gran cosa si hay una mayoría de voto nulo pero simbólicamente sólo significa que la gente está harta de los personajes de la clase política pero ¡cree en la democracia y en las instituciones electorales que tan cuestionadas fueron con el triunfo de Calderón!
En dado caso, aunque tampoco pasa nada, a mi parecer, el abstencionismo manda otro mensaje: "estamos hartos de los partidos políticos y no creemos en el sistema electoral". Es decir, el abstencionismo no sólo es una expresión de inconformidad hacia los partidos políticos sino a las instituciones electorales y a la "democracia" misma en nuestro país. Al decidir si anular nuestro voto o abstenernos debemos preguntarnos cual es el mensaje que deseamos transmitir.
Estamos muy convencidos por el trabajo ideológico que se han encargado de hacer precisamente los países poderosos, de que la democracia es la mejor forma de gobierno pero debemos pensar porqué son justamente los países poderosos quienes no sólo la promueven sino que la defienden e incluso imponen a través de la fuerza y usan de pretexto con fines económicos.
Hoy cuestionar la democracia es lo equivalente a lo que habría sido cuestionar el derecho divino y con ello la institución de la Iglesia católica en la Edad Media pero si queremos realmente un cambio debemos ser críticos aun con lo que los dogmas adquiridos - gracias al trabajo de los aparatos ideológicos- consideramos sagrado e incuestionable.
Weber explica que la autoridad de un representante puede ser de tres tipos: la carismática, la tradicional y la racional-legal. La primera es propia de culturas primitivas, la segunda la encontramos claramente en los reinos feudales y la tercera es propia de la modernidad ya que está se sostiene justamente en el paradigma racionalista que se construye en la Ilustración y que serviría como fuente filosófica del advenimiento político de la burguesía.
Así la autoridad del jefe de una tribu por ejemplo era legitimada por la percepción de sus miembros de que éste tenía cualidades extraordinarias o la autoridad de un rey medieval era legitimada por la creencia (sustentada en el trabajo ideológico de la Iglesia) de que su poder provenía directamente de Dios y por tanto era heredable a su estirpe.
¿Cómo legitima un gobierno moderno su autoridad? Ad hoc a la ideología que justamente sostiene el modelo económico-político de esta época, la justificación de la autoridad tiene una explicación racional: el pueblo eligió a su gobernante por un sistema “objetivo” diseñado bajo un sustento racional-legal, luego entonces está dispuesto a que éste lo represente.
Sin embargo hay que considerar que en la democracia parlamentaria como en representativa y aun en la llamada participativa o “del público” se considera la independencia del representante electo con respecto a sus electores, como explica Manin.
Así, sobre todo en una democracia representativa el gobernante toma decisiones sin tomar en cuenta al electorado quién lo eligió justamente por la confianza en que sabe tomar las mejores.
El estado moderno surge con el sistema capitalista pues es la estructura política que justamente colabora para la subsistencia y desarrollo de éste. Así la democracia proviene del mismo discurso que legitima a la estructura económica actual: un discurso liberal. Recordemos que las grandes revoluciones que marcan la transformación de los sistemas políticos en Occidente y más tarde en gran parte del mundo fueron ideadas y financiadas por la burguesía. La ventaja del discurso liberal es que el pueblo en general se identifica con él, sin embargo a partir del siglo XVI ha servido sólo para que las élites económicas se mantengan como tales y accedan al poder político con una justificación racional.
La democracia es una creación de y para la burguesía. Pues aunque en teoría ofrece la posibilidad a todas las clases de tener una representación política, la estructura económica no permite que dicha premisa se realice sin embargo, el discurso sobre la democracia sigue sonando racional y es por eso que nadie lo cuestiona. Y lo que coadyuva al sistema tanto económico como político que impera en la actualidad es justamente la estructura ideológica por la que nos encontramos dominados.
Con el fin de la Edad Media, se pondero a la Razón sobre toda otra cualidad humana y se difundió este discurso hasta llegar a ser dogmático al grado incluso de que el término “irracional” obtuvo una connotación negativa. Y entonces la clase dominante determinó que el sujeto se construye a partir de la Razón y la clase dominada lo acepto y para ser sujeto decide asumirse como ser enteramente racional y por tanto no es capaz de cuestionar ningún discurso que tenga tal característica. Sin embargo resulta que tenemos emociones, por lo menos en nuestro país y que bueno que así sea aunque es justamente a través de ellas que nos conquista la clase dominante. Entonces somos bombardeados de discursos racionales que sustentan su poder pero estrategias dirigidas a nuestra parte irracional.
Así en la llamada democracia los partidos y los candidatos terminan ganando nuestro voto al llegar a nuestros corazones y los representantes populares obtienen sus puestos por una fuente carismática más que racional finalmente. Es por eso que después al no ver en ellos esas cualidades “extraordinarias” una vez que se encuentran en el ejercicio del poder, que nos desencantan y dejamos de creer -por que al final es una cuestión de fe- en los políticos pero seguimos aceptando la “democracia” porque su discurso se mantiene inmaculadamente racional y lo que se nos lastima es una ilusión. Es una trampa bien pensada porque de esta manera tenemos una herida en el sentimiento que no podemos llevar al plano de la razón y confundidos por el doble bombardeo que menciono no llegamos al cuestionamiento del discurso sobre la democracia pues -gracias a la labor más importante quizás del pensamiento ilustrado- consideramos irreconciliables el sentimiento y la razón y por tanto no encontramos relación ninguna entre esa inconformidad irracional y ese discurso aparentemente incuestionable. Nos sentimos atrapados porque no encontramos una vía legítima en el sistema ideológico dominante de expresar una molestia esencialmente subjetiva y no nos atrevemos tampoco a cuestionar un discurso racional ya que las expresiones racionales gozan del monopolio legítimo de la verdad absoluta.
En dado caso, si se quiere seguir en un esquema puramente racional, sería más adecuado por ejemplo, aplicar un examen de selección a quienes aspiren a un puesto de elección popular. Ahora que si queremos ser humanos integrales realmente, debemos cuestionar no sólo las prácticas de nuestros representantes, no sólo el sistema político, no sólo el sistema económico sino sobre todo la ideología con los valores que ésta fomenta y que muchas veces nosotros mismos practicamos y promovemos. ¿Queremos simplemente pasar de dominados a dominantes, de ser pisados a pisar? Agarremos (con nuestras garras de bestia) cualquier discurso que aparentemente hable de construir una sociedad mejor que logre emocionar a la gente pero que cumpla con las pautas de la ideología dominante, es decir que tenga un fundamento racional ¿Queremos realmente una sociedad mejor? Empecemos por cuestionar el paradigma en el que se fundamenta el sistema de dominación.
Nos preguntamos muchas veces porqué cuando alguien llega al poder se corrompe. No es que deje de ser fiel a sus ideales, es simplemente que al cambiar su identidad – de dominado a dominante- estos irremediablemente se modifican.
No es el sistema el que nos somete, somos nosotros mismos quienes nos sometemos a él cuando en nuestra mediocridad aspiramos a subirnos al templete de los poderosos -por ambición o por la convicción de que seríamos mejores que ellos- en vez de tumbarlo. La injusticia está albergada en la estructura no en las personas pero el sometimiento está albergado o no en nuestro ser. Al final somos nosotros quienes sostenemos esa estructura al someternos a ella cuando aceptamos sus reglas, cuando buscamos la supuesta felicidad sin cuestionarnos primero qué es y creyendo que se alcanza con los pasos que la ideología dominante nos vende.
Las fuerzas opuestas pueden existir en el universo, las ideas y los sentimientos positivos y negativos existen en la humanidad pero existe también en ella el libre albedrio y somos nosotros quienes tenemos en las manos el rumbo de la humanidad. Así que si nos gusta el comportamiento de la sociedad de la que formamos parte, consagrémosla obedeciendo a su ideología dominante. Pero si no nos gusta no nos conformemos con dejarnos llevar o incluso crear discursos que proponen acciones que supuestamente van encaminadas a transformar la sociedad y que en realidad no tratan de romper la cosmovisión en la que se cimenta la dominación.
Observemos, escuchemos y leamos con reserva todo discurso, atrevámonos a cuestionar no sólo a los partidos políticos, no sólo a nuestros “representantes”, cuestionemos a nuestras instituciones y los valores que éstas transmiten. Una clase soñó con un cambió, construyó una ideología, con ella cuestionó todas las instituciones medievales y logro un gran cambio en la sociedad. Podemos reproducir la ideología de esa clase que ahora domina, podemos incluso algún día llegar a pertenecer a ella o podemos construir un paradigma más humano.
Anna Guzmán Valdés.
1 comentario:
si, asi es.
los chavos estamos artos de esta mamada, DI NO A LAS ELECCIONES
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