Los ciudadanos de este país, como dijo Octavio Paz, nos encontramos atrapados en un “Laberinto de la Soledad”.
Sorprende una nación con orígenes milenarios, poblada por diversos pueblos y
culturas ancestrales que exudan maravillosos y diversos “elementos culturales”,
y que, en su esencia más íntima, sufran tan obsesivamente los estragos de no
tener certeza de su identidad.
Esta falta de sustento, de
cimiento, de raíz, entra en contradicción al contemplar los vestigios
ancestrales de una de las seis civilizaciones con origen autónomo más antiguas
del planeta.
Con sus vigorosas culturas populares y la prodigiosa cultura de apropiación de elementos culturales de otros pueblos y que hoy forman parte indisoluble de su ser, el mexicano vaga a tropezones en busca de una identidad perdida en el plano consiente, pero que se mantiene vigorosa y acendrada en los sótanos del inconsciente colectivo.
Y la otra, que en los dos últimos siglos del periodo Neocolonial de la ideología criolla, a la mayoría del pueblo que es mestizo cultural y racialmente, se ha hecho pensar que el mestizaje es reprochable, negativo y vergonzante.
El mestizo no es reconocido por el padre quien tuvo a otro hijo con su esposa española a quien también llamo “Martín Cortés”, pero este reconocido como “El marqués del Valle de Oaxaca”.
Negativo, porque en el sistema de castas neocolonial encubierto hipócritamente, el mestizo es “de poco pelo y de baja monta”.
Es decir, porque si bien se expulsó a los gachupines en 1821 con la sangre de indígenas y mestizos, los criollos pasaron a ocupar su lugar en el poder económico, político, social, religioso y cultural.
El mestizo, como dijo la hija del Presidente Peña, es “la prole”, los indios, los morenitos, nacos, prietos, y ahora son los proletarios del país.
Vergonzante, porque los nuevos explotadores a través de “la ideología criolla”, han hecho sentir al mestizo que existe una supuesta superioridad en el color claro de la piel, en el fenotipo europeo, en los modelos y arquetipos de “su cultura madre o madre patria”.
La ideología criolla la ha educado como “extranjero inculto en su propia tierra”. Despreciando lo indígena y siendo rechazado por los extranjeros avecindados. Desarraigado, sin raíz, sin lengua, sin tradiciones y costumbres ancestrales.
Aferrado a una modernidad cambiante e inasible, tomando de los medios masivos sus modelos, modas y arquetipos. Suspendido en la nebulosa y confusa marea del consumo chatarra y pirata.
Vulgar, mal educado, grosero, sucio, abusivo, irrespetuoso, pendenciero y bravucón (“así nos quieren, así nos necesitan”); vaga perdido y desolado en el laberinto de imágenes y valores ajenos, buscando un rostro propio en “el otro”.
Incapaz de dirigir su mirada a su ser interior, impedido de reconocerse a sí mismo por la carga de prejuicios cinco centenarios de su “ser ancestral”.
Masa amorfa envilecida, mirando siempre “hacia afuera” en búsqueda de su identidad negada.
“Así nos quieren, así nos
necesitan”.
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