La grandeza de nuestros Viejos Abuelos estuvo sustentada en dos ejes fundamentales y cuatro columnas estructurales, que le dieron a nuestra civilización madre, la fortaleza para sobrevivir hasta nuestros días a pesar del intento de su destrucción.
Los dos ejes fueron su filosofía y sus principios éticos y morales. Sus cuatro columnas fueron el sistema alimentario, el sistema de salud, el sistema educativo y la organización social y el régimen jurídico, que en conjunto y articuladamente unas con otras, permitieron desde la invención de la agricultura en el año 6 mil a.C. mantener un decantado proceso de desarrollo humano, que culminó con aproximadamente mil años de esplendor, desde el año 200 a.C. hasta la mitad del siglo octavo de la era cristiana.
Lo que se conoce como el colapso del período Clásico Superior, pondrá misteriosamente fin a la sabiduría de los hombres y mujeres de conocimiento que dirigieron a los pueblos del Anáhuac.
Del año 850 d.C. aproximadamente a la llegada de los invasores europeos, la decadencia y degradación, por la ausencia de su venerables maestros, llevó a los pueblos del Cem Anáhuac a la creación de señoríos, guerras, sacrificios humanos. Esta degradación llegó a su punto culminante con el surgimiento del poderío Azteca, quien con su ideólogo Tlacaelel, trasgredió las antiguas enseñanzas toltecas que exaltaban las fuerzas espirituales del ser humano y las cambió por la exaltación del culto a la materia, la guerra y los sacrificios humanos a favor de su Dios tutelar Huitzlipochtli.
Fue en este período que comprendieron básicamente los últimos cien años antes de la llegada de los españoles, cuando los aztecas destruyeron los códices más importantes donde se guardaba la sabiduría de los milenarios Toltecas y rehicieron la historia, donde los Aztecas aparecerán como el pueblo elegido, minimizando a los toltecas y Quetzalcóatl.
Poco después llegaron los salvajes europeos y destruyeron lo que los aztecas habían construido de las bases del pensamiento Tolteca. Los españoles para colonizar a nuestro pueblo se empeñaron en destruir nuestra palabra, desaparecer nuestras lenguas y dejarnos mudos; borrar nuestra memoria histórica y dejarnos amnésicos, como extranjeros ignorantes en nuestra propia tierra y con nuestra propia raíz; quitarnos nuestros conocimientos y tecnologías ancestrales, dejándonos estúpidos e impotentes de crear y recrear el mundo en donde vivimos; nos quitaron nuestros espacios y no sólo los físicos como las mejores tierras, sino nos quitaron los espacios sociales, espirituales y religiosos; finalmente nos quitaron nuestra religión madre e intentaron inhibir nuestro sentido místico y espiritual por la vida.
Para destruir lo que somos en estos 490 años, de una manera feroz, despiadada y sistemática, aparte de la injusta explotación humana y la criminal depredación de nuestros recursos naturales, los que han detentado el poder, desde Hernán Cortés hasta el último de los presidentes, han tratado de destruir, desalentar, corromper las cuatro columnas que nos sostienen como civilización. Las medidas criminales y totalmente absurdas en el campo y la alimentación, la salud, la educación, el menosprecio por los sistemas tradicionales de organización comunitaria, desde el calpulli hasta el sistema de cargos, así como los sistemas internos de impartición de justicia, no sólo han sido despreciadas por los colonizadores, sino que han sido perseguidos y desvalorizados socialmente, pues en un país colonizado se entiende que, “lo que no es Occidental es primitivo”, digno de “modernizar”.
Sin embargo, pese a los más de mil cien años que nos separan del esplendor de los Viejos Abuelos y la cadena de desgracias que le han acontecido hasta nuestros días, la sabiduría luminosa permanece en el ángulo marginal de nuestra visión del mundo, en el inconsciente, en el banco genético, en la sabiduría popular y siguen siendo mágicamente, la estructura donde descansa lo que en vedad somos los mexicanos.
De estas destrucciones han podido sobrevivir algunos textos que se escribieron después de la conquista, ya sea en náhuatl, español antiguo o latín, pues humanistas como Andrés de Olmos, Bernardino de Sahún, Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga y Alfonso de Zurita en la antigüedad, y en nuestros tiempos como Ángel María Garibay, Miguel León Portilla, Laurrete Séjurenett, Alfredo López Austín y Rubén Bonifaz Nuño, por citar a algunos, han contribuido a que “los testimonios de la antigua palabra” se preserven esperando el momento luminoso en que los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos, deseen dejar de ser “extraños advenedizos de sí mismos” y reciban el potencial de sabiduría de nuestros nobles antepasados, para que en el siglo XXI construyamos una sociedad justa y humana para los hijos de nuestros hijos.
Para ello, debemos entre otras cosas, recuperar la antigua sabiduría, los principios éticos y morales que guiaron a nuestros antepasados a lo largo de milenios enteros en busca de la Luz. El futuro de los mexicanos es su pasado. Cómo un día lo hicieron los europeos que estaban empantanados en la oscuridad de la edad media y para salir, voltearon en busca de su pasado y buscaron en la cultura grecolatina la sabiduría para salir del fanatismo y oscurantismo medieval. De la misma manera nosotros debemos recurrir a la sabiduría del México Antiguo y con sus valores y principios, reorientar el camino perdido mucho antes de la llegada de los europeos. Debemos fundir con equilibrio e inteligencia, la sabiduría y la grandeza humana que nos dan las dos civilizaciones de las cuales provenimos, negar o menospreciar cualquiera de las dos, es negarnos y menospreciarnos a nosotros mismos y condenarnos a quedar eternamente sin “un rostro propio y un corazón verdadero”, vagando inconscientes en “ el laberinto de la soledad”.
Es por ello que ahora “transcribimos” a nuestra manera algunos huhuetlahtolli que han sobrevivido a la destrucción, para dárselos a nuestros hijos y renazca en ellos los valores y principios de los sabios toltecas del México Antiguo.
“acérquense, hijos míos, escuchen, pues son mis hijos, y su madre y su padre soy yo, que por unos días, por breve tiempo estoy en este mundo para guiarlos y conducirlos por el camino de la virtud y la templanza espiritual que lleva al lugar de la gloria de aquél que nos creó.”
“Hijo mío, mi collar, mi pluma preciosa, has venido a la vida, has nacido, has venido a salir a la tierra, en la tierra del Señor Nuestro. Te forjó, te dio forma, te hizo nacer Aquél por quien se vive, Dios. Hemos visto por ti tus madres, tus padres; y tus tías, tus tíos, tus parientes, han visto por ti, han llorado, han sufrido por ti en tanto venías, en tanto nacías sobre esta tu Tierra.”
“Ahora mi niñita, tortolita, mujercita, tienes vida, has nacido, has caído de mi seno, de mi pecho. Porque te ha forjado, porque te ha moldeado, te hizo, te formó menudita tu padre, tu señor. Ojalá no andes sufriendo en la tierra. ¿Cómo vivirás al lado de la gente, junto a las personas? Porque en lugares peligrosos, porque en lugares espantosos, con gran dificultad se vive. Así hay esperanza en la tierra. Porque se acaban los rostros de la gente y todo lo humano termina. Así, un poquito conceden a las personas, las hacen merecer su fama, su honra, su color, su tibieza, su dulzura, su sabrosura, el Señor Nuestro.
Y, tú, no te abandones, no seas desperdiciada, no te quedes atrás, tu que eres mi collar, mi pluma de quetzal; no se dañe tu rostro, tu corazón, no se dañe tu imagen..”
“Mi sangre, mi color, hijo mío, te he forjado, te he dado forma. Ya frente a ti, sobre ti observo, cuido de ti; ojalá no seas sólo metal precioso, ya que así has sido forjado, porque aún vienes con los ojos lagañosos y ya vendrás a descubrir tu rostro. Quizás sólo eres un pajarito, ya te cubrirás de plumas, ya te saldrán alas. No seas irrespetuoso con la gente, no andes revoloteando sobre la gente. Sólo con tranquilidad volarás cerca, al lado de la Ceiba, del sabino, no sea por descuido que en algún lugar lo dañes, porque de ese modo lo lastimarás y ya vendrás a verlo, gracias a ellos tendrás sosiego.”
Tomado de (Huhehutelahtolli testimonio de la antigua palabra, de Miguel León-Portilla y Librado Silva Galeana. SEP/FCE. México 1991)