Si la civilización del Anáhuac tuvo durante por lo menos tres mil años, un sistema educativo, necesariamente aquellos que un día inventaron el maíz, el cero matemático o la cuenta perfecta del tiempo, ineludiblemente tenían que tener un profundo y decantado sentido filosófico sobre la educación. El concepto tlacahuapahualiztli, que significa “el arte de criar y educar a los hombres”, nos habla de este profundo legado cultural del Anáhuac.
Este sentido partía de la concepción del ser humano, principio y fin de la educación. El ser humano era creación divina, perfectible y en constante evolución. Los dioses en Teotihuacán se sacrificaron por ellos y su mundo. Se vivía en el Quinto Sol, que había sido precedido de cuatro Soles anteriores, que en sucesivas creaciones-destrucciones, siempre tenían al ser humano, su alimento y su sociedad, en un proceso de evolución constante.
Otra de las características del ser humano, era que poseía una gran responsabilidad de mantener el desarrollo y equilibrio del mundo en el que vivía. El ser humano común se llamaba “masehual”, que significa, “el merecido” del sacrificio de los dioses. Este “merecido” era, de alguna manera, un “pequeño ayudante” de las fuerzas divinas que habían creado el mundo. Su vida tenía un significado sagrado, en tanto lograra cumplir cabalmente con esta misión-responsabilidad. Esta “ayuda” se daba siendo un ser humano virtuoso y compasivo, temeroso y agradecido de lo divino, en la vida cotidiana. Cumpliendo escrupulosamente sus deberes con la familia, con su comunidad, con la “Madre Querida” (la Tierra) y con la divinidad suprema, “aquella por quien se vivía”.
Este sentido partía de la concepción del ser humano, principio y fin de la educación. El ser humano era creación divina, perfectible y en constante evolución. Los dioses en Teotihuacán se sacrificaron por ellos y su mundo. Se vivía en el Quinto Sol, que había sido precedido de cuatro Soles anteriores, que en sucesivas creaciones-destrucciones, siempre tenían al ser humano, su alimento y su sociedad, en un proceso de evolución constante.
Otra de las características del ser humano, era que poseía una gran responsabilidad de mantener el desarrollo y equilibrio del mundo en el que vivía. El ser humano común se llamaba “masehual”, que significa, “el merecido” del sacrificio de los dioses. Este “merecido” era, de alguna manera, un “pequeño ayudante” de las fuerzas divinas que habían creado el mundo. Su vida tenía un significado sagrado, en tanto lograra cumplir cabalmente con esta misión-responsabilidad. Esta “ayuda” se daba siendo un ser humano virtuoso y compasivo, temeroso y agradecido de lo divino, en la vida cotidiana. Cumpliendo escrupulosamente sus deberes con la familia, con su comunidad, con la “Madre Querida” (la Tierra) y con la divinidad suprema, “aquella por quien se vivía”.
“La hipótesis que planteo cumple el propósito de probar la unidad de nuestra cultura original, unidad que hasta ahora se ha supuesto sin preocuparse por las pruebas que la sustenten; además, viene a explicar, entre otras cosas, el incontenible dinamismo característico de esa cultura.
Porque, de acuerdo con ella, el hombre, motor y material inicial de la creación del mundo, asume en lo sucesivo su función creadora como obligación permanente. La creación no es un hecho instantáneo, sino un proceso interminable. El hombre ha de cumplirla sin interrupción, tomando sobre si el deber de caminar hacia su perfección lo inicialmente creado.
Así se explica, dentro de la básica unidad cultural, la dinámica variedad de sus manifestaciones. Se explica así, por ejemplo, las diferencias entre la urbanización de la Venta y la de Palenque o Monte Albán o Tenochtitlán. Una sola concepción las dirige: la humana obligación de aliarse a los dioses para crear, mantener y perfeccionar lo existente. Nada debe permanecer en el estado en que todo fue creado. Todo, merced a la acción e incluso al sacrificio del hombre, ha de estar en perpetuo movimiento ascendente hacia su perfección, mediante constantes esfuerzos regidos por la humana conciencia de que los valores superiores son obligatoriamente realizables”. Cosmogonía Antigua Mexicana. Hipótesis iconográfica y textual”. Rubén Bonfiaz Nuño. UNAM, México. 1995.
Finalmente, “lo humano”, no solo estaba vinculado indefectiblemente a lo divino, sino terrenamente, se encontraba inmerso total y absolutamente en la comunidad. El individuo, sea hombre o mujer, estaba ligado a una gran obligación y responsabilidad existencial ante la divinidad suprema y su comunidad. Servir eficientemente a la comunidad, era el más elevado desempeño que un ser humano podía tener socialmente en la vida. No se podía concebir un ser humano sin estas dos grandes responsabilidades.
De esta manera el ser humano, metafóricamente se denominaba -In ixtli, in yóllotl-, “la cara, el corazón”, dándole una dimensión ética y moral. En el antiguo Anáhuac, el ser humano no nacía “terminado”, por el contrario, era perfectible, imbuido un proceso formativo, en el que intervenía la familia, la escuela y la sociedad.
La persona a través de la vida, especialmente en la primera parte, se iba formando “un rostro propio” y un “corazón verdadero”, fundamento de la educación, de donde se desprende el concepto de ixtlamachilitzli, “acción de dar sabiduría a los rostros y tlacahuapahualiztli, "arte de criar y educar seres humanos”. La educación era considerada el arte más elevado, y los toltecas, los artistas supremos.
( * ) Tomado de PEDAGOGÍA TOLTECA
1 comentario:
Si los padres aplicáramos las estrategias filosóficas de nuestros antepasados y los profesores eligieran esa profesión por vocación, más que por necesidad de percibir un sueldo, obtener una plaza u obtener una jubilación.
Deplorable y devastada la EDUCACIÓN EN MÉXICO, pero iniciando por los padres de familia que no saben educar, solo tener hijos y regalar cosas para cubrir necesidades reales del niño como: Tiempo, atención, cuidado, protección, alimentación y amor.
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