Cuando
morimos,
no
en verdad morimos,
porque
vivimos, resucitamos,
seguimos
viviendo, despertamos,
Esto
nos hace felices ...
¿Acaso
de verdad se vive en la tierra?
No
para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque
sea jade se quiebra,
aunque
sea oro se rompe,
aunque
sea plumaje de quetzal se desgarra,
no
para siempre en la tierra: sólo un poco aquí." (*)
Todos
los pueblos del mundo tienen un espacio especial para la muerte, toda vez que
en ella se responde la tercera pregunta del problema ontológico del ser,
"a donde iré después de la muerte". Pero existen dos civilizaciones
que especialmente centraron su Desarrollo Cultural en el concepto de LA MUERTE;
el pueblo egipcio y los antiguos mexicanos.
En
efecto, nuestros Viejos Abuelos definieron como un par de opuestos
complementarios a la vida y a la muerte. Dualidad que se opone y al mismo
tiempo se necesita, PUES NO PUDE HABER VIDA SIN LA MUERTE Y MUERTE SIN LA VIDA.
Los
antiguos Toltecas, los hombres de conocimiento del México Antiguo, pretendían
en sus majestuosos Centros de Conocimiento, hoy llamados zonas arqueológicas,
llegar a la vida eterna a través de la "muerte" de la vida mundana.
Es decir, que sólo ante la muerte de los apegos terrenales el espíritu quedaba
libre, para iniciar el luminoso viaje hacia la vida eterna.
Por ello, en su
iconografía, desde los olmecas del preclásico, pasando por los toltecas del
clásico, hasta el postclásico decadente de los aztecas, la osamenta en todos
los grabados, pinturas y esculturas, representaba la vida eterna, ya que lo
último que tarde en destruirse de un cadáver es la osamenta (es lo que queda de
la vida material).
Nuestros
Viejos Abuelos se preguntaban a donde iremos después de la muerte.
¿A
dónde iré?;
¿A
dónde iré?
El
camino de la Dualidad Divina.
¿Por
ventura es tu casa el lugar de los descarnados?,
¿Acaso
en el interior del cielo?,
¿O
solamente aquí en la tierra es el lugar de los descarnados? (*)
Porque para ellos la vida en la tierra era
totalmente pasajera, presuponían que tenemos los seres humanos un destino más
importante, un lugar en lo inconmensurable a donde deberemos llegar después de
transitar por esta existencia terrenal. La muerte es un paso a la vida eterna.
Asumían
al ser humano como un Guerrero. Un luchador de las fuerzas cósmicas que rigen
al universo y de la cuál ellos forman parte activa. Los Guerreros se formaban
en el Calmecac, escuela de altos estudios que permitía que el aspirante, ya sea
hombre o mujer, se forjara como un "Guerrero del Espíritu", ya que él
debía iniciar una descomunal batalla en lo más profundo de sus adentros,
!contra sí mismo!. Contra las debilidades de su espíritu y las tentaciones de
la materia.
A esta lucha le llamaron poéticamente "La Batalla
Florida". Esta guerra se libraba con "Flor y Canto", es decir
con las armas del arte y la sabiduría y en lo profundo del individuo.
El objetivo de esta impecable batalla era "florecer el corazón y darse como alimento a los seres queridos". Esta augusta Batalla Florida forjaba "rostros propios y corazones verdaderos" entre los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos durante muchos siglos que duró el esplendor del México Antiguo.
El objetivo de esta impecable batalla era "florecer el corazón y darse como alimento a los seres queridos". Esta augusta Batalla Florida forjaba "rostros propios y corazones verdaderos" entre los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos durante muchos siglos que duró el esplendor del México Antiguo.
De
esta manera debemos entender y comprender que nuestros antepasados tenían un
profundo interés por la vida espiritual y la trascendencia de la existencia.
Que llegaron a niveles de conocimiento espiritual y energético del ser humano,
tan grande y avanzado, que hoy todavía no los podemos entender cabalmente, pero
que siguen siendo vigentes y vitales, para la existencia humana.
En
la memoria histórica del Anáhuac encontramos que nuestros Viejos Abuelos tenían
cuatro lugares a donde irían los muertos, según se hubieran comportado a lo
largo de toda su vida.
El
primero era el más importante y apreciado, se llamaba
"Ilhuicatltonatíuh", luminoso lugar reservado para aquellos Guerreros
del Espíritu, hombres o mujeres, que habiendo dedicado toda una vida a la
"Batalla Florida" habían logrado "florecer su corazón".
Así, los "Guerreros de la Luz" acompañaban al Sol del amanecer al
cenit en su ascendente carrera, venciendo a las fuerzas gravitacionales que
arrastran a la materia a las obscuridades de la ignorancia. Las "Guerreras
de la Luz" también acompañaban al Sol, pero desde el cenit hasta el
atardecer, hasta que naufragaba en el inframundo, señorío de Mictlantecutli
"El Señor de la Muerte".
El
segundo lugar llamado "Chichihuacuacho" que era a donde iban los
muertos en el México Antiguo, estaba reservado para aquellos niños que morían
de recién nacidos a tierna edad. Este lugar era como un paraíso en el que había
un inmenso árbol del que caían gotitas de leche de sus ramas y los niños al
alimentarse de ella, vivían felices en este "paraíso infantil" en el
que se suponía vivirían los infantes hasta el nacimiento del sexto Sol, tiempo
en que nacerían de nuevo.
El
tercer lugar llamado "Tlalócan" estaba reservado para los que morían
de causas relacionadas con el agua, como los ahogados, muerte por rayos, los
leprosos y hidrópticos. El Tlalócan la mansión de la luna, era un paraíso en el
que había condiciones ideales, un lugar agradable y fresco.
Finalmente
existía un lugar para quienes no habían alcanzado la muerte luminosa del
Guerrero, ni la muerte tierna del niño, ni la muerte sagrada asociada al agua.
Lugar en verdad terrible porque significaba la nada, la muerte estéril producto
de una vida vacía, la muerte sin consecuencias y sin trascendencia; la muerte
para nada. Este es el cuarto lugar donde iban los muertos, según los antiguos
mexicanos, era el Mictlán. Lugar a donde iban los que morían de muerte natural,
fueran señores o macehuales, sin distinción de rango ni de riquezas.
Después
del funeral, el muerto en cuestión tenía que cruzar por un largo y caudaloso
río llamado Apanohuaya, para lo cual necesitaba de la ayuda de un perro
(techichi). Posteriormente ya despojado de sus vestiduras tenía que cruzar
entre unas montañas que siempre estaban chocando una contra la otra y que se
llamaban Tépetlmonamictia.
Después tenían que pasar por un cerro erizado de filosos pedernales, para a continuación atravesar ocho colinas llamadas Cehuecáyan, en donde siempre estaba cayendo una terrible tormenta de nieve, después tenía que cruzar 8 llanuras en donde un gélido viento cortaba como navaja.
Después tenían que pasar por un cerro erizado de filosos pedernales, para a continuación atravesar ocho colinas llamadas Cehuecáyan, en donde siempre estaba cayendo una terrible tormenta de nieve, después tenía que cruzar 8 llanuras en donde un gélido viento cortaba como navaja.
Después tenía que seguir un camino en donde era flechado por "los
tiradores de lo desconocido". A continuación se encontraba con el Teocoyleualoyan,
inmenso tigre que le comía el corazón, para sin él, caer en el Apanviayo, en
cuyas aguas negras se encontraba la terrible lagartija Xochitonal.
Es entonces que había concluido el doloroso viaje de sufrimiento, presentándose ante el mismo Señor de la Muerte (Mictlantecutli) quien le diría al difunto... "Han terminado tus penas terrenales, vete pues, a dormir tu sueño mortal". Después de 4 años de viaje por el Mictlan, !la nada era su destino final!
Es entonces que había concluido el doloroso viaje de sufrimiento, presentándose ante el mismo Señor de la Muerte (Mictlantecutli) quien le diría al difunto... "Han terminado tus penas terrenales, vete pues, a dormir tu sueño mortal". Después de 4 años de viaje por el Mictlan, !la nada era su destino final!
Es
así como nuestros Viejos Abuelos interpretaban a la muerte desde el aspecto
filosófico. Este Patrimonio Cultural sigue vivo y presente en nuestra cultura,
que no refleja más que la visión milenaria de nuestras raíces. La fiesta de los
difuntos o las de Tonatzin-Guadalupe, es la presencia viva e innegable de
nuestro "corazón indígena".
Los mexicanos contemporáneos somos
indígenas en lo filosófico y en lo espiritual. Nuestra relación profunda con la
vida, la muerte, la familia, la naturaleza, la amistad, el trabajo, están más
cerca de nuestra Cultura Madre, que de la cultura Occidental.
El problema es
que en estos últimos 500 años nos han educado a sentir vergüenza y menosprecio
de nosotros mismos y a tener en el olvido la esencia y herencia luminosa de
nuestros Viejos Abuelos. Educación que nos ha mantenido siempre derrotados y
sumisos, impotentes ante lo extranjero y al mismo tiempo, feroces verdugos de
nuestra cultura primordial y de nuestra gente.
Copiando modas y culturas
extranjeras para supuestamente con eso sentirnos "modernos y progresistas",
pero lo que en verdad nos hacen, es sólo ser consumistas de productos chatarra
y dejarnos en la miseria económica y espiritual.
Celebrar
la fiesta del día de muertos con profunda y autentica emoción, apegados a la
tradición y a la costumbre, es iniciar un viaje al corazón del México Antiguo,
un encuentro con nosotros mismos.
(*)
Cantares Mexicanos.
Visite: www.toltecayotl.org
1 comentario:
Muy bello escrito Maestro Guillermo Marín.
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