viernes, 9 de mayo de 2008

LA PREDILECCIÓN DE LOS GUERREROS ( * )


Éste es uno de los momentos más intensos y emotivos, y es aquí donde la primera parte de la enseñanza termina. Carlos Castaneda tendrá que entrar en el nagual y, para lograrlo, él y sus compañeros están en un sitio imponente y maravilloso, lleno de fuerza y poder. Es un cerro que los toltecas trabajaron dándole forma de pirámide; este lugar se ubica al Este de los pueblos en que vivían los otros aprendices y a los que divide una profunda cañada; tratar de llegar a la cúspide del cerro es casi como trepar una pared. El cerro recibe un nombre en zapoteco que tiene relación con el fuego interno y se encuentra en la Sierra Juárez de Oaxaca.

Éste es uno de los momentos decisivos en el camino del conocimiento tolteca. El aprendiz pasará solo, por primera vez, al mundo del nagual y aquí se despide de su maestro y de su benefactor; el aprendiz podrá seguir el camino, en cuyo caso lo hará sin esa valiosa compañía; tendrá que recurrir solo al conocimiento que está "guardado" en su parte izquierda y por tanto tendrá que "recordar" todo lo aprendido en la parte de la conciencia “acrecentada” y “ensamblar” todo el conocimiento en una sola unidad.

Don Juan le advierte a Castaneda que tendrá que entrar al nagual con la fuerza de su poder personal y que del encuentro pueden suceder dos cosas: que no regrese jamás, o que regrese a cumplir una tarea que el poder le designará. Una vez cumplida su tarea, sin importar el triunfo o la derrota, logrará obtener el dominio sobre la totalidad de sí mismo.

Don Juan le cuenta una historia para ejemplificar como debe vivir en espera del cumplimiento de su tarea y le dice que para esa espera y para esa tarea lo único que tiene el guerrero es su humildad, su impecabilidad y su sobriedad. Que debe dirigir todo su poder personal a cumplir eficientemente la tarea que el poder le designa. Solo tendido esa fuerza interna, el guerrero puede vencer a “los tiradores de los desconocido”.

En esta tarea el guerrero no puede evitar el dolor porque es un ser humano, pero lo que sí puede evitar es entregarse a él. En esta tarea se está solo, esa es nuestra condición verdadera. Pero morir solo, es morir desolado, dice Don Juan. Un guerrero que entra en lo desconocido mantiene un sentimiento de humildad, impecabilidad y eficiencia que te fortalece y prepara a su espíritu.

Don Juan le recomienda a Castaneda que, cuando regrese a cumplir su tarea, ame a la Tierra porque es un ser vivo que siente y comprende, y que ella le enseñará lo que es la libertad. Dice Don Juan que sin un amor así al ser (la Tierra) que nos da alojamiento, comida y todo cuanto necesitamos, la soledad de este camino se convierte en desolación. Amando a este ser espléndido y maravilloso que es la Tierra, el guerrero puede darle libertad, alegría y abandono a su espíritu frente a cualquier percance en el cumplimiento de su tarea.

Don Juan se despide de Castaneda antes de que salte desde una plataforma de la "gran pirámide". Abajo hay un inmenso y profundo vacío; a lo lejos, las montañas de Ixtlán. Castaneda pondrá a prueba su aprendizaje y deberá tener la fuerza y el valor necesarios para saltar a un abismo sabiendo que en vez de despedazarse y morir, podrá expandir su racimo y entrar al mundo de nagual. Antes de que Castaneda corra y salte al vacío, Don Juan le dice que volverá a ser polvo en el camino y que tal vez algún día podrá entrar nuevamente en sus ojos.


“Hay muchas maneras de decir adiós ‑conti­nuó‑. Acaso la mejor es sostener un recuerdo espe­cial de alegría…
‑Ustedes ya han aprendido que el temple de un guerrero está en el ser humilde y eficiente ‑dijo don Genaro, y su voz me hizo saltar‑. Ya han aprendido a actuar sin esperar ni pedir nada a cambio…
‑Un guerrero reconoce su dolor pero no se entre­ga a él ‑dijo don Juan‑. Por eso el sentimiento de un guerrero que entra en lo desconocido no es de tris­teza; al contrario, está alegre porque se siente hu­milde ante su gran fortuna, confiado en la impeca­bilidad de su espíritu, y sobre todo, completamente al tanto de su eficiencia. La alegría del guerrero le viene de haber aceptado su destino, y de haber calcu­lado de verdad lo que le espera…
‑La vida de un guerrero no puede en modo al­guno ser fría y solitaria y sin sentimientos ‑dijo‑, porque se basa en su afecto, su devoción, su dedi­cación a su ser amado. ¿Y quién, podrían ustedes preguntar, es ese ser amado? Yo se los voy a mostrar ahora mismo…
‑El amor de Genaro es el mundo ‑decía‑. Aho­ra mismo estaba abrazando esta enorme tierra, pero siendo tan pequeño, no puede sino nadar en ella. Pero la tierra sabe que Genaro la ama y por eso lo cuida. Por eso la vida de Genaro está llena hasta el borde y su estado, dondequiera que él se encuentre, siem­pre será la abundancia. Genaro recorre las sendas de su ser amado, y en cualquier sitio que esté, está completo.
Don Juan se acuclilló frente a nosotros. Acarició el suelo con gentileza.
‑Ésta es la predilección de dos guerreros ‑erijo‑. Esta tierra, este mundo. Para un guerrero no puede haber un amor más grande…
‑Solamente si uno ama a esta tierra con pasión in­flexible puede uno librarse de la tristeza -dijo don Juan‑. Un guerrero siempre está alegre porque su amor es inalterable y su ser amado, la tierra, lo abraza y le regala cosas inconcebibles. La tristeza pertenece sólo a esos que odian al mismo ser que les da asilo.
Don Juan volvió a acariciar el suelo con ternura.
‑Este ser hermoso, que está vivo hasta sus últimos resquicios y comprende cada sentimiento, me dio cari­ño, me curó de mis dolores, y finalmente, cuando en­tendí todo mi cariño por él, me enseñó lo que es la libertad…
Han llegado a la explicación de los brujos, pero no tiene ninguna importancia el que la sepan. Están más solos que nunca, porque sin un cariño constante por el ser que les da asilo, la soledad es desolación.
Solamente amando a este ser espléndido se puede dar libertad al espíritu del guerrero; y la libertad es alegría, eficiencia, y abandono frente a cualquier embate del destino. Ésa es la última lección. Siempre se deja para el último momento, para el momento de desolación suprema en el que un hombre se en­frenta a su muerte y a su soledad. Sólo entonces tiene sentido…” Don Juan.


(*) Tomado del libro PARA LEER A CARLOS CASTANEDA

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