La ciudad, por su naturaleza, necesita de un
grupo humano que sostenga sus requerimientos alimenticios, acuíferos,
energéticos y de mano de obra, además de objetos y de materias primas para
vivir. Las ciudades históricamente han vivido a expensas de los habitantes del
campo y las costas.
Desde esta perspectiva, las ciudades son como
“canceres” de la Tierra. El ser humano “en equilibrio”, vive en armonía con la
naturaleza, consigo mismo y con sus hermanos.
Para ello, vive en núcleos rurales
que les permitan tener los beneficios de la vida en comunidad y al mismo
tiempo, los beneficios de la naturaleza. Razón por la cual los llamados
calpulli rurales eran los de mayor número, aún en el periodo Postclásico.
Escriben “las fuentes”, que lo que
inmediatamente hicieron los colonizadores con la cruz y la espada fue hacer
“congregaciones”, porque los naturales vivían “dispersos” y para su explotación
se requería que vivieran “congregados” en poblaciones donde estuvieran al
alcance y comodidad de los encomenderos.
Un ejemplo hasta hace unos 60 años era la forma
de vivir en el Tibet, en donde una población eminentemente agrícola sostenía a
una élite de monjes budistas, no por sujeción militar-explotadora, sino por
convicción cultural/religiosa.
La gente estaba de acuerdo en destinar sus
excedentes agrícolas para el sostenimiento de los monasterios, porque estaba
convencida que el trabajo religioso y espiritual de los estudiantes y monjes
era válido, justo y necesario para el mantenimiento de su cultura y su
sociedad. Era entonces un propósito social compartido por todos de manera
voluntaria.
Cuando el propósito social está dirigido al
conocimiento, estudio y práctica de saberes ancestrales en relación a las
posibilidades de percepción energéticas del ser humano y su trascendencia
espiritual, como fue durante diez siglos en el periodo Clásico en el Anáhuac,
se pueden lograr asombrosos resultados, entre ellos, la construcción más
numerosa de centros de estudios e investigación, -hoy llamadas zonas arqueológicas-,
en la historia de la humanidad.
A pesar del número y la diversidad, todos los
centros de conocimiento de La Toltecáyotl en el Cem Anáhuac tienen los mismos
elementos arquitectónicos: pirámides cuadradas truncadas, patios cuadrados con
cuatro habitaciones (y/0 pirámides truncadas) y sus puertas al interior del
patrio, ausencia de ventanas, varias puertas o vanos en una misma pared, vanos
casi del tamaño de una pared, ausencia de murallas defensivas, escalones muy
altos,
pasadizos subterráneos sin aparente conexión con las edificaciones,
construcciones rectangulares llamadas tlaxco o “juegos de pelota” que
funcionaban como observatorios astronómicos, amplias plazas cuadradas o
rectangulares. Pero sobre todo, la mayoría de los edificios estaban edificados
de acuerdo a medidas o posiciones astronómicas y rigurosamente orientados,
todos, a los cuatro puntos cardinales con una misma y exacta variación hacia el
Norte.
Estos elementos arquitectónicos no indican un
uso militar, comercial, de casa habitación y no se ubican, -en general-, en
lugares aptos para la vida cotidiana, con accesos cómodos, fuentes permanentes
de agua y espacios para la agricultura.
No denotan un uso militar, porque la
Civilización del Anáhuac no enfocó sus conocimientos en la invención de armas,
ni sustentó su expansión cultural en ellas, tanto en el periodo Preclásico,
como en el Clásico.
Las mismas armas que heredaron de la prehistoria, fueron
las que usaron más de siete milenios después para enfrentar la invasión
europea. La arquitectura misma no es militar, ni defensiva.
La arquitectura tampoco es para espacios que
propiciaran el comercio, almacenamiento o exhibición de mercancías. Los
anahuacas no usaron la moneda a pesar de que tenían una red muy amplia de
mercados o tianguis locales y regionales, donde cada cinco días se
intercambiaban productos a partir del trueque.
No era una cultura que fomentara
el consumo suntuario, el atesoramiento o las exquisiteces alimenticias o
decorativas, en ese aspecto, fueron muy prácticas y creativas sus iniciativas
alimentarias, usando los recursos naturales que les proporcionaba su hábitat.
Con el trueque satisfacían sus limitadas necesidades materiales, debemos de
recordar que la austeridad y frugalidad es un elemento cultural de los pueblos originarios.
Los pochtecas del periodo Clásico no eran
“mercaderes” en el sentido fenicio. Lo cierto es que se sabe que se
transportaban e intercambiaban objetos
de lejanos lugares para el culto, como el oro, papel amate, jade, turquesa,
plumas de aves preciosas, obsidiana, etc., desde lo que hoy es Costa Rica hasta
el estado de Arizona en E.U., pero nunca con un sentido comercial, como el
intercambio comercial de la Ruta de la Seda.
Tampoco sus construcciones fueron diseñadas
para hacer palacios suntuarios o casas habitación. Resulta insultante pensar
que realizaban a lo largo de muchos años enormes esfuerzos físicos para
construir una pirámide y en lo más alto, edificar una habitación pequeña, con
una puerta inmensa y sin ventanas para “hacer un vivienda”.
O construir una
habitación rectangular con tres puertas continuas. Con un sentido crítico y
descolonizado, es claro que estas formidables construcciones no eran lugares
para que viviera una élite o una “familia real”. Es claro y descolonizado que
esos espacios tenían otras funciones y que, eran comunes desde las selvas de
Centro América hasta los desiertos y praderas de Norte América.
En el caso de Monte Albán, en Oaxaca, resulta
imposible que se trabajara durante 1350 años un proyecto suntuario, transportando
piedras de 14 km. de distancia, subirlas a pulso 400 metros de altura sobre el
nivel del valle, aplanar una montaña, para construir “un palacio”.
Como Monte
Albán, existen decenas de lugares en el Cem Anáhuac que su construcción fue un
proyecto a largo plazo, que contó con la convicción de muchas generaciones y
pueblos diferentes.
En Monte Albán participaron todas las culturas que hoy
conforman los pueblos originarios y su trabajo fue a nivel de tequio, es decir,
el trabajo sin remuneración por el bien común, que es ancestral y el cual es
una de sus características culturales más acendradas.
Este es uno de los elementos culturales más
importantes de la Civilización Madre y que no ha sido tomado en cuenta en toda
su dimensión. Es decir, que durante por lo menos diez siglos, los Viejos
Abuelos trabajaron intensa y esforzadamente uno de los proyectos constructivos
más importantes de la humanidad, creando estos centros de conocimiento a lo
largo y ancho del Cem Anáhuac,
Cahokia Mounds, Illinois, E.U. Río Misisipi
desde lo que hoy es Nicaragua hasta el Norte de
los E.U., que no eran fortalezas militares, murallas defensivas, grandes y
largos canales acuáticos comerciales, palacios para élites o monumentales
tumbas, puertos marítimos comerciales o grandes ciudades en donde residía un
poder imperial.
Como esto, si sucedió en Mesopotamia, China,
India, Egipto, Grecia y Roma, la visión eurocéntrica “uni-versal”, trata de
ajustar nuestra historia y cultura a la de otros pueblos, y al discurso
cientista de la academia occidentalizada.
El testimonio de nuestra grandeza
está justamente en estas maravillosas obras que nos hablan de las elevadas
aspiraciones que tenían nuestros antepasados ante la existencia humana y su
trascendencia a planos superiores de conciencia, que hoy, apenas se empiezan a
vislumbrar tímidamente, pero donde ciertamente está depositada la grandeza
humana.
En el periodo Postclásico o decadente, como se
sabe se empezó a transgredir La Toltecáyotl, no solo en el aspecto religioso al
cambiar a Quetzalcóatl (símbolo de la sabiduría), por Huichilopoztli (símbolo
de la voluntad de poder material).
Se crearon los Altépetl, los linajes
familiares de gobierno, se empezó a crear la propiedad privada, se pasó del
trueque al comercio, se empezó a utilizar el cacao y el cobre manufacturado
como instrumento de cambio y se creó, como afirma el Dr. Alfredo López Austin
el Estado Suyuano, que pretendía restablecer la hegemonía tolteca por medio de
las conquistas militares.
Para el periodo Postclásico se pueden encontrar
asentamientos humanos con el concepto de “ciudad tipo occidental”, por las
razones anteriormente expuestas. Y es Tenochtitlán, el ejemplo más espectacular
del Cem Anáhuac, que para para inicios del siglo XVI era la ciudad más grande
del mundo de aquellos tiempos.
El concepto de “ciudad moderna”, con la traza
reticular, con agua potable, barrios y plazas, etc., pero este concepto no
operó en los más de diez siglos del periodo Clásico, y en los rastros
arqueológicos que nos han dejado la cultura olmeca, no se observan ni
fortalezas y menos ciudades.
Los impresionantes logros arquitectónicos de los
mexicas en Tenochtitlán, se lograron por las cargas tributarias que éstos
impusieron a sus vecinos sometidos militarmente.
De modo que podemos y debemos de afirmar de
manera contundente que es un error, -sustentado en la ignorancia, desprecio o
colonización cultural-, hablar de “Ciudades Prehispánicas”, especialmente
cuando se refieren a los vestigios arqueológicos del periodo Clásico.
Mantener
este lenguaje es mantener la sumisión y colonización mental y cultural. Los
conceptos de “Mesoamérica, Prehispánico, Precolombino, Precortesiano, Imperio
Azteca, latinoamericano, hispano y hasta “mexicano”, son producto de la
colonización que sustenta su poder en la ignorancia de lo mejor de nosotros
mismos.
El discurso colonizador ha sido permanente
sobre “lo propio-nuestro”. Desde Hernán Cortés hasta Mel Gipson pasando por “la
academia occidentalizada”, se repite incesantemente el mismo discurso de que
nuestros sabios antepasados eran politeístas, adoradores de los fenómenos
naturales, guerreros feroces e insaciables caníbales y retrógrados
sacrificadores de seres humanos, además de limitados agricultores
supersticiosos.
Nuestros Viejos Abuelos, no vivieron durante
más de diez siglos, -en el periodo Clásico-, con los valores y principios de
los pueblos guerreros/comerciales de las culturas europeas.
Como hoy en día,
los pueblos huicholes, tarahumaras o mayas, viven con valores y principios
diferentes a los de la sociedad dominante. Y es esta, justamente, nuestra grandeza
y nuestra mayor riqueza cultural.
En efecto, la espiritualidad, la comunalidad y
la vida en equilibrio con la naturaleza son parte del Patrimonio Cultural
Intangible que nos han legado los Viejos Abuelos toltecas a través de La
Toltecáyotl.
Por lo anterior es inadmisible seguir diciéndole a los “centros de
investigación, estudio y conocimiento tolteca”…ciudades o centros ceremoniales.
Tenemos que decir un ¡ya basta! a lo colonización mental y cultural.
Video recomendado, “Tula: Espejo del Cielo.”