La “Historia Universal” es de los vencedores. El euro centrismo ha relegado a las civilizaciones mucho más antiguas que la cultura europea a un oscuro y pequeño rincón del discurso oficial en el que se sustenta el poder económico, político, cultural, pero fundamentalmente ideológico de “la modernidad”.
En este discurso oficial, el judío catalán supuestamente llamado Cristóbal Colón al “descubrir el nuevo mundo”, pensó que había llegado a la India para activar el comercio entre Asia y Europa, bloqueado por los turcos al tomar Constantinopla (1453). Por ello llamó a los “naturales” –indios-. Por esta razón de manera simbólica y real al mismo tiempo, los europeos nunca han conocido a los pueblos invadidos y ocupados durante cinco siglos.
En efecto, al llamarlos “indios” y creer que habían llegado a la India, los europeos SUBSUMIERON a los anahuacas en “su mundo conocido”, o sea la India, a donde querían ir para hacer negocios. A los pueblos y culturas anahuacas no se les han dado el valor y lugar que tienen en la verdadera Historia Universal, como una de las seis civilizaciones más antiguas con origen autónomo del mundo. La aberración y desprecio “por el otro” sigue vigente al llamar a los pueblos anahuacas “indios” en nuestros días.
En el Anáhuac, desde 1519 los europeos que llegaron, no lo hicieron en un “programa humanista y de investigación científica”. No, ellos venían (y siguen llegado) a hacerse ricos a partir de la invasión y colonización: económica, política, cultural y social. Las “fuentes históricas” del siglo XVI, en general parten de relaciones, cartas, alegatos, informes de los invasores, fueran conquistadores como fue el caso de Hernán Cortes que hace un “informe” tendencioso y parcial al rey de España de sus desmanes en el Anáhuac.
De misioneros como Bernardino de Sahagún, que investiga para “conocer al enemigo y poder destruir mejor su religión y cultura. O de anahuacas convertidos a la cultura del colonizador, como el caso de Fernando Alba Ixtlixóchitl, que escribe para “honrar” a sus antepasados que pelearon como aliados de los europeos. Pero jamás se “investigó y estudió” a la civilización invadida y ocupada durante tres siglos por los “gachupines” a través de la corona española. Ni en los dos últimos siglos por los “criollos” y “su país de ellos y para ellos”, por lo que en estos cinco siglos ha sido excluida, vituperada, denigrada, pero jamás, investigada, reconocida y valorada, por el invasor-colonizador.
De misioneros como Bernardino de Sahagún, que investiga para “conocer al enemigo y poder destruir mejor su religión y cultura. O de anahuacas convertidos a la cultura del colonizador, como el caso de Fernando Alba Ixtlixóchitl, que escribe para “honrar” a sus antepasados que pelearon como aliados de los europeos. Pero jamás se “investigó y estudió” a la civilización invadida y ocupada durante tres siglos por los “gachupines” a través de la corona española. Ni en los dos últimos siglos por los “criollos” y “su país de ellos y para ellos”, por lo que en estos cinco siglos ha sido excluida, vituperada, denigrada, pero jamás, investigada, reconocida y valorada, por el invasor-colonizador.
Por esta razón, los “investigadores” desde “Hernán Cortés” hasta los contemporáneos, siguen el mismo camino de la negación y deformación de la “Historia antigua del Anáhuac”. Lo que justifica y explica la permanente explotación de los pueblos invadidos y la depredación de sus recursos naturales. Son los extranjeros en general, con sus honrosas excepciones, los que han estudiado y escrito sobre lo que ellos llaman “la historia antigua de México”. Y como desde hace quinientos años, seguimos siendo un botín, en este caso académico. Por ello, nos han estudiado por -nuestras diferencias-, y no por nuestras semejanzas, presentándonos como un “atolón” de pequeñas “islas culturales” (en las cuales cada investigador es el experto y dueño de cada una de ellas) y no como lo que en verdad somos, un inmenso “continente cultural”. Y por supuesto, estas “investigaciones” mantienen la arrogancia y prepotencia de la “espada conquistadora” ahora convertida en “pluma del neo conquistador cultural”. Manteniendo, por supuesto, la sarta de mentiras y falsedades denigrantes hacia nuestra civilización. El discurso cinematográfico de Mel Gibson en su película “Apocalipto” (2006) lo dice todo.
Para re-hacer nuestra propia historia, “la verdadera”, la “propia-nuestra”, debemos de comenzar con entender que la civilización del Anáhuac es una sola, por más diversas y múltiples culturas diferentes la expresen en el tiempo y el espacio. Y que primeramente debemos iniciar “el camino hacia adentro” a través de lo que llamamos “arqueología del Espíritu”, toda vez que nuestros Viejos Abuelos sustentaron la expresión más elevada de su saber y alcance civilizatorio en el terreno del Espíritu, usando a la “materia” como vehículo o medio de expresión de esta elevada manifestación humana.
Por ello, los Viejos Abuelos toltecas, especialmente en el periodo Clásico (200 a.C. a 850 d.C.) desarrollaron en plenitud sus conocimientos del mundo y la vida en lo que llamaron “Toltecáyotl”, que implica los más elevados valores, principios y conocimientos de la sabiduría y desarrollo humano creado y sistematizado a lo largo de varios miles de años, a partir de la invención de la agricultura, aproximadamente hace ocho mil años. La Toltecáyotl fue la razón y esencia que guió a todos los pueblos y culturas del Cem Anáhuac, lo que les dio una misma matriz filosófica-cultural-religiosa en su amplia diversidad que las cohesionó.
En los siete mil quinientos años de desarrollo humano del Anáhuac antes de la invasión, y en sus tres grandes periodos en los que se ha dividido esta gran extensión de tiempo y de diversidad cultural. Es decir: Periodo Preclásico de 6000 a 200 a.C., periodo Clásico de 200 a.C. a 850 d.C., y finalmente del 850 a 1521 d.C., en el periodo Postclásico. Es decir: periodo formativo representado por la cultura olmeca, periodo de esplendor representado por la cultura tolteca y el periodo decadente representado por la cultura mexica, respectivamente. En estos siete milenios y medio se alcanzó el más elevado nivel de desarrollo humano para todo un pueblo en toda la historia de la humanidad. Este es uno de los más importantes logros civilizatorios que se nos ha escatimado por la colonización, quien nos condena a ser salvajes, caníbales y guerreros solamente. Civilizados gracias a Dios, por la espada y la cruz.
La unidad en la diversidad
El auto descubrimiento debe comenzar con la percepción de que en nuestra “historia propia-nuestra”, fuimos diversos, múltiples y diferentes, como pueblos y culturas, pero unidos por una misma matriz filosófica-cultural-religiosa, que nos dio la oportunidad de ser “diferentes en lo externo, pero iguales en lo esencial”. Es decir, “ramas diferentes pero compartiendo una misma raíz, profunda y milenaria, del árbol civilizatorio”.
Esto lo podemos comprobar de diferentes maneras. Aquí solo nos referiremos a cinco elementos culturales. El primero es que los pueblos y culturas de México (1821-2010) siempre se han percibido como una sola unidad a pesar de su diversidad. Somos un país multiétnico, multicultural, multilingüístico, pero nunca un país multinacional como España, por ejemplo.
Todos los pueblos y culturas del Cem Anáhuac construyeron pirámides y el estilo arquitectónico se mantuvo uniforme asombrosamente durante miles de años. Patios cuadrados rodeados de cuatro edificios a sus costados. Arquitectura íntimamente correlacionada con la mecánica celeste.
La iconografía poseía elementos comunes “estructuralmente” que eran compartidos entre todas las culturas, pero que cada una de ellas le daba su “toque personal”. Este lenguaje iconográfico es muy parecido en las culturas del altiplano central, zona oaxaqueña, cultura de Occidente y del Golfo, aún mantenían similitudes fundamentales con la iconografía de la zona maya que ostensiblemente es más “abigarrada”, pero que en esencia, mantiene el mismo mensaje filosófico.
Otro elemento cultural compartido por todas las culturas del Anáhuac fue la lengua náhuatl, que fue desde el inicio la lengua franca en la que todos los pueblos se comunicaban y en la que se trasmitía el conocimiento. Cada pueblo tenía su propia lengua y sus diferentes variantes en cada región, pero todos compartían la lengua náhuatl como un elemento cultural en la formación y educación en las escuelas y centros de conocimiento.
La divinidad suprema y sus múltiples advocaciones fue otro de los elementos culturales compartidos y al mismo tiempo “diversificados” por cada cultura del Anáhuac en tiempo y espacio diferentes. En efecto, todos aceptaban una sola manifestación de la “suprema divinidad inconmensurable” que era invisible, innombrable e irrepresentable para los seres humanos. Se le llamó metafóricamente “Aquél por quien se vive, Noche Viento, Aquél que esta aquí y en todas partes al mismo tiempo, El que se inventa a sí mismo”. Nunca tuvo un “nombre propio” y una representación material-iconográfica. Pero esta inconmensurable realidad poseía diversas y múltiples manifestaciones o advocaciones en el mundo material de esa compleja concepción.
Por ejemplo: Los Viejos Abuelos concebían al mundo o “la realidad material”, conformada por dos “energías”, una más densa que la otra. A la energía “luminosa” que constituía el mundo de objetos (porque todo esta constituido de átomos y los átomos son energía), los Viejos Abuelos lo representaron con “el agua”, toda vez que el agua a través de la tierra y el sol, transforma la energía solar en energía vegetal a través de la fotosíntesis y de ahí “parte el mundo y la vida”.
La “otra energía” era más sutil y le daba el “anima” a la energía material o luminosa. En efecto, la energía más sutil que la luz, según los toltecas, era la energía espiritual que todos los seres vivos producían a través de la conciencia de ser. Esta energía la representaban con “el viento”, como “el soplo divino que le da conciencia a la materia. De esta manera -agua y viento- eran símbolos de un ancestral conocimiento. Así como los cristianos simbolizan el “Espíritu Santo” con la paloma, pero nunca han adorado a las palomas.
La unidad en la diversidad radica en que todos los pueblos y culturas compartían este elemento cultural y de conocimiento pero, los mayas a la energía luminosa le llamaban Chac, los nahuas Tláloc, los zapotecos Cosijo y los totonacas Tajín, por citar algunas culturas. Todos representaban este concepto de manera icnográfica y lingüísticamente de maneras diferentes, pero todas las represtaciones iconográficas llevaban una anteojera y una lengua de serpiente, independientemente de sus variantes culturales.
Lingüísticamente a la energía espiritual (el soplo divino que da conciencia) todos los pueblos le llamaban en su lengua de manera diferente, Quetzalcóatl o Cuculcán, pero todos se referían al concepto de “Serpiente Emplumada”.
Estos pequeños ejemplos, de múltiples que existen en las culturas del Anáhuac, nos hablan de una múltiple diversidad unida indisolublemente por una misma raíz filosófico-cultural-religiosa, que nos alcanza hasta la actualidad en medio del sincretismo cultural de los pueblos y culturas del llamado “México profundo”.
El “rostro propio y el corazón verdadero” de los pueblos y culturas del Cem Anáhuac, herencia de los Viejos Abuelos toltecas y su inconmensurable sabiduría conocida como Toltecáyotl, representa el mayor potencial y el patrimonio más importante para construir un país más justo y humano, para que vivan en armonía y bienestar nuestros hijos, que son a final de cuentas los hijos de los hijos de los Viejos Abuelos del Anáhuac.
Todos los pueblos originarios del continente y sus diversas culturas, por más diferentes que sean, todas están unidas por una misma raíz. Desde Alaska hasta La Tierra del Fuego, todos somos uno solo y estamos por despertar.