Muchas personas en este país, de
apenas 195 años, no se han dado cuenta, que aquí, en el Anáhuac, se ha dado una
terrible guerra de civilizaciones que ha durado 500 años.
Todo inició el 21 de
febrero de 1519, cuando comenzó la invasión y la ocupación. Al desembarcar los
filibusteros que acompañaban al prófugo de la justicia de Cuba, el psicópata
Hernán Cortés, dio inicio una de las batallas civilizatorias más largas de la
humanidad, y que, sigue viva hasta nuestros días.
Sin mediar agresión o
amenaza, los pueblos y culturas del Anáhuac fueron agredidos violentamente. Una
civilización tan desarrollada y evolucionada, fue de pronto, sorprendida por
gente ignorante, criminal, cleptómana y fanática.
Los primitivos, salvajes y violentos
europeos, vinieron a apoderarse de lo que no les pertenecía, llegaron a
esclavizar y, como en el caso de Cuba y las islas Antillas, exterminaron a
todos sus pobladores.
Con el permiso legal de la corona española y el permiso
divino del Vaticano, exterminaron en menos de un siglo a 24 millones de
anahuacas, solo en lo que hoy es México, y se supone que 100 millones en todo
el continente Abyanáhuac.
Extranjeros venidos de lejanas
tierras prohibieron nuestra milenaria religión y nos impusieron a sangre y
fuego la religión católica.
Nuestras copiosas lenguas fueron prohibidas y se
impuso el castellano. Nuestra democracia participativa, la más antigua de la
humanidad vigente hasta nuestros días llamada “de usos y costumbres”, las leyes
y las instituciones ancestrales, fueron destruidas y en su lugar se impuso por
la fuerza del garrote y la horca, el virreinato, el sistema de castas y la
encomienda.
Todo en el supuesto que las suyas eran mejores.
Nuestra milenaria forma de vivir
y entender el mundo y la vida, de un brusco manotazo abusivo, nos obligó a
vivir en su mundo, su visión y su religión. Y en ese “nuevo mundo” nos ubicaron
en el sótano, nos dieron el papel de esclavos, carne de cañón para sus
conquistas y guerras.
Nos quitaron todos nuestros derechos, tierras, aguas,
montañas. Nos convirtieron en objetos de su riqueza.
Pese a todos los esfuerzos
legales, ilegales e inmorales de, -literalmente-, desaparecer la civilización invadida,
la civilización del Anáhuac se mantiene viva, vigente y vibrante.
No solo en
los mal llamados “pueblos originarios, indígenas, indios, prehispánicos,
precolombinos, autóctonos, aborígenes, o de plano, de nacos y yopes”, sino
también, en la inmensa mayoría de este pueblo mestizo, y hasta de los propios
criollos, que han sido deglutidos por la civilización que vinieron a erradicar.
En efecto, a los criollos y gachupines en España les llaman “indianos”, porque
ya no son de allá. El Estado mexicano neocolonial de ideología criolla, ha
tratado de hacerle al pueblo una “lobotomía civilizatoria”.
Producto de este
crimen de lesa humanidad, los más débiles mentales y culturales, se creen
“occidentales” y otros presumen a su “abuelito español”, otros se creen aztecas.
Todos confunden a la milenaria historia del Anáhuac, con la historia
prehispánica de los aztecas”, de apenas 196 años.
Desde 1519 en esta tierra existen
dos bandos. Los tradicionales (el México profundo) y los modernos (el México
imaginario).
El México imaginario ha pretendido cambiar al México profundo.
Primero lo cristianizó, castellanizó, civilizó, europeizó, progresó,
revolucionó, modernizó, neoliberalizó, globalizó y ahora lo quiere TRANSFORAR.
Pero jamás lo han conocido, nunca les han pedido su opinión. Los modernos
siempre tienen las soluciones para los tradicionales, porque: o te cristianizas
o te mato, te modernizas o te mato, etc., quien se oponga al progreso, a la modernidad,
a la democracia eurocéntrica o estadounidense, es un enemigo de la patria (de
ellos).
Lo que nunca han hecho los modernos es preguntar y escuchar. Desde hace
cinco siglos se tienen dos formas de tratar a los hijos del Anáhuac. O como “conquistadores-explotadores
o como misioneros-integradores”. Jamás se ha pretendido aprender de ellos, los
herederos de una de las civilizaciones más antiguas y sabias de la humanidad.
El tren maya resulta más de lo
mismo.
La modernidad, “sabe lo que es bueno” para los tradicionales. Creen que,
lo que ellos entienden por progreso, bienestar y plenitud, se aplica
universalmente para los pueblos mayas y su cultura ancestral.
No conciben que
existen otras formas de ver y entender el mundo y la vida. La visión de ellos
es la única y verdadera, como su religión, su democracia y su progreso.
No
entienden, porque no saben escuchar y respetar, que el progreso que llevará el
tren maya, es solo para las 17 familias de criollos que en este país poseen la
riqueza suficiente para pagar la deuda externa.
Esta riqueza es inmoral y en
muchos casos ilegal.
El tren maya traerá progreso para esas élites, pero para
los anahuacas mayas traerá pobreza, explotación, contaminación,
transculturación y se convertirán en lumpen proletariado de los centros
turísticos.
Como ha pasado en Acapulco, Jiutepec, Puerto Vallarta.
Los
pobladores, no solo perdieron la calidad de vida, sino bajó su nivel de vida,
se perdió su cultura y ahora no son más que desempleados de los polos de
desarrollo.
El tren maya es un Caballo de Troya.
El tren maya traerá progreso y
riqueza a unos cuantos, pero para a los pueblos mayas les traerá miseria y
desolación.
Descolonizar es dignificar.